martes, 30 de junio de 2009

Ella hasta el infinito

Ella es muy consciente de lo que es, de sus puntos fuertes y débiles, de su carácter, de lo que tiene que puede gustar más a los demás y lo que menos. Y a los hombres.
Es muy joven, 20 años. Tiene una barbilla prominente, fuerte, y facciones cuadradas. Sus ojos son verdes, pequeños, y tiene buenos pómulos. Tiene una cara bonita. Ahora en verano está muy morena, lo que resalta con su pelo rubio y su biquini blanco.
Yo le digo que está buenísima.
Hace esfuerzos por estudiar, pero le cuesta concentrarse. Tiene curiosidad por todo, y se le va la atención de un tema a otro, pero no tiene un cuerpo para parar quieta. Necesita moverse: nadar, correr, montar en moto, hacer submarinismo o recorrerse Europa.
Tiene un tipo maravilloso y, como es tan buena deportista, es fuerte. Tiene un tipo de modelo, pero también de atleta. Todo su cuerpo es fuerte, duro, ejercitado por la vida.
Le gusta hacer cine, pero se le estropeó la cámara y quiere comprarse una nueva, una digital más moderna; lo que pasa es que es muy cara y aún no se la puede comprar.
Es muy cariñosa. Te llama “Lobo”, “Lobito”, y “Encantadorísimo”, porque yo la llamo a ella “Encantadorísima”.
Nada ochenta largos a su piscina todos los días. Ella hasta el infinito…
Cuando la veo yendo hasta el final de la piscina, abriendo y cerrando las piernas, como un reloj, pienso en el infinito, corporeizado.
Es muy simpática, amable, pero es un espíritu libre, y eso debo tenerlo muy en cuenta. Se da entera, te llama, con esa voz que parece que siempre la están pillando los padres en algo, haciendo algo malo, es decir, hablando conmigo. Pero yo sé que la debo dejar volar, y que ella me hará el caso preciso, hasta ahora todo, pero hasta cuándo… O hasta cuándo la haré caso yo.
Siete días con ella.
Ella hasta el infinito.

Robots

Ya lo había notado hace tiempo, pero es en estos días cuando lo veo con más claridad, hasta sentir molestia y un poco de vergüenza. Me he dado cuenta de que hay una serie de acciones que las repito todos los días prácticamente iguales, y algunos iguales del todo.
Lo noto sobre todo cuando me levanto. Salgo de la cama, y lo hago con el pie derecho. Siempre he pensado que no soy supersticioso, pero va a resultar que sí que lo soy, y creo que desde que poso en el suelo en primer lugar el pie derecho me va mejor. Luego bajo a la cocina a desayunar, pero antes he cogido de mi mesa un libro, mi libreta y un bolígrafo, cuidadosamente preparado todo el día anterior. Antes me levantaba y me paraba a escoger un libro para el desayuno; ahora estoy seguro de que es mucho mejor escogerlo el día antes. Elegir un libro recién levantado es una tortura.
Me cuesta mucho ponerme en marcha por las mañanas. Tengo un despertar lento. Esto se compensa con una actividad nocturna bastante intensa. Pero por las mañanas me tengo que tomar dos cafés para abrir los ojos. Ahí sigue la rutina, la mecanización. Lleno mi taza de café con leche, y casi siempre la lleno de más. Debería haber aprendido, pero cuesta más de lo que parece aprender estas cosas. Me tomo las dos tazas y mientras leo el periódico, procurando mirarlo entero, pasando todas las páginas bastante rápido. Después leo algo de mi libro. Escribo algo en mi libreta: una nota, un poema, algo. Eso me servirá para echar a andar el día literario. También escribo en la libreta lo que debo hacer en el día.
Cuando he acabado con el café me pongo a hacer zumo. Antes lo hacía con tres naranjas, ahora lo hago con dos, y es suficiente. Estoy totalmente persuadido de que el zumo es vital para tener un día de calidad. Cosas que uno va descubriendo poco a poco en la vida.
Después del zumo subo a mi cuarto. Me lavo, me visto, me peino y ya ha empezado el día. Luego repito muchas otras acciones, porque mi día tiene cosas que son invariables: leer y escribir, por ejemplo, lo hago siempre, absolutamente. Según las épocas del año se repiten otras actividades.
Pero el despertar, el desayuno, es robótico. Estamos mucho más programados de lo que nos parece. Paraos a pensar en ello. ¿Hasta qué punto somos robots y no humanos? ¿Hasta qué punto el ser humano es un robot? Somos máquinas muy sofisticadas, llenas de conductos y fluidos, pero bastante máquinas.

lunes, 29 de junio de 2009

Una pequeña ola

Volver a reír,
Sentir el estómago
Y el corazón.
Sentirse feliz
Por lo mínimo,
Vivir
En una pequeña
Ola.
Volver a la alegría
Y esperar
A que dure.


Eduardo Martínez-Rico

No te quejes, Ícaro

No te quejes, Ícaro. La queja deja resaca y siempre nos arrepentimos de ella. Desahoga momentáneamente, pero es estéril. Mejor comunica, sencillamente, diles a los demás lo que te pasa, con la mayor objetividad posible. Destierra el tono de queja y todo lo que creas que en tus palabras puede sonar a eso. Cuenta a los demás lo que te preocupa, lo que te ocurre, pero como le sucediera a otro. Informa. Te sentirás mejor no ahora, también mañana, y te comprenderás mucho mejor.
No te centres en lo malo, y sobre todo no conviertas lo bueno en malo. Que cuando consigas un éxito no te empieces a preguntar cómo vas a sobrellevar sus consecuencias. Eso es masoquismo y autodestrucción. Lo malo sólo hay que sufrirlo si nos lleva a lo bueno.
Eres una persona alegre, con entusiasmo, con energía. Cuando quieres hacer algo en lo que crees lo haces. Que no cambies nunca, que no te cambien nunca, Ícaro.
No desprecies el dinero, y mucho menos el que te has ganado con tu trabajo. El dinero es el rastro que deja tu esfuerzo, te permite seguir viviendo, y tu vida es necesaria porque haces muchas cosas buenas.
Pero no creas, y ya sé que no lo crees, que el dinero señala la calidad de las cosas, su trascendencia. Por un camino va el dinero; por otro lado va lo que te mueve.
Sonríe, tienes que sonreír más. Es bueno para ti y bueno para los demás.
Cree en ti, sin soberbias, en realidad cree en ti tanto como ya lo haces, porque eso lo haces bien. Creer en uno mismo es una apuesta para el futuro, para ese segundo que ya está asomando en el reloj. El futuro está muy cerca para los que creen en sí mismos y procuran tener una mirada benévola hacia los demás.
Pero cree en ti mismo sin soberbias, esto es importante y difícil. A veces estás muy orgulloso de ti mismo, de lo que has hecho o de lo que vas consiguiendo. Puedes caer en la soberbia, en el “yo, yo, yo…” Sé que caes. La humildad falsa es muy desagradable, pero recuerda en tus momentos de soberbia aquellos otros en los que has tenido miedo, en los que has creído que te faltaba capacidad, aquellos momentos ante el abismo de lo desconocido. Si consigues recordar esto conseguirás tu humildad auténtica. Y ante el miedo, ante el desafío, ante ese abismo, recuerda todo lo que has logrado, y cómo, en momentos parecidos, has salido triunfante.
Tú ya tienes un huerto, cada vez más florido y variado. Trabaja tu huerto cada día y te dará sorprendentes frutos. Esos frutos darán vida a otros.

Historia de una investigación


Cuando empecé a investigar la vida de Pedro J. Ramírez, tuve muy claro que se trataba de un personaje muy desconocido. Esto, en realidad, es normal tratándose de gente famosa. Los medios de comunicación nos dan de ellos una capa muy superficial, que no tiene porqué ser falsa, pero que es insuficiente. Nadie puede decir que conoce a una persona sólo porque la ve en televisión, la oye en la radio, e incluso porque lee sus libros y artículos.
Pedro J. me decía que él era una persona muy transparente, y que la gente tenía que saber cómo era porque llevaba muchos años publicándolo en libros y periódicos. En absoluto estuve de acuerdo. Es más, me di cuenta en seguida de una cosa: Pedro J. nunca escribe sobre sí mismo, sino sobre los demás, sobre la actualidad, sobre los grandes personajes de la política. Si Montaigne decía al principio de sus Ensayos “Este libro trata sobre mí mismo”, y ése era su gran hallazgo, de Pedro J. no se podía decir lo mismo.
Nunca había escrito sobre sí mismo, salvo de forma indirecta, y creo que nunca lo hace porque piensa que no tiene interés, o porque cree que no le interesa a nadie más que a él. Y es más, esto es coherente con una de sus posturas vitales: la de preservar su intimidad por encima de todo. Por eso tuve mucha suerte, en mi libro Pedro J. Tinta en las venas, de poder mostrar esa intimidad. Ésa era la gran novedad sobre Pedro J. Ramírez, no el GAL, la caída de Felipe González, sus relaciones con Aznar, con Zapatero, o el 11-M, asuntos que también traté, pero que me interesaban menos, porque ya eran del dominio público.
Quería dar a los lectores a un hombre, y me parece que esto no se había hecho nunca con Pedro J. Leí muchos periódicos, libros, visioné vídeos, mantuve con él muchas entrevistas, y también con sus colaboradores, familiares y amigos, pero sobre todo me fijé en sus palabras y en sus gestos. Le vi vivir. Cómo se mueve en su despacho, cómo es como jefe, cómo juega al pádel, cómo habla ante todo un auditorio. Cómo es en Mallorca, en vacaciones, cómo es su casa de Madrid, desconocida. Él fue mi cicerone, él me guió por su vida y por su personalidad, porque pronto fui consciente de que estaba haciendo la investigación de una personalidad. Conocemos las consecuencias, los hechos, pero no la esencia, explicada, clarificada, y mi libro da eso.
Pedro J. reconoce que ha tenido mucha suerte en su vida, pero sólo una persona tan trabajadora como él, tan entregada a su trabajo, al periodismo, podía haber alcanzado lo que él alcanzó. Dice que tiene las cualidades ideales para el trabajo periodístico, y que en cualquier otra profesión le habría ido mucho peor. Es posible. Yo creo que a una persona que ama tanto lo que hace, y pone todos los medios, todo el esfuerzo y todo el tiempo que sea necesario para realizar su trabajo, tiene que irle tan bien como a él. Habría que preguntarse más bien cómo le nació esa gran pasión, o vocación, y aquí hay un misterio que ni él mismo sabe explicar: siempre quiso ser periodista, desde niño, y no había modelos en su familia que él pudiera emular; además, el periodismo entonces no era una profesión de moda. Cómo alimentó su vocación sí que lo sabemos, y la verdad es que desde que salió de la Universidad de Navarra y realizó su viaje iniciático a Estados Unidos, al caso Watergate, le fue bien.


(Artículo publicado en "El Norte de Castilla", 1-IV-2009.)

domingo, 28 de junio de 2009

El Novio

Amo el conocimiento,
Pero amo más
A una mujer.

Algunas noches
Siento que Sabiduría
Se desliza
En mi cama
Y me acaricia
Suavemente.

Es morena,
De larga cabellera
Y preciosas curvas.
Tiene un poco aire
De puta,
Pero es muy hermosa,
Con el pelo
Ensortijado
Y los pechos
Muy duros.

Yo no me entero,
Pero esas noches
Me suspira
Sus secretos,
El origen del bien
Y del mal,
El secreto
De la felicidad.
Yo no me entero,
Pero me busca
En el cuerpo
Y noto humedad
Algunas noches,
Al despertarme.

Soy sabio,
Porque soy el novio
De Sabiduría,
Y me acuesto con ella.

Es salvaje, delicada
Y sabrosísima
Como una fresa.

Tiene algo de pantera.

Lo sabe todo
Y mejor que nadie.
Me ama.

sábado, 27 de junio de 2009

Michael Jackson

Mi padre me dice que tengo que escribir una columna sobre Michael Jackson, "porque es un monstruo de la música", "una figura universal". Yo le digo que no me sale de dentro escribir de M. Jackson, y que como tengo la suerte de que en "El Norte de Castilla" me dejan escribir sobre lo que quiero, no me apetece hacer una columna sobre Jackson.
Pero esta mañana me he encontrado una de esas citas que hace "El Mundo" en su encabezamiento, y me he decidido a escribir. Ponía el periódico, con la firma del cantante: "La gente está siempre dispuesta a pensar lo peor de ti."
Entonces sí que me han entrado ganas de escribir, y de hacerlo en este blog, que es lo más inmediato que conozco, casi como escribir en las paredes. Todos nos manejamos con generalizaciones, con ideas globales, sabemos poco y hablamos mucho. La idea que yo tengo de M.J. es la que supongo que tiene mucha gente: un gran cantante, una persona con mucho talento, como han dicho todos los periódicos, pero que perdió la cabeza. Yo he llegado a decir que se convirtió en un monstruo, el monstruo de sí mismo.
Pero éste es un juicio apresurado, superficial, y creo que la frase de "El Mundo", si no está puesta con mucha ironía, nos advierte, me advierte, de que no debemos prejuzgar y hablar sin saber.
Es verdad que M.J. realizó muchas excentricidades, algunas peligrosas, y que pudo convertirse en la caricatura de sí mismo, pero nunca sabremos -o sí, nos lo podrán decir aproximadamente- lo que pasaba dentro de esa cabeza, qué miedos, qué sufrimientos, qué aspiraciones. No sabemos de un hombre que triunfó en la música con cinco años, que lo logró todo y que ahora llaman el Rey del siglo XX. Esto ha llamado la atención: todos los periódicos le llaman Rey.
Es un hombre-enigma, un hombre amado por millones de personas que lo idolatran. A mí esto me puede hacer un poco de gracia, porque no lo entiendo, pero yo me he comportado de manera similar con algunos escritores a los que admiraba.
Se produce una vez más la paradoja de algunos grandes personajes, muy famosos, que creemos que los conocemos pero de los que no sabemos nada en absoluto. Los actos públicos, las declaraciones en los medios, sus escritos, su obra, ya sea artística, literaria, política... nos dice muy poco de ellos mismos. Pero creemos que los conocemos y los juzgamos, y la verdad es que creo que hacemos lo mismo con todas las personas que se nos cruzan en el camino, sin necesidad de ser famosas. No podemos evitar tener una idea de cada uno, y además muy firme, muy poco flexible. Juzgamos con una ligereza injusta y muy poco práctica. Luego nos quejamos de que los demás hagan lo mismo con nosotros.
De acuerdo, M.J. realizó una obra musical muy valiosa, era una personalidad excéntrica y se comportó como una especie de Frankestein refinado y aristocrático, pero no lo conocemos en absoluto. Al menos yo.
Le he dicho a mi padre, porque eso a mí me preocupa mucho, o lo analizo, que M.J. no va a quedar en el futuro. La Historia se traga todo tipo de nombres, incluso algunos de los más triunfantes en su momento. La Historia es hábil en el olvido, en pequeñas menciones o en insignificantes notas a pie de página que nadie, casi nadie, lee. Eso es lo que pienso, pero también es un juicio apresurado.
Para mí, M.J., hoy, es un ser humano que ha dejado una larga estela artística detrás, muchas polémicas y barbaridades que sólo se le perdonan al genio, y a él apenas, pero sobre todo, intuyo, un hombre que debió de sufrir muchísimo y que desde hace muchos años tuvo que sentir que este mundo no era el suyo. Quiso construirse uno para sí mismo, y parece que lo logró, pero continuamente tenía que salir al otro, al "nuestro", pactar con él, y ahí surgían los problemas.
Espero que Michael Jackson encuentre ahora descanso, en ese mundo que inventa mundos para cada uno de nosotros.

viernes, 26 de junio de 2009

Ten calma, no te agobies. Tu garantía es preparar bien tu trabajo, esforzarte y hacerlo lo mejor posible. Los reproches más duros son los que uno se dedica a sí mismo. Esquívalos esforzándote y disfrutando todo lo posible del proceso que lleva tu trabajo.
Debes también disfrutar al máximo de los frutos. Que la angustia que puedas sufrir por tu responsabilidad no te quite del legítimo orgullo hacia tus obras, que tanto te han costado sacar adelante y que has hecho con tanto amor.
Que no te afecte la indiferencia o el desdén de los demás, especialmente gente querida. Hay que aprender a pasar. Pasar significa dejar que nos atraviesen los pequeños dardos de la vida. No significa insensibilidad, significa sabiduría. Si consigues hacer esto serás un hombre mucho más ecuánime, más firme, mejor.
Tú sabes que no puedes gustar a todo el mundo. No todos te pueden comprender, porque tú tampoco puedes comprender a todo el mundo. ¿Acaso amas a todos? ¿Respetas a todos? ¿Querrías tomar una copa con todo el mundo? Aunque quisieras no podrías; te romperías el corazón al intentarlo.
Lo mismo les ocurre a los demás contigo, pero todos, por muy duros que seamos con nosotros mismos, en el fondo nos creemos dignos de la amistad universal y, tal vez, de la admiración universal. No caigas en ese discurso que se muestra uno para el exterior y otro para sí mismo. Procura ser el mismo para ti mismo y para los demás, aunque a veces guardes tus secretos y tesoros. Sé auténtico, de una pieza formada por muchas otras piezas, con tus virtudes y defectos brillando.
Cuando una persona se gana la estima y el cariño de los demás lo hace también con sus defectos. Si te paras a pensar tus defectos forman tu personalidad, y el secreto consigue en utilizarlos para lograr fines nobles, grandes obras. Muchas obras maestras de la literatura se han hecho con las miserias de sus autores, y esto se puede llevar a muchos otros campos.
Pero coge el cepillo todos los días y saca lustre a tus virtudes. Todos las tenemos, coge tú las tuyas y ponlas en marcha. Muchas veces basta con estar, con no hacer nada, para que los demás las aprecien. A menudo nos empeñamos en que los demás reconozcan nuestras galas, mientras son otras, desnudas, a las que nos damos importancia, las que brillan. Es fácil no dar valor a lo que sabemos que tenemos, a lo que tenemos seguro, pero es eso lo que ve todo el mundo, y debemos sacar provecho de ello. Para algo bueno, claro, porque si no no tiene sentido.
Que tu obra sea para el bien; entonces será tuya, muy tuya. Lo es para los demás, pero sobre todo para ti. Podrás vivir orgulloso cada instante. Una obra para el mal sólo pertenece al mal, y es el mal el único que se engríe de haberla realizado. Tú sólo eres su instrumento.
El bien, se me ocurre ahora, incluye al propio bien, a la comunidad y a ti mismo.
Sé que la injusticia se ceba con los buenos, pero ése es otro tema. Eso se escapa de tu responsabilidad. Que sean los otros los que sufran de su error, de su mala voluntad, de su pobreza, de su engaño. Y si no lo hacen, peor para ellos, cada cual reconoce a los suyos. Si el bien es una estrella que brilla en el cielo, ten seguro que a ti te estará iluminando siempre, aunque otros no lo vean o lo desprecien.
Deja que esa estrella ilumine tu camino, y síguelo con pie firme, sin descanso, con placer, no muy rápido, porque no hace falta apresurarse. Pero ten calma, no te angusties, da un paso y luego otro. Tú sabes, Ícaro, dónde vas, como lo llevas sabiendo desde hace muchos años, tomando decisiones cuando tuviste que tomarlas. Durante todo este tiempo tú no me veías; hacías tu vida, estudiabas, vivías, ligabas, ibas con tus amigos, también sufrías, escribías siempre… Yo estaba lejos observándote. Ahora ha llegado el momento de comunicarme contigo, desde dentro de ti.
Y sabes dónde vas porque ya has llegado a donde querías llegar. Éste es un camino sin fin, hasta que lo atravesamos a campo a través hacia otro camino. Vida y muerte. Sabes dónde vas porque cada día llegas adonde querías ir, y el chico de 18 años que fuiste te miraría con admiración. Pero la senda sigue, síguela tú también, constante, ilusionado, armado de tu propia espada, llena de resplandor.
No tienes por qué hacerme caso a lo que te digo, apenas nunca, pero lo que yo te digo nace de ti y de la estrella que ilumina tu camino. A nadie podría hablar con tanta confianza como a ti, porque tú eres lo que más necesito en el mundo, y yo soy la respuesta a todas tus dudas, a todos tus miedos, a esas menudencias que turban tu día.
Confía en mí, ten calma, querido Ícaro. Da otro paso, y luego otro. Así ya has llegado a donde querías, pero el camino es largo, Ícaro.

jueves, 25 de junio de 2009

Destinados

Leí hace unos días en El Mundo un artículo de Sánchez Dragó sobre el destino, “Cita en Samarra”. Me gustó por ser un tipo de artículo que no se suele ver en los periódicos, mezclando la cultura con la ironía y la actualidad. Era muy duro y en él se daba por supuesto que toda nuestra vida está escrita, que no podemos hacer nada contra el hado.
El tema del destino es muy literario e interesante, y a todos se nos ha pasado por la cabeza la posibilidad de que nuestros actos estén sujetos a una voluntad divina. El origen puede ser inconcreto, y cada cultura puede señalar el suyo –Dragó pone ejemplos varios-, pero el resultado es el mismo. Estamos atados desde el nacimiento.
A mí también me atrajo el artículo porque comprendí que a uno le puede gustar una obra literaria, sin necesidad de estar de acuerdo con su autor. Siempre lo había oído, pero nunca había reparado en ello. Dragó lo ha conseguido. Muestra sus ideas, desarrolla sus argumentos, y uno no está de acuerdo con él, pero le gusta el estilo, la erudición y el sabor literario. Es más, siento que a Dragó a veces se le va la mano de la literatura, lo cual no es malo, y se deja llevar por la marea de lo que él cree que es más atrayente, para el lector o para el lector que es él mismo.
No me creo que Dragó crea que estamos predestinados desde que nacemos, y desde luego yo no lo pienso. Sí creo en unas inercias que nos condicionan según nuestra vida anterior, pero también en los golpes de timón, y en cómo podemos escaparnos de un destino, digamos, muy en minúsculas. También creo que hay circunstancias en la vida, por ejemplo económicas, que nos pueden llevar a hacer lo que no queríamos hacer. Pero al final lo que obtenemos de ello es un beneficio, y siempre hay tiempo para escapar.
Lo importante es no dejar de ser como somos, y no dejar de hacer, aunque sea en menores dosis, lo que da sentido a nuestra vida. Además, igual que creo que somos dueños de nuestro destino, hasta cierto punto, porque las circunstancias también juegan, pienso que hay que ser fuerte manejando el timón de nuestra vida. No entrar en donde no queremos entrar sin meditarlo mucho, y ateniéndonos a las consecuencias, y prestos a dar un volantazo si es necesario.
Sí, la idea del destino es muy atractiva, y por supuesto muy literaria. Dragó se centraba en su artículo en el destino negativo, y ponía como ejemplo el de una mujer que se salvó de un accidente aéreo, para luego perecer con su marido, días después, en un accidente de tráfico. Pero también hay un destino positivo del que no habla en todas las citas literarias y religiosas que hace: la del destino que lleva a algunas personas a cimas profesionales o humanas. Dragó se olvida de ese club que llaman “de los elegidos”. Puestos a creer en el destino también habrá que creer en el bueno.
Pero toda la gente que conozco que ha “triunfado” en sus profesiones han sido siempre grandes trabajadores, y se han dejado la piel haciendo lo que hacían, muchas veces a costa de su vida personal.
Pienso humildemente que el destino nos lo hacemos nosotros, pero que hay caminos, indudablemente, y que cogiendo un camino vamos a un sitio, y cogiendo otro vamos a otro. La sabiduría está en coger el buen camino, los buenos caminos, porque hay muchos, perseverar en ellos y alcanzar la felicidad.


(Artículo publicado en "El Norte de Castilla" el 24 de junio de 2009)

Siempre Salamanca

Una ciudad para estudiar, para enamorarse, ir y volver, creer que la hemos olvidado y luego regresar con la emoción del reencuentro a cuestas. Una ciudad tan hermosa y de tanta personalidad que es la locura del fotógrafo: imposible captarlo todo, imposible no intentarlo. Y el poeta dando vueltas a sus cuartillas, abochornado de tanta sugerencia.
Para llegar a la ciudad universitaria, desde Madrid, tomamos la A-6 hasta el desvío de Sanchidrián. A partir de ahí tampoco hay pérdida. La carretera atraviesa muchos pueblos interesantes y al final llega a un desvío que señala Salamanca, a la derecha. Con un poco más de paciencia estaremos en ella.
Desfila la Historia por Salamanca. Y la Historia del Arte. Todo lo que se puede decir es poco. Ese tono, marrón, dorado, de la piedra franca de Villamayor que iguala catedrales, palacios, los edificios más dispares, nos acompañará en el camino nostálgico a casa.
Yo no recomendaría mucho estudio antes de visitar Salamanca. Ella se abre sola. Mejor perderse por sus calles, contemplar sus templos y palacios por uno mismo, aún sin saber qué estamos viendo: la impresión de belleza y tiempo almacenado, vivo. Ni perderse en muchas fotografías primeras. Mejor caminar, verlo todo aunque nos parezca que no vemos nada, y seguir caminando, como con poca ambición. Ya habrá una segunda vuelta para fijar los recuerdos y ser más conscientes de todo. En realidad es la mirada virgen la que capta mejor. Después, tomando un café, esperando la comida, o ya en nuestras casas, tras la fatiga que todo viaje deja como poso, podemos mirar las guías, los libros y folletos, la información infinita que esta ciudad de ciudades ha generado y seguirá generando.
Recordar el inicio del Lazarillo, los versos de Espronceda y hacernos con él estudiantes de Salamanca, viajar a aquellos tiempos romanos en que era un importante mojón en la “ruta de la Plata” que unía Mérida con Astorga, y recorrer la Historia sin prisa, con esa velocidad que tiene el pasado en nuestra memoria, sin parar mucho en detalles, como una leyenda o una película. Atravesar el puente romano es pensar que lo recorrieron los Reyes Católicos, Felipe II o Carlos V, seguro que con parecidos pensamientos a los nuestros. Felipe II se casó aquí en su primer matrimonio, de los mucho que tuvo después.
Salamanca es una pieza de museo en movimiento. Parece un milagro que algo tan valioso pueda permanecer al aire libre, tan dinámico, sin temor al deterioro. La conservación es maravillosa. Aquí no hay por qué imitar lo antiguo: todo es antiguo, y nuevo, porque está vivido con la vida cotidiana. La gente pasea por las calles, y no son todos turistas. Hay de todo, mucho estudiante, un profesor que acude a clases o sale de ellas, un abuelo que ha perdido momentáneamente la paciencia y regaña a su nieta.
Las calles principales, Gran Vía, Toro, Zamora... corren paralelas las unas con las otras, y buscándolas nos podemos ir de lo más moderno a lo más antiguo de Salamanca. O quizá equivocarnos, hasta que se nos presenta la Plaza Mayor, la más alabada de las plazas porticadas españolas, con un clasicismo, una armonía, que no sabemos de dónde viene, de qué época viene. Aquí hay comercios y mesones, los más típicos, desde los cuales descansar la vista y maravillarse los ojos mientras contemplamos tras los cristales, una cerveza y unos pinchos salmantinos, la plaza y su movimiento. Nunca más oportuno, en este año de centenario del Quijote, el Mesón Cervantes, lleno de recuerdos del escritor y sus personajes, así como todos los objetos que uno pueda imaginar, en abigarrada música, contando su historia. El Mesón Cervantes, por ejemplo, nos ofrece en una esquina de la plaza tranquilidad para la conversación y un ambiente inmejorable.
Y si deseamos comer, el restaurante El Bardo, en la calle de la Compañía, al lado de la Casa de las Conchas, nos ofrece un menú a buen precio, aparte de muchas otras ofertas. Aquí se come sobre todo carne, producto de la caza o de la rica ganadería que es marca de la zona.
En Salamanca llega una hora en que empieza a hacer frío, más frío todavía, pero el cambio es puntual, muy delimitado. Y vemos a los profesionales del clima salmantino, los propios salmantinos, cubiertos de chaquetones y bufandas. Es otoño, pero podría ser invierno. Entonces las piedras de los edificios se yerguen aún más, mientras nosotros temblamos un poco. Y para coger calor caminamos por la calle Rúa, derecha a la Universidad, a la Plaza Anaya y las Catedrales, Vieja y Nueva, adosadas como en una pareja muy bien avenida. Hay iglesias por todas partes, compitiendo en belleza atemporal, palacios grandiosos y edificios más pequeños pero de alma enorme. Todos nos contemplan. Nosotros los construímos y ellos nos miran con un desafío amable: saben que durarán mucho más que nosotros.
Hemos visto el Edificio de las Conchas, monumento excepcional del arte civil de los Reyes Católicos, con sus conchas tan bien puestas y tan naturales, y su ocre claro inconfundible. Hoy es biblioteca pública, una biblioteca que recomiendo al viajero visitar, si tiene tiempo entre tanta joya artística.
Pero no todo son catedrales, iglesias, palacios, museos, bibliotecas... en Salamanca. Hay algo que debería ser lo más importante de los lugares a los que viajamos. Algo que quizá debería ser lo esencial: la gente, los hombres y las mujeres que dan vida a la piedra, a las calles, a las casas y a todo. Sobre los salmantinos se han escrito muchas cosas. Quizá el clima duro de esta zona, o algunos recovecos de la Historia, les ha hecho más duros, con apariencia a veces regañona. Sólo hace falta insistir una vez ante ellos, con la simpatía del viajero que quiere conocer todo lo conocible, siempre admirándose, para que estos hombres y mujeres se muestren los más cariñosos y amables del mundo. Yo hasta he prometido llevar un pequeño regalo a uno de estos salmantinos, en agradecimiento.

miércoles, 24 de junio de 2009

Consejo

Tómatelo con calma, no te angusties, pero no pares de trabajar. Que nada sea más importante que tu desarrollo interior, aquello, ese núcleo, que te da la vida y te hace feliz. Pero tienes que arreglártelas para que eso concuerde con la vida exterior, tu familia, tus amigos, los paisajes que amas.
Sé ambicioso, pues es difícil llegar a algo elevado si no es con ambiciones. Cuando no ha habido ambiciones previas, todo parece azar y sorpresa. No, lo que sueñas con alcanzar que te lo hayas trabajado, perseguido, esforzado, amado. Que no haya azar en tu logro.
Sí, sé ambicioso, pero no desprecies a nadie, no odies, no dejes a nadie de lado. Esto es difícil, pero hay que lograrlo. Piensa que en donde tú destacas otros pueden fallar, pero en otra actividad, en otras muchas pueden superarte. Eres un Fórmula 1 diseñado para un circuito, pero en otros puedes ser un desastre.
Procura incluir en tu formación, en tu campo, todo el universo. Uno puede ser curioso y preguntarse por todo lo que nos rodea, desde la cabaña de un guardabosques. Creo que la filosofía te favorece, que es una ventana abierta para que te entre el viento de la libertad.
Persigue la sabiduría, ya que te atrae tanto, pero desconfía de ella. La sabiduría está bien como el horizonte, su línea, que nunca alcanzaremos pero es bueno tener como referente. La sabiduría es como esa mujer preciosa y elegante que siempre se nos escabulle en la fiesta. Hay que preguntarse, cuando la hemos vista la cara, si no seremos nosotros la Sabiduría y no ella. Voy a empezar a creer más en los sabios, y no en la idea, en aquellos destellos de sabiduría que veo a medida que avanzo en esto que es la vida.
Ama a la mujer, admírala, y persíguela también, pero con cuidado, frenándote a tiempo. Deja que se fijen en ti, muévete con sobria coquetería. Vuélvete de perseguidor en perseguido. Observa, pero sobre todo deja que te observen. Y que no te agobie nada de esto.
Valórate más a ti mismo, porque si lo consigues adorarás el mundo y quienes lo habitan, aunque a veces, tantas, parece que no se lo merecen.
Cree en tu vida, en tu pasión, en lo que realmente te ocupa y desvela todos los días, pero tómatelo en serio relativamente. Abre ventanas a muchas otras cosas, pequeñas ventanas, por si te falla lo esencial. Que nunca te quedes solo, que siempre tengas un asidero. Piensa en posibles asideros.
Sueña, no dejes de soñar, pero por la mañana trabaja en tus sueños. Poco a poco notarás que el sueño y la realidad se van acercando hasta formar una pareja, y luego un matrimonio. Comprobarás, si todo ha ido bien, que los matrimonios siempre tienen problemas.
Pero nunca dejes de besar a tu amor.
A medida que pase el tiempo se me ocurrirán más cosas y te las iré contando, querido Ícaro.

Historia

Pienso hacia dentro. Pienso por mí mismo, algo difícil que me ha costado mucho, porque no lo fomentamos, ni en el colegio ni en el trabajo. Vamos acumulando conocimientos y experiencias, como inercias, y nos dedicamos más a hacer lo que se espera de nosotros, o lo que hacen otros, imitación estéril, que lo que queremos hacer, estamos seguros de hacer.
Digo lo que pienso, actúo como creo; puedo equivocarme pero estoy orgulloso. Aprendo de mis errores, larga carrera hacia la muerte, porque la vida, incluso la más fecunda, lleva a ella; pero llena de hallazgos del aprendizaje, el perfeccionamiento.
Hago gimnasia interior, humana, moral. A veces se me desboca el caballo y digo o hago lo que no debo, pero son pocas veces. Además, eso entra dentro del carácter, y el carácter es una larga conquista. Tengo una gran paciencia; sé que todo me llegará, y trabajo para ello.
El campo siempre funciona igual. Terreno fértil, hábil y lenta siembra, empezar preparando el día después, y recoger la cosecha, un esfuerzo y placer. Vender el fruto del trabajo y tener varios campos esperando, creciendo, descansando. Uno se convierte en el agricultor, el gran empresario, de uno mismo. Hay que confiar; para poder venderse hay que creer en uno mismo, y esto no lo comprende casi nadie.
Estamos continuamente haciendo todos estos procesos en una cadena cíclica e infinita, que es nuestra vida, ya sea en el trabajo, el amor, la amistad, el ocio. No podemos aspirar a que todo el mundo nos comprenda. Nos ningunearán, nos ignorarán, nos odiarán. Pero eso es inevitable; por eso es mejor decir y hacer lo que uno piensa, con coherencia, aunque luego caigamos en contradicciones. Yo el primero, Mr. Contradicción, pero también coherente como un espejo enfrentado a otro, armonioso y misterioso. Cada vez que digo “Eso no lo haré”, ya sé que algún día podré hacerlo, porque lo he dicho y hecho ya tantas veces que ya no me asusto. Hay que aprender del pasado, pero saber ver en él el futuro.
Llevo ya media vida escribiendo y publicando, al principio en el anuario del colegio, luego en una revista de Puentedeume, el pueblo de mi padre, después en la Universidad, luego en periódicos, revistas y editoriales. Mis palabras son bombas pacíficas, muy bienintencionadas, con una onda de expansión mayor o menor, pero duradera y, como mi campo, fértil. Ya no aspiro a gustar a todo el mundo, sino a escribir y hablar fiel a mí mismo y a lo que pienso, a mis ideas y a lo que la gente que respeto y admiro, vivos y muertos, me han enseñado, también sembrado. Discrimino, no repito nada que haya dicho otro –si no es un reportaje o entrevista-, por el mero hecho de que sea una autoridad. He creado un filtro en mi mente y espíritu, que ya sólo permite que hable Eduardo Martínez-Rico.
Esto no significa que no sepa trabajar para otros, hacer trabajos, como cualquier persona, conocer bien para quién se hace algo, cómo se hace y para qué se hace. Eso es ser un buen profesional. Pero cuando escribo aquí escribo como yo mismo, con mi personalidad y mis ideas inalienables, aunque sé que en lo que yo soy entran muchas cosas, más grandes y más pequeñas.
Creo que todos somos peones de una gran obra, la vida, el universo, como queramos llamarlo, pero al mismo tiempo somos, si queremos, peones-reyes, o mejor, peones-reinas, más versátiles, lo más bajo y lo más alto, al servicio de los demás y de nosotros mismos. Amo al ser humano cuando es digno de sí mismo.


Eduardo Martínez-Rico


(Columna publicada en "El Norte de Castilla", 22-IV-2009

martes, 23 de junio de 2009

Caballero sin espada

Este blog nace porque soy persona y porque soy escritor. Porque tengo unas ansias enormes de comunicarme, de mostrar el mundo y de mostrarme a mí mismo. Interiorizar el impacto que me producen los demás. Hace unos años escribí, para mí mismo, un diario titulado "Los días de Ícaro". Detrás de este diario, detrás del título, había una historia personal, un pequeño enigma.
No voy a descubrir a ese enigma. Que sean otros los que, si les interesa, profundicen en él. Ícaro quería tocar, alcanzar el sol, y las alas que le sostenían, construídas con cera, se derritieron y le hicieron caer al prosaico suelo. Su padre le advirtió que volara, pero que no se acercara demasiado al sol, pero él no hizo caso y se acercó demasiado.
Hay unas personas en el mundo que no nos conformamos con lo que somos, con lo que nos han dado, con nuestras virtudes y defectos, sino que siempre queremos más. Queremos ser más sabios, más inteligentes, más cultos, más comprensivos, tener una mirada más amplia... ser mejores, ser más totales. ¿Lo conseguimos? Creo que sólo lo logramos en una pequeña medida, pero ese movimiento, que lo es del alma y del cuerpo, de nuestro interior y de nuestro exterior, día a día, sumado poco a poco, al final es mucho. Estas personas dejan una estela detrás, un olor, un valle. Me gustaría que este blog fuera esa estela, y que me leyera mucha gente, pero sobre todo gente que uniera buena voluntad con inteligencia, con sensibilidad, y sobre todo buena voluntad.
Amo la literatura, me dedico a ella, constantemente, desde hace muchos años, y a veces me pregunto qué prefiero, si la literatura o la sonrisa de la mujer que amo. La literatura o el fin del hambre en el mundo. Todo es perfectamente compatible; de hecho la literatura lo reúne todo, y todos podemos escribir sobre todo. Pero es duro plantearse cuáles son las verdaderas prioridades de uno en la vida.
Yo he descubierto que me puede fallar algo, un trabajo, un amor, una amistad, pero nunca me falla la literatura. Cuando tengo que superar un problema, mayor o menor, acudo al teclado, a mi pequeña libreta y al boli. Todo lo supero. La literatura es la salvación, mi antídoto, la forma de trascenderme.
Hoy me ha dicho un amigo, José María Lozano, que parezco el personaje de "Caballero sin espada", por mi ingenuidad y caballerosidad, y en el coche me preguntaba yo cuál era mi espada. "¿Cuál es tu espada?", me preguntaba. Necesitamos una espada. Y pensaba que tal vez fuera una mujer, una mujer enérgica, dura. Pero luego he llegado a la conclusión de que ya tengo espada, y mi espada es la literatura, la escritura, y más ampliamente la palabra.

(Quiero agradecer a Pedro Cifuentes que haya hecho técnicamente posible este blog.)