viernes, 31 de julio de 2009

Nunca soy uno

Me acuesto
Solo,
Sin ti.
La luna
Guía mis recuerdos,
Y mi mano
Palpa la oscuridad
Buscándote.
Murmullo
Unas palabras,
Invocándote,
Y mi imaginación
Te trae a mi lado,
Bella y morena,
Vestida de verano
Y lentejuelas,
Compitiendo
Con la noche
Y batiendo
Mi corazón.
Estoy muy cansado,
Amor,
Ha sido un día
Muy duro.
Un océano
Nos separa
Y puede
Que nunca más
Nos veamos,
Pero yo suspiro
A la luna,
Y esta habitación
De hotel
Sabe que es una pareja
Lo que guarda.
Desde que estoy
Contigo,
Amor,
Nunca soy uno.


E.M.R.

No menosprecies

No menosprecies ninguna acción, ninguna actividad. Que todo lo que hagas lo hagas con toda tu capacidad, todo tu pensamiento, tus cinco sentidos puestos en ello. Concéntrate en lo que hagas. Puede gustarte o no gustarte, pero ya que lo haces esmérate en ello. Si tienes que hacer algo y no sabes hacerlo, esfuérzate por aprenderlo. No todos los días coronamos montañas, pero hay cientos de pequeñas metas cotidianas que nos hacen más completos y más felices. Sólo el querer hacer mejor lo que nos sale al paso ya nos enriquece.
Recuerda siempre: no menosprecies ninguna acción, ninguna actividad.


E.M.R.

jueves, 30 de julio de 2009

Lo que dicen los otros

Te encuentras con gente, amigos, compañeros, conocidos, desconocidos, y luego vuelves a la soledad. No le des tantas vueltas a lo que has dicho, a tus propias palabras, como si ya fueras una estatua. Eres demasiado joven para estar tan lleno de ti mismo. Piensa más en lo que dicen los otros. No te asombres de tus palabras, de tus ideas. Aprende de los demás, de lo inesperado, lo ingenioso, lo inteligente, o el amor y el cariño, la sabiduría que pueda haber en las palabras de los demás.
Guárdalas como un tesoro. ¿No crees que tú, precisamente tú, ya tienes muchas palabras, tuyas?
Uno se abre a los demás cuando, en soledad, escucha en su interior las voces que ya se han ido.


E.M.R.

Era y ya no soy

Te tengo
Y te abrazo
Por la cintura,
Besando tus labios
Y suspirando en tu pecho.
Te tengo
Y tu cuerpo
Se me queda corto,
La lluvia y el sol,
El campo y las ciudades.
Te tengo
Mientras
Pronuncias mi nombre,
Ahogado por el placer.
Te tengo
Mientras trabajo,
En tu ayer
Y tu anteayer,
En el hoy
Que me preparas
Como un rayo
De sol,
Tu figura
Que aparece
En mi imaginación,
Caminando
por la playa.
Te tengo
Y te vuelvo a tener
Porque has penetrado
En mí
Y te has fusionado
Con lo que entonces
Era y ya no soy.


Eduardo Martínez-Rico

miércoles, 29 de julio de 2009

¿Por qué escribo?

Esta noche, serían las dos o tres de la mañana, después de haberme acostado pronto, arrullado por música lenta... me he despertado, súbitamente, con una pregunta en la cabeza: ¿por qué escribo?
Debe de ser algo que me preocupa, de lo contrario no velaría mi sueño. Fue como un flash, la pregunta en mi cabeza, y por las noches, lo sé, yo rumio todo lo que para mí es importante, lo que me forma, lo que soy. Aún me estoy viendo, en la cama, incorporado, cubierto sólo por la parte de abajo del pijama, somnoliento, y con esa sensación que tiene el insomne de que no se mueve en el mundo del resto de los vivos.
Me puse la bata y bajé a la cocina. Tomé papel y boli y me hice una lista.
“¿Por qué escribo?”, puse en lo alto, en medio del folio. Y escribí estas frases:
-Para expresarme.
-Porque lo necesito.
-Para ganar dinero (ahora).
-Para conseguir fama y gloria. Antes y esto no está tan claro, porque entra en contradicción con otros sentimientos míos; en realidad lo asumía como algo inevitable, porque yo estaba seguro de que algún día sería muy famoso y ganaría mucho dinero escribiendo.
-Para alcanzar prestigio.
-¿Para ligar? No ha sido el principal impulso nunca, pero sí que he utilizado la literatura, y mi literatura, para ligar, para relacionarme con las mujeres.
-Para ordenarme.
-Para saber mejor lo que sé.
-¿Porque es lo mejor que sé hacer? No sé si es lo mejor que sé hacer, pero es muy posible que sea lo que me gustaría saber hacer mejor. Además, creo que escribir es algo que me resume muy bien, que me reúne, que me lanza al exterior y me expone hacia los otros.
-Escribir me pone en relación con las personas, y seguramente también con las cosas. Cuando escribo me encuentro en un mundo mío, propio, aislado, evadido, pero al mismo tiempo un mundo que participa del mundo general. Es un universo dentro de un universo mucho más amplio, pero al mismo tiempo ese segundo universo, cuando estoy escribiendo, entra dentro del primero, el escrito, el que se está escribiendo, en una gran comunicación. Además, y esto es muy bonito, es un mundo que siempre se está realizando, en expansión, como uno mismo.
Y por último, un poco inconscientemente, con esa inconsciencia que da el sueño o la duermevela que puede seguir al sueño, acababa con dos conclusiones. Parecen muy fáciles, muy tópicas, pero he tardado muchos, muchos años en llegar a ellas:
-No debes esforzarte en que los demás valoren lo que has hecho; esfuérzate por realizarte, porque, después de haber escrito tú algo, puedas sentirte más satisfecho, puedas respirar mejor.
-¿Eres feliz escribiendo? ¿Escribir te da la felicidad? Sí, aunque sé que hay muchas otras cosas. Insisto, cuando escribo me siento más yo y más en contacto con el mundo, con los demás y con las cosas... con los seres y las cosas, como dice esa expresión tan bella.
Me siento reconciliado, pacificado, y mucho más que eso, algo que sólo se puede explicar cuando uno lo ha sentido. Una cosa parecida debe de sentir el hombre una vez que ha hecho el amor con la mujer que ama, cuando la abraza con fuerza, fuerte y delicado beso; o el creyente después de haber orado a su Dios, lleno de fe, el hombre religioso tras haber meditado... Escribir es también una forma de expresión de amor, amor al mundo, y una forma de meditación sublime y perfecta, porque de ella queda testimonio para que los demás la disfruten y aprendan, quizá, de ella.
-Cuando escribo me siento más yo, en el mejor sentido de la palabra, pero también me siento más ser humano. Antes, cuando hablaba, tantas veces, me abalanzaba contra las palabras, se me trababan, me atropellaba con ellas. Esto nunca me ocurrió escribiendo. La escritura responde al ritmo de mi pensamiento, y cuánto disfruto viendo cómo se desenvuelven delante de mí, cómo las palabras, hechas ideas, acciones, reflexiones, hombres y mujeres, personajes de hace mil años... todo, toma forma delante de mí, letra a letra. ¡Es tan hermoso! El ser humano inventó un milagro, mucho más que eso, para poder reconocerse, ir rodando siglo a siglo.
La escritura es un universo paralelo a éste, mucho más controlable, perfecto y hermoso. Es verdad que los hombres, cuando escribimos, competimos con Dios –tal vez lo ignoremos-, pero yo nunca soy más hombre que cuando escribo.
El desenlace de toda esta reflexión que viene del sueño y se hunde en lo más profundo y superficial de mi vida es muy sencillo.
¿Por qué escribo? Porque me hace feliz.


Eduardo Martínez Rico
Montepríncipe, 18 de marzo de 2006

martes, 28 de julio de 2009

Lo que eres

Que no te preocupe si actúas bien o actúas mal, o qué dicen los demás de lo que haces. Los buenos hacen el bien y quieren a los demás. Los inteligentes hacen cosas inteligentes. Los que tienen talento hacen grandes obras.
¿Eres inteligente? ¿Eres bueno? ¿Tienes talento? Preocúpate por lo que eres, no por lo que haces; eso vendrá después. Si no te gusta lo que eres, esfuérzate por cambiar. Uno siempre está a tiempo.


E.M.R.

Tierras de penumbra

Hay unas cuantas películas, no demasiadas, que me gusta ver cada cierto tiempo, incansablemente, y siempre son un completo placer verlas. "La guerra de las galaxias", "Indiana Jones", "Drácula de Bram Stoker"… y "Tierras de penumbra". Me gusta ver "Tierras de penumbra" porque es una película protagonizada por un escritor, y me atraen las películas de escritores, pero me gusta también por muchas otras razones.
Es una película tranquila, sosegada, sensible, con ideas profundas que no son cargantes y que se asimilan bien –yo hubiera preferido que hubiera más ideas incluso-. Es una película redonda porque todo va confluyendo en lo mismo, todo se hace coherente. Lo que dice C. S. Lewis en sus conferencias se va mostrando en su vida, como una verdad que pasa del papel débil y teórico a la realidad terrible. Su amor inesperado le enseña la verdad de sus ideas sobre Dios y el dolor. Lewis se hace un auténtico escritor cuando tiene que enfrentarse con lo que ha diseccionado como un científico.
Es una película plácida que se ve sin sentirla y que se puede ver cientos de veces, aunque ya todo lo esperes. A mí me interesa también porque muestra algunos de los peligros a los que se puede someter un escritor: la torre de marfil, el separarse del mundo y encerrarse en un paraíso de libros, palabras y plumas.
Lewis descubre el amor, ya con sesenta y tantos años –supongo que tendrá esos-, y aprende a renunciar a su egoísmo de creador cuando siente el sufrimiento de la mujer que ama. Es más, es el sufrimiento de esa mujer, su cáncer, el que le descubre el amor que siente por ella, antes camuflado en una amistad ambigua y la admiración por el personaje famoso y respetado.
Pío Baroja dijo que había dos tipos de escritores, los que sacaban el material de su escritura de la vida, y los que lo sacaban de los libros. Él decía que era de los primeros, y tal vez su obra sería de mejor calidad, más equilibrada en fondo y forma, si la hubiera sacado más de los libros, aunque leyó mucho.
C.S. Lewis, por lo que muestra la película, hizo su obra más de los libros que de la vida. Pero de repente se encontró con la vida, y no sé si la historia que cuenta la película es exactamente real. Leí un libro de Lewis sobre esto titulado "Una pena en observación", en el que en teoría se basó la película, pero eran muy distintos. El libro, si no recuerdo mal, era un ensayo, muy bello, y la película es una historia, aunque uno se puede inspirar en cualquier cosa para hacer cualquier cosa.
Un compañero de Oxford le pregunta al profesor si ha conocido algún niño en su vida, él que es un popular autor de literatura infantil ("Las crónicas de Narnia"). Y le contesta: “Yo también fui niño alguna vez.” Un escritor, o al menos yo, es una persona que guarda memoria de todos sus estados vitales, como los sustratos que van formando la tierra, capa a capa, y de esos sustratos también vive y escribe.
C.S. Lewis es un prestigioso profesor de Oxford y, en efecto, un famoso escritor de cuentos infantiles. Su vida es perfectamente apacible, sin sobresaltos, dedicado a sus clases, a sus compañeros y a sus libros. Pero de repente aparece una mujer en su vida. Es americana y poetisa. Le escribe varias cartas y en una de ellas le dice que va a viajar a Londres y quiere conocerle. Lewis vive con su hermano y en su vida no hay hueco para una mujer. Son dos perfectos solterones que, como diríamos ahora, “van a lo suyo”. Pero acceden a tomar un té con la mujer americana, en Londres. Poco a poco van teniendo más relación, y la americana les presenta a su hijo, un niño de pocos años muy aficionado a los cuentos de Lewis. La historia avanza y avanza.
Con decir que la vida de Lewis cambia completamente es suficiente. Pero, es curioso, cambia en la misma dirección que ya iba su vida y su obra, y Lewis profundiza con la “experiencia real”, como diría él, sobre los temas clásicos de sus libros, sus conferencias, sus clases.
“El dolor es el altavoz que emplea Dios para despertar a un mundo de sordos.”
Y él también estaba sordo. El predicador laico que arranca los aplausos como una ola en todos sus auditorios –“Yo también fui ateo”, dice en una ocasión-, se da cuenta de que él estaba sordo. La literatura corre el peligro de caer en la geometría, en la perfección, en la frialdad más cálida. La literatura debe tener un vínculo íntimo y a veces doloroso con la vida, para no caer en la música, y que me perdonen los músicos, para no caer en las palabras bonitas y vacías.
Lewis es un escritor interesante. He leído muy poco de él, pero voy a leer más. Fue amigo de Tölkien y se dice que él le animó a que terminara "El señor de los anillos", en uno de esos momentos de cansancio, hastío o desesperación que tenemos los escritores.
“Ya no se hacen películas como ésta”, dirá más de uno. Bien, sí se hacen, pocas pero se hacen. "Tierras de penumbra", con el tono de la campiña inglesa, nos recuerda algunas preguntas elementales en la vida, y a mí el primero, quizá a mí el que más.


E.M.R.

lunes, 27 de julio de 2009

Pequeñas y grandes

Todo lo grande se obtiene en una gran sucesión de pequeñas acciones o esfuerzos. Lo mismo ocurre con lo que haces. No te pierdas en un océano en el que parece que no hay costas. Las hay.
Cuando creas que estás perdido, en realidad estás trabajando para las grandes cosas, y esos momentos necesitan de los otros.

E.M.R.

El cuadro de Vivaldi

Eras una silueta en el fondo de un cuadro el día que te conocí. Estaba tormentoso, pero el verde lucía pleno; asomaba un rayo en el cielo y tú ibas cabizbajo, lanzando una moneda al aire de vez en cuando, pensativo.
Yo andaba también por ahí. Pensé que nunca me enamoraría de un hombre como tú, apenas un niño, porque estaba acostumbrada a hombres mucho mayores.
Y ya ves, al final me enamoré de ti, tanto que salí contigo muchos años, me dejé en ti mi juventud, y luego me casé contigo.
Eras un buen hombre, simpático y generoso, no lo voy a negar ni lo negaré nunca, pero también tenías tus defectos. Con todos los años que pasamos juntos, creo que nunca llegaste a comprenderme. Seguramente tú dirías que yo tampoco llegué a comprenderte. Pero tú me querías más.
La vida es como la pintura. Vamos formando cuadros, a cada paso que damos, pero no nos damos cuenta.
Contigo hice el mejor cuadro; también algunos muy malos.
Una vez me dijiste que odiabas la idea de morir porque tendrías que abandonarme, y yo me sentí muy halagada, pero en el fondo no era más que una idea tópica. A mí no me importaba que me abandonaras. Llevabas tanto tiempo conmigo que ya era hora de tener un descanso.
Sabía que Warren y Helen no se lo tomarían tan bien, que sufrirían mucho sin ti, pero debían aceptarlo. Muchos hijos pierden a sus padres pronto, y ellos no eran tan pequeños.
Te siento en ‘aquel cuadro de mi imaginación, la primera vez que te vi. Eras joven, no muy guapo, pero sí joven, por estrenar. Ibas muy preocupado y nunca pudiste pensar que aquella chica con la que te cruzaste iba a ser tu novia, tu mujer, tu compañera, como tú decías un tanto melodramático.
Pero sucedieron muchas cosas, nada menos que una historia.

Eduardo Martínez-Rico

domingo, 26 de julio de 2009

Escucha mi murmullo

Escucha mi murmullo,
Los besos
Por tu cuerpo,
Tu pecho,
Todo.
Escucha cómo
Mis largos cabellos
Rozan tu nariz,
Tus ojos,
Tu boca.
Escucha cómo mis pechos
Se acercan a tus pechos,
Cómo juegan
A atraer
A tus labios.
Escucha los líquidos
De tu cuerpo,
Cómo se ponen
En marcha,
Y cómo mi curva
No puede
Sino buscarte.
Escucha nuestra música
Y cómo yo te miro,
Desde arriba,
La cara desencajada,
Intrigada,
Preguntándome
Qué vendrá,
Cuándo vendrá.
Escúchame,
Que yo te escucho.


Eduardo Martínez-Rico

El éxito

El éxito, grande o pequeño, hay que asimilarlo. Disfruta del éxito, como la cima de un gran trabajo, como la satisfacción más o menos merecida de un logro, pero no dejes que te gobierne. No dejes que cambie, porque sí, tu forma de ver las cosas, las personas, todo. El éxito hay que descomponerlo y expulsarlo y que quede en ti como parte de tu memoria o tu currículum. Por supuesto que el éxito no te impida emprender otros proyectos, llegar a otras metas. Nunca dejes que te paralice un éxito. Nunca permitas que te estupidice un éxito.
Tienes que triunfar sobre el éxito, no dejar que el éxito triunfe sobre ti. Nunca dejes que te gobierne.
El éxito está lleno de fracasos. Todo el que ha tenido un éxito sabe cuántos fracasos lo han jalonado.
Hay que despertar del éxito para seguir trabajando y no convertirse en un pequeño monstruo. Vivimos en sociedad y nadie está por encima de nadie, otra cosa es que nos sintamos más cómodos con unas personas que con otras, pero nada de esto nos permite despreciar a nadie. Tener éxito puede llevar a despreciar a los demás.
Es bueno, cuando a uno le van bien las cosas, saber a quién se lo debe agradecer. Nadie se mueve en el vacío, y todos debemos mucho a los demás. Ser consciente de esto, y de dónde venimos, nos puede ayudar a asimilar mejor el éxito. El triunfo, bien comprendido y asimilado, sea del tipo que sea, y del tamaño que sea, enseña humildad.
Si no llegamos a este punto es que no somos dignos del éxito, de que la ruleta de la Fortuna haya decidido condecorar nuestros méritos. Otros los tenían y no les ha ido tan bien.
Lo mejor es no dejar de caminar, buscar otras metas y aprovechar el impulso de lo ya logrado para seguir avanzando.
Creo que hay una gran diferencia entre los éxitos. El obtenido tras una larga y sentida vocación es muy diferente al oportunista, y hay éxitos que se han obtenido con malas artes, aplastando a los demás o utilizando medios de dudosa honorabilidad.
El éxito se hace grande cuando el que lo obtiene es digno de él, y lo ideal es que, por supuesto, nosotros estemos por encima del éxito. Se nos conoce por lo que hacemos, por lo que decimos, por lo que nos quieren los demás o lo que dicen de nosotros. Nunca hay que olvidar que los triunfos son sucesos de nuestra vida, pero que somos nosotros lo que importa, y es en nosotros en lo que más debemos trabajar. Para ser mejores, en todos los sentidos posibles.
Hay muchos tipos de éxito, y no todos tienen relumbrón, aunque el más famoso sea ése, el de relumbrón, el de las cámaras. Hay éxitos más callados, más moderados, pero que revelan muy bien a quienes los han obtenido. Ser buen padre o madre lo es; o hermano o hermana; ser buen amigo; ser buen profesional; ser buen jefe… Tantas cosas.
El mayor éxito al que puede aspirar una persona es la felicidad, pero hay muchos caminos para lograrla y no todos somos felices con lo mismo.


Eduardo Martínez-Rico

sábado, 25 de julio de 2009

Brazos abiertos

¿Por qué será que sabes que dentro de poco vas a encontrar una mujer maravillosa, una mujer con la que vivir grandes experiencias y compartirlo todo? Tienes mucha intuición, Ícaro. No siempre aciertas, pero has acertado más veces de las que te has equivocado.
No sé si querer es poder, pero desde luego nos acerca mucho al poder, al hacer. Ahora estás predispuesto, y estás dispuesto a tener tus ojos bien abiertos para lo que pueda venir. Tienes los brazos abiertos a la vida.
Antes no te apetecía, pero ahora sí. No es que no te apeteciera, es que no le dabas tanta importancia. Ya no buscas un encuentro, algo pasajero, una descarga de placer, unos días de acelerón. Ahora buscas eso y algo más.
Tú ves venir las cosas, las sientes, las presientes. Cuando llegan no le das tanto valor ese don, en el supuesto de que lo sea, lo das por sabido, pero a veces se lo tienes que recordar a los que te rodean. Una cosa es creer y otra es ver, y tocar.
No sabes cuánto tardará, si será este verano o habrá que esperar a la vuelta de vacaciones, quizá algo más. Pero no mucho más. No va a tardar.
Y no tienes por qué recordar esto de lo que estamos hablando, Ícaro. No pierdas tu naturalidad, pero muévete seguro por el mundo. Ella aparecerá y te descubrirá ella misma. Ya has tenido muy abiertos los ojos siempre. Ahora tienes que tener abiertos los brazos.
Relájate, disfruta, trabaja, haz con esmero lo que debes hacer, aprende para ahora y para el futuro, no dejes de escribir.
Algún día mirarás estas notas y sonreirás. Reirás, tú que ahora lo haces tan poco. El camino de la sonrisa a la risa te lo dará una mujer.


Eduardo Martínez-Rico

viernes, 24 de julio de 2009

Antes del viaje

Antes del viaje piensa en lo que dejas atrás y en lo que te vas a encontrar. Imagina todo aquello que te espera, piensa por qué lo buscas y qué bien te va a hacer a ti y a la gente que te rodea. Piensa qué beneficio le puedes sacar al viaje, y no pienses sólo en lo pequeño, piensa en lo grande.
Antes del viaje piensa en la suerte que tienes de poder hacerlo; muchos no podrían, por muchas razones. Si es un viaje muy arriesgado, piensa que hay gente que no se aventuraría en él porque son menos valientes o curiosos que tú.
Piensa en todo lo que da el viaje, cualquier viaje, y procura que el tuyo te lo dé a ti.
Antes del viaje busca y ordena todas tus cosas, lo que necesitas. Dedica un tiempo a pensar en lo que se te ha podido olvidar. Pero no lleves muchas cosas, objetos que se pueden comprar en cualquier parte. Lo importante es que te lleves a ti, tu voluntad y dinero. Y aún esto no es lo más importante: muchos viajeros se han recorrido medio mundo sin apenas dinero.
Ten la mente abierta. Puedes hacer lo que quieras, por supuesto, pero es bueno prepararse un poco, leer, inquietarse ante lo que uno va a buscar para poder encontrarlo. Pero no seas un geómetra del viaje; deja la puerta abierta a la sorpresa, a la pequeña aventura, al camino. El camino nos enseña el destino, y para llegar a donde queremos llegar al fin no hacen falta planes ni mapas. Es demasiado fácil para eso.
Disfruta del mar y de la montaña, de las maravillas artísticas, pero presta mucha atención a la gente. La gente es diferente en cada sitio y nos está enseñando siempre. Un hombre que ha conocido personas de muchos lugares tiene mucha ventaja respecto del que no se ha movido de su lugar. Pero también esto es complejo.
Mira todo de forma diferente, y sabes cómo hacerlo.
Entra en los pueblos, piérdete en ellos, investígalos. Ten el placer de tomarte algo en una plaza o en lo hondo de un bar. Lee el periódico de la zona, hojéalo. Escucha las conversaciones de la región, los problemas, los cotilleos.
Antes del viaje, mentalízate ante la experiencia. El viaje es mucho más que diversión o descanso. Nos transforma por dentro y transforma un poco a los que nos conocen en ruta.
Viajar es algo serio, y hay profesionales del viaje. Hay personas que lo probaron de muy jóvenes y no han podido abandonarlo.
Antes del viaje, siéntate, o túmbate, cierra los ojos, y ponte a imaginar, lo que dejas atrás, lo que tienes por delante…


Eduardo Martínez-Rico

Acciones por realizar

Pocas veces los libros son justamente valorados. O los vemos como objeto para entretenernos, que no está mal, o como soporte de textos de estudio, que tampoco está mal, pero esta visión puede contaminar toda una vida. Los libros son mucho más ricos que eso, y más poderosos, y más prácticos.
Los libros han influido a los mejores y a los peores en sus empresas. Carlos V, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, eran fervientes lectores de las novelas de caballerías y sus obras personales están totalmente influidas por esos libros. Y por otros.
Hay libros que no se vendieron nada en su momento, pero su influencia ha sido poderosa en la Historia. Hay libros que han marcado la Historia y apenas se han leído.
Los libros son peligrosos, para algunos, propagan ideas, ideales, dan fuerza, ánimo, enseñan lo que se puede hacer, muestran caminos. El que minusvalore un libro y le parezca algo inútil propio de ociosos, o de intelectuales sin voluntad, está muy equivocado. Un libro está lleno de posibilidades, y sí, puede ser peligroso, pero depende mucho de quien lo lea.
Un libro es una máquina de posibilidades.
Un libro puede ser el futuro, o puede contar el futuro. A todos los que hemos leído algunas novelas clave de ciencia ficción, el presente, con todos sus adelantos y ciertas barbaridades, no nos sorprende mucho. A veces, cuando uno ve algunas cosas futuristas tiene la sensación de que sus autores las han sacado de libros que hemos leído.
Pero cuando digo que un libro puede ser el futuro me refiero a que contiene acciones por realizar, inspiraciones, caminos.
Hay libros para todo tipo de lectores, y lectores para todo tipo de libros. Escribimos sobre todo y para todos. Hay libros que necesitan su momento para ser leídos, y no hay que violentarlo. Los libros mantienen con los hombres y las mujeres una relación de amistad, rechazo y amor, fecunda.

Eduardo Martínez-Rico

jueves, 23 de julio de 2009

Parábola

Hace muchos siglos había en Grecia un sabio de portentosa cabeza que era capaz de solucionar profundos problemas, y de ayudar a todos los reyes de su tiempo a resolver sus disputas. Pero este sabio era completamente inútil para los problemas prácticos y cotidianos. Se quedaba paralizado y le costaba mucho hacer lo que desde el principio debía haber hecho con mejor voluntad. Despreciaba lo pequeño, lo mecánico, lo de todos los días. Hasta que un día, por una de estas incapacidades, se ahogó un niño en el río de su polis, delante de él, sin que él hiciera nada. Se quedó paralizado, pensando, sudando, pensando, y luego fue a llamar a alguien. Hubiera sido tan fácil lanzarse al agua, aunque ya no fuera joven…
Entonces decidió dedicar un tiempo cada día a los problemas pequeños, prácticos y cotidianos, y llegó a la conclusión de que si era capaz de resolver lo más elevado mucho mejor podría resolver lo pequeño de cada día.
Y entonces se dio cuenta de que nunca había sido un sabio. Fue cuando aprendió a resolverse sus propios problemas, lo práctico de cada día, cuando se sintió de verdad sabio. Antes sabía que era un hombre capaz de vencer todas las tormentas y de sobrevivir a los océanos más encrespados, pero que perecía en un cuenco lleno de agua.
Jamás pudo olvidar que por su culpa se había ahogado un niño. Todos los días rendía honor a su memoria y le pedía perdón, pero también le daba eternas gracias por haberle enseñado a vivir, él que tan ufano estaba de su ciencia y de su razón.


Eduardo Martínez-Rico

Un nuevo mundo

¿Van a sobrevivir los libros? ¿Va a sobrevivir el periódico papel? ¿Cómo va a condicionar Internet el mundo de la edición y la prensa?
Lo oigo tanto, se habla tanto de esto, que se me ha ocurrido que puedo dar mi opinión. Yo no me dedico a pensar en esto todo el día, pero es verdad que escribo libros y artículos, y colaboro también en Internet. Además, procuro estar atento de lo que hacen las nuevas generaciones, porque ellas son las que están marcando el futuro.
Sé que hay jóvenes, de dieciocho o veinte años, que leen libros enteros en el ordenador, aunque nos pueda parecer mentira. Ése es un apunte que nos sirve para saber si Internet es válido para leer, por ejemplo, una novela entera. Si uno se ha criado con el ordenador parece que sí es válido, y muy válido. Igual que ahora los alumnos de primer curso de Universidad, por lo que me cuentan, no leen periódicos en papel, sólo en Internet. Me temo que leen poco en general, pero lo que leen es en Internet. También debo decir que, si echo la mirada atrás, cuando yo tenía esa edad era un tipo bastante raro, porque leía vorazmente; la gente normal o leía poco o no leía. Incluso cuando empecé Filología pude ver que mis compañeros apenas leían, que no les gustaba mucho leer.
Creo precisamente por esto que debemos ser optimistas con Internet, porque está acercando la lectura a mucha gente que no leía. ¿Qué se hace en Internet? Ver y leer. A mí Internet a veces me recuerda a las revistas, que están pensadas para la gente que lee poco, muy bien maquetadas, con fotos grandes y espectaculares. Es más cómodo y sencillo ver que leer, aunque también haya que saber ver.
No soy demasiado amigo de la especialización, aunque nuestro mundo ha tendido totalmente a ella. Me gusta la mirada amplia, curiosa, abarcadora de toda clase de temas, aunque necesariamente haya que hacer algo bien, muy concreto; eso se supone que es el trabajo. Pero en este caso de los soportes, los libros, los periódicos, la lectura, creo en la especialización. Pienso que cada soporte, o cada medio, se va a especializar cada vez más, y vamos a querer los libros para leer buenas novelas, buenos ensayos, libros que nos dan especial placer y que requieren tranquilidad. No sé qué pasará con el periódico-papel, pero aunque sólo sea para otorgar un servicio de lujo, permanecerá. El periódico para los bares, las peluquerías, los restaurantes, y aquellas personas que valoren tener ese objeto entre las manos. Igual que hay bibliófilos habrá una especie de periodicófilos, pero más abundantes que los otros.
Internet lo dará todo, pero de otra manera, porque aunque no creo exactamente que el medio sea el mensaje, lo que está claro es que el medio condiciona, y mucho, el mensaje. Yo he abierto un blog y no estoy publicando en él de la misma forma que en mis libros.
Igual que no utilizamos una llave inglesa como destornillador, habrá un hueco para el libro-papel, el periódico-papel, dentro del universo Internet. Ha sido una revolución, pero me parece demasiado prematuro el invento como para pretender que lo va a barrer todo.
Los libros-papel gozan de buena salud. Los periodistas son más escépticos respecto al futuro del papel, de la prensa e incluso de su propia profesión. Pero por muchas novedades tecnológicas que introduzcamos, hay cosas que siempre hemos hecho al natural.
Lo importante no son los medios, sino lo que decimos, cómo lo decimos y con qué intención lo decimos.

Eduardo Martínez-Rico

(Artículo publicado en "El Norte de Castilla" el 22 de julio de 2009)

miércoles, 22 de julio de 2009

La obra

No te preocupes tanto por todos los errores que cometes, si te arrepientes de haber hablado mal de alguien al que quieres y no se lo merece. Toma nota del error, y que te duela, pero sigue adelante. Nadie es intachable, y tú menos que nadie. Por más perfecto que fueras no dejarías de cometer algún error.
Quieres ser mejor, y esto es un trabajo para cada día. Tienes que pulirte como los diamantes, a pequeños golpes, pero nunca te des uno tan fuerte que amenace romperte. Te morirás con mucho que perfeccionar. Éste no es un argumento para no dejar el perfeccionamiento, un ejercicio constante. Pero corrige rápido la página y pasa a la siguiente. Y no seas demasiado perfeccionista o nunca acabarás la obra. La obra eres tú, y tú estás en movimiento, en acción constantemente. No te das cuenta, pero te están leyendo siempre. La mujer que te gusta, tus amigos, tus jefes, tu familia, tus lectores.
Ánimo, mira atrás, pero como cuando conducimos y miramos el retrovisor del coche, rápidamente, de un vistazo, para luego mirar hacia delante. Delante estás tú, la vida, los que te salen al paso o decides encontrar. Está el futuro.


Eduardo Martínez-Rico

martes, 21 de julio de 2009

Cubeiro, el sabio útil

Yo tengo una deuda con Juan Carlos Cubeiro. Una deuda pequeña, fácil de remediar, que estoy cumpliendo ahora. Escribir sobre él en mi blog. Él me ha citado muchas veces, con el mayor cariño y generosidad, en su blog "Hablemos de talento".
Pero no es un mero asunto de “quedar bien” con una persona que te ha apoyado muchas veces, con gestos significativos; quiero ir más allá de eso, porque Juan Carlos y yo, aunque nos veamos poco, somos amigos y yo le considero colega de mi oficio. Él es coach, pero le encanta escribir, libros, artículos, su blog. Es un apasionado del humanismo, del saber, y sin duda tiene el don de la comunicación. No sólo sabe hacer lo que hace –es uno de los coaches más prestigiosos de España-, sino que sabe explicar lo que hace, razonarlo y exponerlo de forma atractiva y amena.
Hace de todo, y muchos se extrañan que lo pueda hacer todo. Yo sé que ama lo que hace, que es muy trabajador y se organiza muy bien, pero si no sintiera pasión por lo que hace no lo haría.
Está muy informado, muy al día, me cuenta que disfruta mucho yendo de librerías, lee continuamente.
Uno tiene debilidad por los que creen en él, y Juan Carlos cree en mí desde hace años, cuando había hecho mucho menos. Siempre agradezco mucho a los que confían en mí, y siempre lo haré, pero tiene más mérito el que lo hace con menos elementos de juicio.
Juan Carlos es un experto en talento, pero no es un teorizador del talento –también, aunque menos-; es una persona que vive sobre el terreno del talento, y estoy seguro de que sabe desarrollarlo, sacarlo adelante, crear el medio más adecuado para que crezca. La verdad es que no sé cómo es como coach. Lo he entrevistado varias veces, le he leído y he participado en algún acto que ha organizado. Sé más bien como piensa, su actitud ante la vida y sus ideas claras. Tiene muchos pupilos.
El día que se retire del coaching, probablemente, se dedicará por entero al humanismo, a sus libros, y dirá cosas diferentes sobre temas en los que ahora no se puede parar. Cubeiro es un sabio útil, como algunos griegos antiguos. Él sabe lo que hacer con el saber, cómo buscarle el lado práctico, como enseñarlo al público para que puedan sacar el mejor partido de él.
Yo tengo cuatro amigos que sin quererlo los englobo en un mismo grupo: Enrique Alcat, Juan Carlos Cubeiro, Carmen Giménez-Cuenca y Pilar Jericó, por orden alfabético, porque todos se mueven más o menos en el mismo campo.
Gracias a ellos, a los que hacen coaching y hablan sobre él, tengo la mejor valoración sobre ese “arte”, como dice Juan Carlos. A mí el coaching me quitó algunos prejuicios, me centró y me ayudó a moverme mejor en la sociedad y en el trabajo. Eso es mérito de Carmen Giménez-Cuenca, que fue mi coach.
La sociedad y el trabajo… La sociedad tiene muchos defectos, como yo mismo, pero no se me olvidan los cantos que hace Marco Aurelio a la sociedad. Primero vamos los individuos, luego la sociedad, y luego la Naturaleza, o mejor al revés, según para qué. Para Marco Aurelio, lo que es bueno para la sociedad tiene que ser bueno para nosotros, y lo que es natural, lo que es conforme a la Naturaleza, es también bueno para nosotros.
Juan Carlos Cubeiro siempre concilia el saber práctico con el teórico, y cada uno es un potenciador del otro.


Eduardo Martínez-Rico

Dios

Tu talento
Ha diseñado
Las estrellas
Y los planetas,
Todos los fenómenos
Del Universo.
Eres Dios,
Único e increado,
Omnipresente
Y omnipotente.
Pero estás solo,
Sin amigo
Ni pareja,
Y estás condenado
A la soledad,
A crear para otros,
Perdido en tu grandeza
Que nadie capta,
En tu complejo
Amor,
Que nadie
Comprende.
Eternamente
Solo,
Dios.


Eduardo Martínez-Rico

lunes, 20 de julio de 2009

Antes del partido

Antes del partido debes saber para qué juegas. No es lo mismo jugar para pasarlo bien que para ganar. No es lo mismo jugar para hacer ejercicio y estar en forma que darlo todo para ganar.
Antes del partido debes saber qué importancia le das al deporte, a ese deporte, al ejercicio y a ese partido.
Antes del partido debes saber si quieres demostrar algo, al rival o rivales, a ti mismo o a otra persona.
Antes del partido puedes pensar cómo utilizar la experiencia para tu vida cotidiana, la de hoy, la de mañana, para ahora mismo que estás pensando en tu partido.
Antes del partido debes saber con quién vas a jugar, porque eso lo condiciona todo.
Antes del partido debes conocer tus objetivos. Divertirte es un gran objetivo, pero puede ser otro.
Se conoce mucho a la gente sólo viéndola jugar. A lo mejor ha llegado la hora de que te conozcan, de que te conozcas, de forma diferente. Quizá hoy sea un buen día para jugar de otra manera. Quizá seas feliz jugando como juegas.
En una pista se ve como en una pantalla de cine la personalidad del adversario. Se ve al luchador, al marrullero, al tramposo, al caballero.
Se puede ir a ganar y ganar siendo un caballero.
Ser un caballero está al alcance de todo el mundo; tiene poco que ver con la educación, la clase social o el dinero. Es una forma de ser, mejor, una actitud. Lo que yo llamo un caballero.
Antes del partido podrías examinar lo que eres y lo que quieres ser. Cualquier momento es bueno para cambiar. Si quieres.

Eduardo Martínez-Rico

Otra

Roza tus ropas
Con tus dedos
Mientras te miro,
Lejos,
Recién salido de la ducha,
Con las gotas
Cayendo de mis cabellos,
El deseo húmedo,
Imaginando
Que eres otra.


Eduardo Martínez-Rico

domingo, 19 de julio de 2009

SABIOS

El otro día Carlos García Gual me regaló un libro suyo que me apetecía mucho leer, Los siete sabios (y tres más). Apenas he leído los primeros capítulos, pero precisamente en ellos García Gual explica la historia del concepto de sabiduría en la antigua Grecia. Para mí esto es muy importante porque estoy interesado por la sabiduría, idea huidiza y cambiante, realidad ambigua y multiforme, desde hace muchos años.
García Gual explica cómo la sabiduría se fue haciendo más abstracta, y de designar a quien dominaba un oficio a un arte acabó centrándose en los que se dedicaban al conocimiento, cada vez más elevado, el estudio de la naturaleza, los seres, las cosas, los dioses.
¿Qué es un sabio? Creo que todos tenemos claro lo que es un sabio, pero no coincidimos todos en la idea de sabio. Para unos es una cosa, para otros otra, y también puede haber distintos sentidos de la palabra. “Sabio” es un continente que se puede llenar de muchos contenidos.
Yo sé que llaman sabio al que sabe muchas cosas, y lo es, y así aparece en el libro de García Gual, pero yo considero sabio al que sabe muchas cosas, pero también cosas útiles, al consejero, al del saber interior… El que un hombre sea como una enciclopedia no me atrae mucho, aunque también sea admirable. Tenemos que hacer algo bueno con el conocimiento; si no el “sabio” no deja de ser una atracción de feria.
Mi “sabio” particular concilia la sabiduría del conocimiento con la sabiduría práctica; es el que tiene la palabra que necesitamos, el buen consejo. Mi sabio particular también debe tener una conducta de sabio, es decir, no sólo debe serlo sino también parecerlo, que aquí son una misma cosa. Mi modelo de “sabio” conjuga las palabras y los hechos, trabaja, piensa, observa, estudia para los hechos, para hacer cosas buenas o para inspirarlas.
Hoy se habla mucho de sabios, con un carácter un tanto institucional, aunque no estaría de más que las instituciones utilizaran de verdad a los sabios. Los “siete sabios” que analiza García Gual en su libro destacaron por su trabajo cívico y político. Para mí la sabiduría tiene como fin el bien común, la prosperidad, la felicidad de todos. Por lo menos de la comunidad, y que cada cual haga esta palabra lo más grande que quiera.
Para mí también es sabio el que ha perseguido la sabiduría de forma desinteresada, como puro amor, efectivamente, amor. Hay un flechazo y el sabio sigue a la sabiduría allá por donde va, por la vida y por el mundo, en los demás y en sí mismo.
Pero no porque llamen a alguien sabio lo es más o menos. El sabio lo es por sí mismo, como un valor inapreciable, inmutable, siempre al alza, para sí mismo. No tenemos que cantar al sabio, no le sonrojemos. El premio de la sabiduría, siempre en formación y movimiento, es la propia sabiduría, cuerpo, mente y alma.
Hace un rato le decía a mi madre y a mi amigo Enrique Alcat, de tan prodigiosa cabeza, que la sabiduría, en mi opinión, la tenemos todos, sólo hay que saber utilizarla y cultivarla. Puedo equivocarme porque fue una idea repentina, pero creo que el embrión lo tenemos todos; eso sí, hay que echarlo a crecer, alimentar, vigilar y utilizar.
Me parece que la sabiduría, que no deja de ser una mezcla de conocimientos, experiencias, sentido común, cuerpo, mente y espíritu, me parece que la sabiduría inactiva se desactiva a sí misma. La sabiduría hay que ejercitarla, en la acción, en la opinión, en el estudio, en la palabra.
La alimenta el amor por ella, y yo puedo decir, perdonadme la pretensión, que soy novio de la sabiduría. Es un poco puta, bella y encantadora pero puta; nunca lo da todo, pero nos lo puede quitar todo; nos hace resbalar y nos puede engañar. Pero también es fiel; va un paso más allá de nosotros, un paso más lejos… podemos alcanzarla, y la alcanzamos, pero no dura mucho. Suelta de vez en cuando algunos secretos, pero la verdad es que tiene muchos, muchísimos más. Si la satisfacemos nos cuenta más cosas, pero en seguida escapa y hay que correr detrás de ella.
Sin algún momento creemos que la poseemos, en seguida cometemos un error. Es su manera de decirnos que no nos confiemos, que jamás se casará con nosotros, que nos lo tenemos que currar día a día, y que cuando note que nos relajamos nos abandonará, llevándose el anillo que le regalamos y todos nuestros recuerdos.
Es la novia más estable, siendo tan extraña, que he tenido en mi vida, y aquí meto en ella a la literatura, y en la literatura a ella. Yo sé que me moriré y ella estará a mi lado, firme, quieta, entonces sí, fiel. Me irá abriendo el camino, explicando como una madre lo que me voy a encontrar. Puede que entonces me lo dé todo, como una buena esposa. No por ello la amaré más.
La amo ahora, y nunca le agradeceré lo suficiente que me ame tanto, yo que tengo tantos defectos e imperfecciones.

Eduardo Martínez-Rico

sábado, 18 de julio de 2009

La fiesta

Ícaro, no seas tan nostálgico y poético. Piensa más en el futuro que en el pasado, sobre todo en materia de mujeres. ¿Qué es eso de que te dejen tanta huella? Estás unos días con una mujer, o un simple día, una solitaria noche, y ya la recuerdas a perpetuidad. Sí, eso es muy literario, y le puedes sacar provecho escribiendo, pero es muy poco práctico.
Debes pensar en el futuro, y mucho más en el presente. Sal, déjate ver, muévete. Ésa es la mejor receta, y deja de vivir en el pasado y del pasado. Deja de jugar en tu imaginación con lo que ya pasó. Si necesitas historias, escríbelas, pero luego olvídalas.
En el tema de las mujeres lo mejor es la realidad, lo que se está moviendo en este instante. Disfruta con ello, no sufras. Hace años hacías lo mismo, pero al revés. No te duraban más que unos días, y pasabas de una a otra con una facilidad asombrosa. Ninguna te llenaba, ninguna te apasionaba; sólo te interesaba la siguiente. Ahora todo ha cambiado.
Céntrate en el término medio. Estás en una edad maravillosa para vivir lo que ya no vivirás nunca. Esto sí que te lo digo: que no se te pase este momento.
Lo estás haciendo bien. Trabajas en lo tuyo, en lo que te apasiona, en la razón, esencia y destino de tu vida, y pescas lo que puedes. Pero has de abrirte más. Tienes que conciliar las dos cosas, unir los dos destinos y dedicarle más tiempo a este tema. Así dejarás de vivir del pasado, aunque sea reciente, para bajar al presente e invertir en el futuro.
Me acuerdo que decías que en cuestión de mujeres había que ser un profesional, que ésa era la única manera, y que tú lo eras. Quítate la frialdad del profesional, pero no seas ingenuo tampoco y muévete, trabaja también ese huerto. Confía menos en la suerte que en tu capacidad, que la tienes, y muy grande.
Mira, Ícaro, ya eres muy mayor para que te aconseje en estos temas, pero déjate vivir, libérate, abre más los ojos y muestra una preocupación despreocupada por esto.
No busques una novia, que ya tienes a Sabiduría, y la otra llegará cuando le dé la gana. Busca todo, lo que sea, y lo encontrarás todo. No trates de engañar a ninguna, muéstrate como eres, que ya es bastante, y lánzate con un triple salto mortal. Sin alzar una palabra más alta que otra, sin sacar pecho ni ponerte de puntillas. Tienes suerte que la naturaleza te ha dotado bien, mucho mejor que a mí. Las mujeres se fijan en los hombres como tú, por lo menos de entrada. Sujeta tu boca y tu filosofía, salvo en las que se muevan en tu mundo. A las otras muéstrales tu lado más convencional, al principio, poco a poco, y luego ve pisando el acelerador.
Pero qué digo, de esto sabes mucho más que yo. Respira en el presente, respíralas. Ahora. Ya.
Deja un poco tu bolígrafo y tu libreta. Olvídate un momento. Muévete por la fiesta, Ícaro.


Eduardo Martínez-Rico

viernes, 17 de julio de 2009

El tanque

Sólo nosotros vamos dentro de nosotros. Sólo nosotros sabemos qué se siente cuando miramos a los demás desde nosotros mismos, cuando oímos, sentimos, cuando estamos.
Hay que ser muy elocuente para explicar a los demás qué se siente cuando nos movemos y nos relacionamos con los demás. Y no lo hacemos casi nunca; aunque no seamos maestros de la palabra deberíamos hacerlo más a menudo, porque intentarlo es lograrlo.
Sólo nosotros sabemos qué se siente dentro de este tanque que somos nosotros mismos. No estaría de más que comprendiéramos cómo se sienten los demás, cuando no los comprendemos, o cuando nos extrañamos de lo que hacen. No somos tan diferentes. Somos únicos, pero no somos tan únicos como creemos.
Nos movemos por la vida en un mar de nervios, de sensaciones, de experiencias, de pensamientos. Nosotros manejamos el tanque y nadie sino nosotros sabe qué se siente dentro, cómo lo manejamos y cómo nos influye en todo lo que hacemos.
Lo llamo tanque y podría llamarlo coche o barco, pero tanque es mejor, porque la vida a menudo nos parece una guerra, no porque siempre sea violenta sino porque nos turba con facilidad, surgen problemas continuos, obstáculos que debemos esquivar. La vida, en este sentido, se parece mucho a un videojuego simple y antiguo.
Estamos aislados dentro de nuestro tanque, y tenemos que adivinar al otro. Entendernos mejor nos servirá para entender mejor a los otros. Los demás no viven en una situación muy distinta.
Hay que sacar la cabeza del tanque, por lo menos, y dejar que el aire nos desordene el pelo, sentir lo otro, el exterior, los demás. Con un poco de suerte hasta podemos abandonar el tanque y dejarlo caer por un precipicio.
Somos fuertes cuando notamos que hemos llegado a los demás, que los demás nos han llegado, cuando lazos invisibles nos unen y no necesitamos defensas ni precauciones.
Sé que hay personas que van por la vida con el pecho descubierto, en medio de grandes peligros.


Eduardo Martínez-Rico

jueves, 16 de julio de 2009

El escritor profeta

Hace poco tuve la oportunidad de oír una conferencia de José Saramago. Me apetecía mucho escucharlo en directo; no lo hacía desde antes de su premio Nóbel, cuando fui a la presentación de su libro Viaje a Portugal en la facultad de Filosofía y Letras de la Complutense, donde estudié. Me acuerdo que me dieron un folleto de esa presentación, a la entrada del metro. Saramago era un escritor bastante menos famoso que ahora, pero ya había publicado muchos libros y era prestigioso.
Yo había hojeado, que no leído, La balsa de piedra, y acababa de comprar precisamente El evangelio según Jesucristo, que había levantado una gran polvareda en Portugal. Era un escritor distinto, imaginativo, profético y con un gran aspecto de sabio y de hombre bueno, con el ceño siempre fruncido, como enfadado con el mundo.
Siempre recuerdo que aquel Paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras estaba vacío, que se podía contar con los dedos de las manos a los asistentes, y cómo cambió eso cuando ganó el Nóbel.
Me acuerdo que después de su presentación de Viaje a Portugal hubo una ronda de preguntas. Yo le pregunté por qué Viaje a Portugal y no Viaje por Portugal. No recuerdo lo que me contestó, pero creo que le gustó la pregunta. Tenía en la memoria el Viaje a la Alcarria, de Cela, y el mismo Saramago en su intervención citó los viajes de Cela y lo importantes que habían sido para su libro.
Saramago pertenece a un tipo de escritor que si no lo remediamos puede morir con él. No lo conozco en su vida privada, pero la impresión que da es la de un hombre libre, que piensa lo que dice y que ha colocado la literatura y el pensamiento, los grandes ideales, por encima de él, como algo que le sirve para vivir y que él defiende siempre. Es el escritor-conciencia, el escritor-sabio, que sabe que se puede equivocar pero que proclama lo que cree que debe proclamar.
Vivimos en tiempos peligrosos en los que el escritor se ha convertido ya en un bien de consumo. El libro es como cualquier otro producto, y el escritor una fábrica de productos. Pero la literatura, por su propia esencia, vive de, por y para el ser humano. Se sirve del hombre y sirve al hombre. El que los libros se compren y se vendan forma parte de otra lógica, y está muy bien. El escritor debe asumir el juego del mercado, del dinero, etc. Pero el escritor, por ser quién es, por haberse especializado en este campo, lo cual puede sonar mal pero se entiende bien, tiene la obligación de decir y recordar lo que otros no ven, porque no lo perciben o porque no quieren hacerlo.
La figura de Saramago, ya de ochenta y muchos años, está llena de venerabilidad. Sólo su presencia significa algo particular, mucho, y llena de respeto a los que la tienen delante. Sus palabras, a veces desenfadadas y ligeras, tienen de vez en cuando cargas de profundidad poderosas. Si las dijera otro sonarían diferente, pero baste que las diga Saramago para que cobren una gran dimensión.
El otro día que le escuché dijo, por ejemplo, que “las palabras no son inocuas”, llamando a la responsabilidad de los que trabajan en los medios de comunicación. Por supuesto, y más todavía, pero de distinta manera, esto vale para un escritor. Todos debemos medir nuestras palabras, seleccionarlas bien, apuntar bien, y todos sabemos lo difícil que es esto. Con qué frecuencia decimos lo que no queremos decir, porque es complicado acertar con la medida exacta.


Eduardo Martínez-Rico

(Artículo publicado en "El Norte de Castilla" el 15 de julio de 2009.)

La biblioteca de Luis Alberto de Cuenca

Para Lorena Mingorance


Estos días he visitado un santuario de los libros, la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca, compuesta por unos treinta y cinco mil volúmenes, libros de todo tipo, de todos los géneros, de muchas épocas, libros de Cultura, con mayúscula, como dirían algunos, y también libros de cultura popular, como dirían otros. Luis Alberto se caracteriza por reunir toda la cultura, a Tintín y La guerra de las galaxias con Homero y Shakespeare. La Cultura Total. Es filólogo de Clásicas, pero sus intereses lo abarcan todo, y me imagino que a veces sentirá frustración por no poder abarcar más de lo que ya abarca.
Cuando visitaba su biblioteca pensaba en los antiguos sabios, muy antiguos, que aspiraban al conocimiento total, y lo que éste puede servir al hombre para dirigirnos mejor, para prosperar, para ser mejores, para vivir mejor. El conocimiento vuelto sabiduría.
En realidad la biblioteca de Luis Alberto, como él dice, es su vida, su biografía. Yo lo conozco bastante bien y no me sorprendió nada de lo que vi, pero paseando por su biblioteca uno se puede hacer a la idea de lo que tiene en su cabeza.
Va allí a trabajar por las tardes, y yo creo que va a jugar, como un niño con sus juguetes. Tiene varias mesas de trabajo, varios ordenadores, y todo está lleno de libros, hasta la cocina, todas las paredes.
-Sí –dice Luis Alberto-, la biblioteca tiene un orden, dentro del desorden.
No hay una clasificación para esta biblioteca, que no se parece a la de Babel de Borges, porque la de Borges nunca podría ser tan divertida, disparatada y al mismo tiempo tan coherente, muy coherente. Armoniosa, deliciosa.
Hay muñecos por todas partes, de sus héroes del cómic, del cine y de sus escritores favoritos. Muñecos, fotos, postales, en todos los estantes. A una cabeza de Darth Vader, colgada en la pared, cuando se apaga la luz se le iluminan los ojos rojos y emite los sonidos estentóreos y metálicos del personaje.
-¿Dónde compras?
-En todas partes.
Tiene una televisión muy grande, y al lado del sillón un montón de películas. Cómo me imagino a Luis Alberto aquí viendo sus películas, leyendo sus libros, tomando notas, escribiendo un poema, un prólogo, consultando en Internet un dato.
Una vez me dijo que era una biblioteca “para divertirse”, para disfrutar, y me quedé con eso. Cuando la visité lo entendí perfectamente. Nadie podría leer todo eso nunca, a no ser, quizá, que se convirtiera en un monstruo, y ya somos bastante monstruos los que hemos leído mucho. Pero todos los libros son apetecibles, todos contienen una pista olvidada en nuestra vida, aquello de lo que querríamos saber más, profundizar, ese tema que tanto nos gustó hace años, ese autor del que tanto hemos oído hablar, o esa lengua extranjera que nos gustaría conocer pero que no conocemos, porque somos limitados y porque ya tenemos bastante con lo que tenemos.
O simplemente la novela que nos apetece leer, el cuento con el que tanto disfrutamos cuando éramos niños.
La biblioteca de Luis Alberto de Cuenca, y el propio Luis Alberto, deberían ser utilizados en las campañas de promoción de la lectura. Porque ambos representan el gozo de leer, el disfrute sin límites de la lectura, y porque esta biblioteca no sólo es la biblioteca de un escritor, o de un filólogo; es la biblioteca de un gran amante de la cultura, que no le pide ni más ni menos que lo que da, en primer lugar: placer. Es una biblioteca que lo mismo te ofrece un cómic de Tintín o de otros tantos personajes, que Macbeth, la obra favorita de Luis Alberto de Shakespeare, o los libros de mi querido mitólogo Joseph Campbell, una primera edición de Quevedo…
Yo no podría evitar utilizarla para escribir, y lo estoy haciendo ahora, pero es una biblioteca para vivir, sin más, para gozar de ella, un parque de atracciones sofisticado que atraviesa la Historia del hombre.
Quien conoce a Luis Alberto sabe que esta biblioteca es auténtica, inseparable de él, y que él y su biblioteca son el mismo ser, van juntos a todas partes. Ahora que conozco su biblioteca conozco mucho mejor a mi amigo.

Eduardo Martínez-Rico

miércoles, 15 de julio de 2009

El Tesoro

Busca lo que quieras encontrar. Búscalo con fuerza, con ahínco, con insistencia, desesperadamente. Si no lo encuentras sigue buscando; tú sabes que existe. No te desanimes nunca. Al final lo encontrarás. El tesoro existe para todo aquel que sabe perseguirlo, valiente, noble, incansablemente. Hazme caso, ponte a buscar, échate al camino, sigue buscando. Un día me mirarás a los ojos, sonriendo, y me dirás: “Lo encontré.”


Eduardo Martínez-Rico

martes, 14 de julio de 2009

Nosotros somos el mundo

Pasará este verano, y luego otro y otro. El 2009 se convertirá en 2010, 2011, 2015. Pasarán los meses y añoraremos el verano, esperaremos el siguiente. Pasarán los años y miraremos las fotos de este verano, y recordaremos lo que vivimos, lo poco que recordemos. Lo bueno y lo malo. Nos haremos mayores, inexorablemente, de forma plena o más o menos incómoda.
Lo que no nos dice nadie, o apenas nadie, es “aprovecha lo que tienes, vive esto, tú que puedes, disfruta, trabaja pero disfruta, vive todo lo que puedas”.
Estamos tan acelerados todos, por la profesión o por el placer, que no nos paramos un segundo a mirar alrededor y valorar lo que tenemos, a saborear el minuto que estamos viviendo y que no volverá. Los del futuro pueden ser mejores, pero seguramente estos los vamos a ver con nostalgia.
Vivir el presente, el hoy, todo lo que hagamos. Vivir el rostro que nos devuelve el espejo. Pegar un brinco por estar vivos. Reírnos de nuestros miedos porque nos dicen que estamos vivos. Hacer de nuestros problemas una gran bolsa de vitalidad. Uno vive cuando lo pasa bien y cuando lo pasa mal, pero este segundo en el que escribo esta letra ya no va a volver.
En el calendario todavía pone 2009, verano. Que no pase la hoja sin haberlo vivido, conscientes de que estamos en la tierra con toda la mezcla de placeres, sueños y terribles experiencias. El mundo seguirá girando y llegará un momento en que lo hará sin nosotros. Que todo lo que hagamos, todo, tenga otra trascendencia. No es lo mismo hacer las cosas porque sí, que hacerlas conscientes, dejándonos un poco de piel en cada actividad. Somos únicos y hoy el mundo depende de nosotros, aunque sea de forma infinitesimal. Nosotros somos el mundo.


Eduardo Martínez-Rico

domingo, 12 de julio de 2009

Ser profesor

Ser profesor para mí es crear una dimensión nueva en todo lo que hago, una dimensión que enriquece mi vida, mi obra de escritor, mi forma de leer y mi manera de relacionarme con el mundo.
Un profesor quiere lo mejor para sus alumnos, no sólo quiere que sepan más o que sean más sabios; quiere que sean mejores. Un profesor quiere que sus alumnos tengan todo lo bueno que tiene él. Si él trabaja bien querrá que sus alumnos trabajen bien, si tiene unas pasiones determinadas que él piensa que pueden dar la felicidad, querrá trasladarlas a los alumnos. El modelo de una asignatura es el propio profesor, pero éste tiene que ser sensato y humilde y saber que no todos los alumnos –muy pocos, poquísimos- son como él, y lo que a él le ha servido y llenado tanto, a otros puede que no les sirva. Hay que enseñar lo suficiente, una orientación para la vida, una pista, y mientras uno pasa a otros temas o alumnos esperar cómo germina la semilla en cada uno.
Un buen profesor no quiere que sus alumnos caigan en sus mismos errores, aunque sabe que muchos son inevitables y fecundos.
Un buen profesor no quiere que sus alumnos tengan sus defectos, pero sabe que siendo como son ellos pueden crecer y mejorar a partir de ello. Hay algo nuestro que nadie nos puede quitar ni cambiar, una esencia, y a partir de ella se expande el Universo.
Ser profesor es ser el eterno estudiante que siempre está estudiando y siempre se está examinando. Ser profesor es examinarse todos los días delante de los alumnos.
El perfecto profesor es un sabio humano, con los pies de barro, como todos los hombres, y con toda conciencia de tenerlos de barro, que ha decidido dar lo que sabe a los demás. La recompensa del profesor es la interacción: el aprendizaje que recibe de los alumnos, con sus dudas y aportaciones. Quienes más enseñan al profesor son los alumnos. Los alumnos son los profesores del profesor, que luego enseña a los alumnos y acaba cerrando un círculo. “El que más aprende es el profesor”, me dijo un amigo profesor cuando empecé a dar clases, y tenía mucha razón.
Ser profesor, cuando se es, acaba siendo algo que va mucho más lejos de un dinero o unos horarios, unos compromisos. Ser profesor imprime carácter, como el sacerdocio se lo imprime a los sacerdotes.
Un buen profesor es un hombre sabio que conoce bien sus límites, pero que también sabe que los límites son elásticos. Un buen profesor emplea su autoridad lo menos posible, cuando no queda más remedio. Un buen profesor escucha tanto como habla, dentro y fuera del aula. Un buen profesor es una antena receptora a todo lo que está ocurriendo en su medio; es todo lo receptor que puede, asimilando, analizando, dando.
Un buen profesor es una persona entregada a lo que hace, y si realiza otras actividades acaba haciéndolas compatibles con su trabajo como profesor. Un buen profesor si no siempre acierta, cuando tiene toda la intención de acertar, es porque es humano y falible, y también porque no siempre nos pueden captar, comprender. Todos nos movemos en unas determinadas frecuencias y no todos pueden sintonizar con nosotros. Uno de los trabajos del profesor es sintonizar con los demás, con el mundo y con sus alumnos. Éste es un esfuerzo que debe hacer, porque supone un puente continuo entre el exterior, los alumnos y él mismo. Un campo de energía, de conocimiento y algo mucho más grande que eso. Pero también debe tener claro que el tiempo cambia, y que lo que dijo o impulsó en un momento, puede necesitar años para germinar en el otro.
Los errores del profesor, como todos los errores, son muy productivos, pero hay que tener humildad para verlos y reconocerlos, ilusión para cambiarlos, capacidad y esfuerzo para obtener frutos de ellos.
Cada vez que hablamos, y mucho más en estas profesiones de la palabra, escritor, periodista, profesor, cada vez que hablamos debemos mimar, milimetrar nuestras palabras. Las palabras pueden ser bombas de relojería, para bien y para mal, que tarde o temprano estallarán. Lo que decimos hoy puede tener su consecuencia dentro de años. Aunque parezca que nadie nos escucha, que son inútiles nuestras palabras, debemos miniarlas como una obra de arte, verdaderamente útil y poderosa, porque esas palabras pueden estallar en cualquier momento, de muy diversas maneras.
También hay que miniar los actos, los gestos, los consejos. Todo lo que hace un profesor se puede activar en la cabeza del alumno muchos años después.
Un profesor no es un creador de personas, ni de mentes, pero lo que diga o haga puede influir de por vida. Los alumnos también marcan a los profesores.
Un buen profesor nunca olvida cua ndo fue alumno. Un buen profesor sabe que siempre es alumno, de la vida y del mundo.
Un buen profesor no debe quejarse de lo que tiene, de sus problemas, de sus alumnos, de la situación que le ha tocado vivir. Un buen profesor está movilizado por aquello en lo que cree, y siempre está dispuesto a permanecer abierto a aquello que no comprende.
Un buen profesor debe aceptar y adaptarse a los cambios, pero no aceptar todo lo que implican. Los cambios y las evoluciones tienen su parte negativa, y se puede perder algo valioso en el camino. Ese algo valioso hay que rescatarlo, preservarlo, adaptarlo y transmitirlo. Los cambios, cuando son malos, se pueden cambiar.
Que el profesor hable en su aula bien seguro de que está creando el futuro. Que esto le produzca una responsabilidad y una humildad grande, pero también una grandeza. La sociedad puede ignorar a veces a sus maestros, en dinero y prestigio, pero fueron ellos los que enseñaron a la sociedad a leer, hablar y escribir, a contar, a conocer su país y su mundo. Nadie olvida un buen profesor, como nadie olvida a una buena novia o a un buen novio. Los que hoy lo son que empiecen a cuidar desde ya la memoria de quienes jamás les olvidarán, de quienes siempre les estarán eternamente agradecidos.
Y en los malos momentos, que los hay, que el profesor nunca olvide su importancia, su papel en la sociedad y en la Historia, la imagen que le devuelve el espejo y que nadie podrá manipular. El profesor es el campesino que nunca deja de sembrar en los demás, el que nunca deja de aprender de los demás, el que mejor asume aquello que le atenta, pero también el que lucha con más fuerza por lo que cree justo y necesario.
El profesor es el satisfecho con su trabajo, un trabajo que es presente y se proyecta en el futuro, el hombre que vivirá en la cabeza de otros toda su vida, el hombre que al final tiene tantas vidas como tantos alumnos haya tenido. El profesor es ese sabio generoso y abierto que cuando averigua algo ya está deseando transmitirlo.
A veces pienso que entre escribir y enseñar sólo cambia el medio que se elige para transmitir.

Eduardo Martínez-Rico

La esperanza

Era tarde, quizá las nueve de la noche, quizá más tarde, pero en la sierra de Guadarrama aún había luz. El sol había caído detrás de las montañas y un resplandor maravilloso recortaba sus vértices, con un ligero fulgor muy agradable de ver.
“Si yo fuera pintor”, me dije, “pintaría esta sierra con esta luz y titularía el cuadro La Esperanza.”
No soy pintor, pero soy escritor y se me ha ocurrido escribir una pequeña entrada en mi blog. La imagen es muy fácil. Las montañas simbolizan, aparte de su belleza, las dificultades de nuestra vida, cómo detrás de una viene otra, y otra, y así interminablemente. Pero detrás de las montañas hay una luz divina que nos dice que allí detrás hay algo que realmente merece la pena, y que merece la pena que sigamos caminando para alcanzarlo.
La esperanza siempre aparece en medio de las dificultades, de lo contrario no se llamaría esperanza. La esperanza implica algo malo, negativo, un problema, y una luz que aparece como signo de lo bueno, de lo positivo, de la solución, de la felicidad. En la sierra de Guadarrama aparece un crepúsculo que parece de otro mundo. Ese crepúsculo hoy, para mí, significa la esperanza, la Esperanza.
En los peores momentos siempre aparece esta luz, si la sabemos ver, en la forma de un amigo, un familiar, un proyecto profesional, un viaje, cualquier cosa. Una película o un libro. Una ayuda.
La esperanza es lo que todavía no es, pero puede ser, pero nos necesita a nosotros para ser. Es pura porque no está contaminada por la realidad. La esperanza se parece mucho a la ilusión, y despierta la ilusión. Gracias a la esperanza se han realizado algunas de las cosas más fabulosas de la creación.
Tengamos esperanza; con la esperanza la mitad del trabajo está hecho. Tras la esperanza viene la salvación, y con ella la felicidad.

Eduardo Martínez-Rico

sábado, 11 de julio de 2009

El verano enamorado

Cómo es el amor, tan mudable. Cómo cambia todo en tan poco tiempo. La mujer a la que entusiasmábamos ahora nos rehuye en las fiestas. La mujer para la que éramos su héroe ahora está con otro. Y todo esto sucede a veces por nuestra culpa, y a veces porque el corazón es una veleta que apunta a una dirección y luego a otra.
Pero no hay que desesperarse, no hay que preocuparse. Hay que sufrir lo justo y tener una actitud activa. Nos podemos retirar del tablero durante un tiempo, pero tarde o temprano tendremos que volver. Está en nuestra naturaleza, y es sano y bueno.
El problema es cuando uno piensa que si esto es lo que nos sucede de solteros, qué nos pasará de casados. Ellas tendrán otros pensamientos y otros problemas.
Tú ahora no estás precisamente en un momento de gran ilusión, pero, paradójicamente, estás muy contento con tu aspecto físico. El físico te lo dieron, no lo buscaste. Sólo lo trabajaste en serio en la adolescencia, y luego lo mantuviste. Siempre te ha preocupado la cabeza y la pluma, no tu físico, aunque éste te ha dado siempre muchas alegrías. Es algo que tienes: dichoso tú.
No hagas caso a la mujer que ahora te rehuye. Así es la vida, y tú podrías hacer algo parecido llegado el momento. Si quieres sacar algo de esto analízalo como un científico, y tómate a ti mismo como objeto de análisis. A ti y a ella. Pero no te agobies, no te obsesiones.
Concéntrate en lo que nunca te abandona, en lo que nunca te falla, y vive. Estate abierto a la gente que no conoces, porque la que conoces, en general, se te ha quedado un poco estancada, y tú a ella. Ve en busca del mundo, aventurero del mundo, y llévate tu libreta de notas y el ordenador.
El verano ya está en marcha. Baja el volumen de trabajo. Te llama menos gente; recibes menos correos electrónicos. Aprovecha esto para vivir el verano, esa época del año única, la más diferente a todas las demás porque se hace una vida completamente distinta a las demás.
Tienes que trabajar, pero te encanta trabajar en verano a velocidad de crucero, sin prisa pero sin pausa, constante.
Escucha la música de tu habitación, del coche y de la calle. Inspírate en ella. Respira hondo y expira despacio. Bébete la vida con el filtro del que sabe qué bebe y lo valioso que es lo que bebe.
Viste ropa alegre y luce tu sonrisa para los demás. Disfruta cada pequeño detalle que te brinde la vida, y busca los detalles desconocidos, pequeños, esos rincones de la vida a los que no solemos prestar mucha atención.
Goza de la luz y de la oscuridad. Empieza el verano de tu vida, que te lo mereces después de trabajar tanto –trabajar para ti-. Sé más simpático que nunca, pero también serio y riguroso cuando hay que serlo.
Y no te preocupes que tu amor, ¿tu antiguo amor?, haya decidido que tú eres una página pasada. (Una página pasada bien escrita y llena de contenido.) Lo decidió hace mucho, y la amistad es una carga muy dura para un hombre y una mujer que han compartido algo más. Dale lo mejor que tienes, si hay ocasión, y fíjate en todas las demás mujeres que pueblan el mundo, tantas maravillosas, inteligentes, que tienen tanto que darte y que recibir de ti.
Pasamos una vez al año, cada nueve meses, por una ventana que se llama verano. Luego la ventana se va, queda atrás, y la añoramos. Vive este ventana con todo tu cuerpo y toda tu mente, ve por ella el paisaje incomparable, báñate en ella, aprende de ella, agárrala bien fuerte para que, mientras la tengas, te pueda hacer feliz.


Eduardo Martínez-Rico

viernes, 10 de julio de 2009

La palabra

Cuida la palabra.
La palabra es un don de Dios, o de los dioses. La palabra es humana y mágica; abre puertas sólidamente selladas, transmite lo mejor y lo peor al otro; es dueña de voluntades y puede ser tan feroz como una espada en movimiento.
Hay que cuidar la palabra, su espíritu, su letra, su estudio, su alcance. La palabra es como un arte militar, por eso hay que ser tan prudente con ella. Como un arte marcial, sólo debe ser utilizada, de determinada manera, en muy determinadas ocasiones.
Antes de enseñar a utilizar la palabra hay que enseñar cómo no utilizarla, y cómo saber dejarla en la vaina, llenos de contención, aunque nos duelan los dientes.
La palabra la tenemos todos, pero hay personas que no son dignos de ella. Hay muchos tipos de palabra, como hay muchos tipos de espadas; no todos tenemos la misma, pero si nos esmeramos podemos tenerla como el que mejor.
Hay que trabajar mucho para conseguir eso.
La palabra no es palabra, es pensamiento y acción en unos sonidos, o en unas letras, al viento. La palabra es una flecha tirada al blanco y puede dar o no dar en el blanco. Vive en nuestra mente y en la calle, en el palacio y en la academia. También vive en el desierto. Allí donde estemos está ella, propagando lo que somos.
La palabra tiene intención y objetivo, cuando es sabia. Cuando es errática y banal se mueve renqueante y pobre como un mendigo tullido.
La palabra es tan hermosa, tan divina, terrenal también, que debería ser empleada sólo por los más dignos. Pero ella sabe a quién escoge y sabe para qué le escoge.
Todo lo hacemos con palabras, desde hacer la compra hasta escribir una obra maestra, pero no todas las palabras son iguales. Ella sabe cómo escoge pareja de otras palabras. Y es muy exigente. Ella sabe con quién baila y cómo baila. Y para qué.
Las ideas no son más que proyectos de palabras, en éstas se funden y con ellas realizan actos. Pero los actos sin palabras serían como una orquesta sin música.
Nosotros podemos creer dominar la palabra, pero siempre se nos escapa. La perfección no existe para ella, porque ella habita el cielo y aquí ha bajado, pero sabe que pertenece a lo alto. La palabra nos está mostrando sólo una parte de lo que es. Estamos condenados a ser aprendices de ella, pero también esto es hermoso.
Cuida tu palabra por la mañana al despertarte y a la noche al acostarte. Mírala en boca de los otros, en las páginas de los otros, en la plaza, en el camino, en tu trabajo. Admírala en boca de los extranjeros, distinta e igual, poderosa, filosófica, técnica y artística. Siempre tendrá algo que enseñarte; te hará más sabio y te hará ir más lejos. La palabra está hecha para la lejanía; su oficio es transmitir, llegar y volver a partir.
La palabra fecunda. No nos damos cuenta, pero siempre que hablamos, bien o mal, estamos fecundando en los otros, el odio, el amor, la adhesión, la ambición.
La palabra es un corcel bello, fuerte, vibrante, rápido y noble. Tienes que construirte una brida para tu palabra, porque si no ella te llevará por donde quiera, y no por donde quieres ir tú. Cuando tengas esa brida y sepas manejarla, tendrás el más perfecto y sofisticado instrumento para lo que tú desees.
Pero entonces, si no lo has hecho ya, tendrás que trabajarte el alma, la moral, tus ideales, tus propósitos. Una vez que seas dueño de tu corcel podrás ir donde quieras y ser admirado por todos los pueblos. Parecerás más sabio y podrás parecer mejor de lo que eres.
Será entonces cuando esté a prueba tu honor, tu bondad. Cuando seas dueño de la palabra todo habrá vuelto a empezar.


Eduardo Martínez-Rico

jueves, 9 de julio de 2009

Otra actitud

Se te ha encogido el corazón, Ícaro, te lo tienes que desencoger. No puedes vivir con el corazón encogido, por la vida, por el trabajo, por una mujer. O por varias mujeres.
Ícaro, tienes que disfrutar de la vida, y eso no significa ser un irresponsable, significa deslizarte por lo que te ha tocado, que es mucho, y sacarle el jugo hasta el final.
Que no llega ahora lo que esperas, ya vendrá. Y si no viene, no merecería tanto la pena. Céntrate en lo que tienes que ya es bastante y sácalo adelante lo mejor que puedas. Eres muy joven, eres un pavo real con una buena cabeza y un buen corazón. Desempolva tus plumas, luce tu abanico y muévete por el mundo. Trabaja en casa, calladamente, y luego sal y lúcete, sin una palabra de más, sin un gesto de menos.
Tienes que abrir bien los oídos, colocar tu mirada en aquello que lo merezca y medir tus actos como si de ello dependiera tu vida. Comprende el error, discúlpalo en ti y en los otros, pero no te escudes en ello para cometerlo de nuevo.
Si existe el alma la debes tener bastante bien, porque no te has dedicado a hacerle faenas a nadie –siempre hay alguna excepción-. Luce tu alma junto a tus plumas, las plumas de tu juventud, tu cerebro y tu corazón. Todo irá llegando, porque todo llega para el que sabe esperar y trabaja para ello.
El camino no es lineal, Ícaro. La vida es asustadiza y coqueta y da rodeos. A veces nos hace sufrir, porque también ella es humana, pero tú vas por el buen sendero. No eres una persona normal, ni tu familia lo es, ni tus amigos lo son. Confía, pero no descanses un minuto. Mantén la cabeza alta, pero sin exagerar, normal, en su punto y contesta a todo con la verdad y la sinceridad, salvo cuando no se lo merezcan en absoluto, o salvo cuando tus palabras pongan a alguien en entredicho. Alguien al que quieras, que no merece que le hagas daño.
Crees en el paraíso entre otras cosas porque vives en un paraíso, pero hasta los paraísos tienen trampas y no todo es redondo como el sol. Esto es una carrera de obstáculos, pero mientras lo hacemos podemos disfrutar.
Ícaro, no temas nada, no tengas miedo de nada. El miedo, cuando no nos pone alerta, es un fantasma que nos cubre por dentro. Nos coge, nos atenaza, nos aprieta y se apodera de nuestra alma. Prueba a tocarlo, a sacarlo de ti, a mojarlo y tenderlo en la ventana. El miedo es un fantasma con fecha de caducidad, pero hay muchos fantasmas. Míralo bien y desármalo con la acción. No hay miedo para quien está en paz, para el que sabe que pisa en su territorio, para quien previamente ha dibujado una raya blanca en el suelo y la sigue firmemente, a veces soberbio a veces humilde.
Mírame, Ícaro, ten fuerza, ten fe, en lo que quieras, pero ten fe, que nadie ose quebrar tu andar elegante, tu sonrisa de hombre bueno, inteligente y bello, tan duramente conquistados.
Te digo esto para animarte, pero sabes que no miento. Podría sacarte todos tus defectos, y algún día lo haré, pero ha llegado el momento de que empieces a trabajar de otra manera, y que sin cambiar muestres al mundo otra actitud. Una más.

miércoles, 8 de julio de 2009

La guerra de las galaxias, cuento y mito III

Contadores de historias

Un contador de historias tiene que mirar tanto a los demás como a uno mismo. Tiene que saber qué le gusta y emociona a él, y hacer el cruce con lo que les gusta a los demás.
Yo miro los juguetes de mis sobrinos y escribo las historias. Utilizo mis conocimientos sobre literatura, pero sobre todo sobre el arte de contar historias, natural en mí y que he aprendido de mis maestros, y sobre todo, en el acto de contar historias, observando las reacciones de los que escuchan. Los niños te paran el relato, te preguntan, hay cosas que no comprenden… pero sus caras iluminadas por las historias, con los mil matices de ojos, caras tan… iluminadas, te generan un entusiasmo difícil de explicar. Esas reacciones tiran de ti, y tú tiras del relato y de los oyentes.
Además, te das cuenta de que los adultos son muy parecidos a los niños y tienen reacciones similares. Esto se observa cuando uno está contando algo en público, dando una conferencia o impartiendo una clase.
Star Wars –también Indiana- han creado una genealogía de cuentos, novelas y muchos otros productos, como muñecos y videojuegos. En todo está la literatura y el mito, el cuento. El juego. El cine tiene unas herramientas muy propias, pero, y aunque afectan a la sustancia, es un vehículo para contar historias. Esto es lo que dice Lucas, que en este sentido se compara con Homero: “Yo soy un contador de historias.”
La clave para él está en la historia, el relato, el cuento, y sacrificó toda la estructura, comercial, de Star Wars por bien de su historia: “Lo importante es la historia”, dijo cuando se puso a rodar el episodio I de la saga, y los ejecutivos de la productora le dijeron que a nadie le gustaría, porque lo más llamativo era cómo se convertía Anakin en Darth Vader, y eso es lo que había que contar. Pero él eligió irse al principio, a la infancia del personaje, para ser coherente con la historia.
Salvo en casos muy abstractos y cinematográficos, que también le importan a Lucas, en el cine lo que importa es la historia, la base. Lucas, antes que nada escribe una “historia”, unas cuantas hojas en un cuaderno, y así fue como, en 1973, escribió, al mismo tiempo, la saga de Star Wars y el perfil del personaje de Indiana Jones, que al principio se iba a llamar Dr. Indiana Smith. Fue Spielberg el que le pidió a Lucas que cambiaran el nombre y a Lucas se le ocurrió Jones, Dr. Henry Jones, Indiana Jones, que luego sería Dr. Henry Jones Jr., cuando nos enteráramos que Indy tenía un padre en La última cruzada. Estos juegos, apariciones, genealogías y descubrimientos, son muy normales en la literatura donde siempre se ha explotado los éxitos con continuaciones y antecedentes de las historias. El Cid, un ejemplo que yo conozco bien, tiene su Cantar de Mío Cid, sus Mocedades y luego muchas otras historias, y, además, está basado en un personaje histórico y legendario, mítico.


Historias de héroes

Porque todas éstas son historias de héroes. El héroe recibe una llamada, un encargo, o tiene lugar un importante encuentro. Se mete en mil aventuras para lograr algo, algo esencial para sí mismo o/y para su civilización o comunidad. Unos le ayudan y otros le hacen la vida imposible. El bueno a veces se hace malo, y el malo bueno, pero también hay matices para todos, cuando los hay… Éste es el esquema de Luke, héroe, con Han Solo, que le ayuda aunque a principio es tibio; y Leia, la princesa de todos los cuentos de hadas; los robos C3-PO y R2-D2, que son adyuvantes, esenciales para lograr los objetivos del héroe; y los villanos, Darth Vader, malo-bueno, bueno-malo, el Emperador, malo-malo, o Jaba, una figura maléfica pero también divertida y folklórica.
Hay mucho en juego, mucho más de lo que a veces parece, con lugar para la ironía y lo divertido; pensemos en Han Solo y los droides. El espectador, el oyente, el lector siente satisfacer su sed de historias, de siempre y de ahora. Siente que trasciende su vida, más allá del gris que le haya tocado vivir, introduciéndose en un mundo diferente, variado, lleno de criaturas asombrosas y con todo el brillo de las naves, el rayo láser, las espadas de luz y los grandes palacios o la Estrella de la Muerte. En esto Star Wars no se diferencia mucho a las grandes aventuras exóticas de la mejor literatura de aventuras, porque sin duda es un relato de aventuras.
La guerra de las galaxias apela a lo más noble y puro de nosotros, con sus contenidos sublimes, pero también nos regala con un espectáculo llamativo, aparente, con el estilo depurado, sencillo en la forma, profundo en el fondo, del mejor de los escritores. Un escritor, claro, que piensa en su público… pero también, mucho, en sí mismo.


Eduardo Martínez-Rico

La guerra de las galaxias, cuento y mito II




Estructuras míticas

Hay dos libros que me gustaría citar y que son importantes para entender mejor La guerra de las galaxias. Uno es El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell, un repertorio mítico dilucidador que nos explica a todos los hombres, de todos los tiempos y de todas las culturas. El otro es El viaje del escritor, de Joseph Voegler, que ofrece una estructura narrativa basada en el anterior libro, de gran utilidad para escritores.
Lucas quedó deslumbrado por el primero de estos libros; lo leyó en el hospital en el que se recuperaba de un grave accidente de coche, y le cambió la vida. En él esta la raíz, el germen, el núcleo de todas las grandes historias.
Gracias a ese libro y al estudio de materias como Antropología, Mitología e Historia –el director es un gran amante de la Historia-, Lucas se dio cuenta de que había perdido el tiempo, dejó su pasión por ser piloto de coches de carreras y se dedicó al cine, para contar historias que se basaban directamente en esas materias. Esas “asignaturas” son fuente de la literatura, sobre todo del pasado, pero el pasado vuelve de muchas formas, como demuestra Lucas en Star Wars.
El libro de Voegler, El viaje del escritor, desarrolla la idea de un relato en el que un héroe recibe una llamada, “la llamada de la aventura”, que le lleva a realizar su trayectoria heroica en la que se verá fuertemente enriquecido, logrando un objeto mágico, un tesoro o un bien para la comunidad, tras el cual retornará a su grupo contando su experiencia y enseñanzas.
Este esquema vale para Star Wars o Indiana Jones, las dos grandes creaciones de Lucas, y para muchas otras historias. El esquema, que es recomendable interiorizar y olvidar, nos puede servir para los cuentos que contamos a nuestros hijos, y para las novelas que esperamos colocar en las librerías.


La ciencia-ficción, ¿un envoltorio?

La ciencia-ficción es un envoltorio, sí, pero algo más que eso, siendo eso mucho. Lucas quería crear una épica moderna, y se da cuenta de que la épica de los norteamericanos era el western. El western sucede siempre en la frontera; la épica sucede siempre en la frontera, como nuestros poemas épicos (el Cantar de mío Cid sin ir más lejos). Lucas vio que en nuestra época, con todos los lugares conquistados, la frontera estaba en el espacio. Estaba muy reciente la llegada, o hipotética llegada del hombre a la Luna. Entonces acudió a la ciencia-ficción, donde el espacio es una de las marcas de género. Pero a esto hay que unir el hecho, de que La guerra de las galaxias sucedió “hace mucho tiempo…”, en ese pasado atemporal. Ésta es una de las grandes originalidades de La guerra de las galaxias. Pero ¿cuáles son las características de un relato de ciencia-ficción? Es tema para otro debate, libro o artículo.
Para terminar este breve repaso sobre “La guerra de las galaxias, cuento y mito” me gustaría hablar un poco de la personalidad de Lucas y sobre el fenómeno de contar y escuchar historias.
A Lucas le interesa mucho, como a Spielberg, los resortes que mueven las fantasías y al espectador. Ambos confían mucho en la capacidad de las historias que les fascinaron de niños para hechizar al espectador moderno. En el fondo, es un legado también atemporal. Titulé mi libro sobre Star Wars La guerra de las galaxias, el mito renovado, porque eso fue lo que le dijo a Lucas Joseph Campbell sobre la primera película: “Es el mito renovado”.
La guerra de las galaxias e Indiana Jones son la revisión de las historias televisivas y cinematográficas, con un fuerte origen en la literatura y en lo oral, que apasionaban a Lucas y Spielberg de niños. Seriales de acción, cómics llevados a la pantalla, con héroes y villanos y mujeres hermosas, space-operas como Flash Gordon o Buck Rogers… Y no olvidemos que Lucas, antes de concebir La guerra de las galaxias, quería hacer una nueva versión de Flash Gordon, pero tuvo problemas con los derechos y no lo hizo. Saltó de un proyecto de pura versión a algo nuevo y enormemente creativo.

Eduardo Martínez-Rico

La guerra de las galaxias, cuento y mito I

George Lucas ha dicho muchas veces que hizo La guerra de las galaxias al observar que los padres de su generación no leían cuentos a sus hijos. Esa tradición oral, ese trasvase de aventuras y fantasías, se estaba perdiendo.
Afortunadamente, esto ha cambiado, al menos en España; yo veo que los padres de hoy compran libros de cuentos y se los leen a sus hijos, o directamente se los inventan. Ése es mi caso; yo escribo cuentos infantiles, muy sencillos, a mis sobrinos, y se los cuento en las temporadas de vacaciones que pasan en España –viven en Alemania-. Es el regalo que les hago, y que me hago a mí mismo, porque considero un privilegio el narrar y oír cuentos. Puedo decir, además, que esto, en buena parte, me lo ha transmitido La guerra de las galaxias y el trato tan asiduo que he mantenido con la saga estos últimos años.
Pero no soy un caso aislado. La guerra de las galaxias, una fantasía épica que se alimenta del mundo atemporal de los mitos y los cuentos de hadas, activó en el público de todos los países el placer por un tipo de historias que, como dijo Lucas, “era la misma historia contada cada cierto número de años”.
La historia de un elegido, dos elegidos, Anakin y Luke Skywalker, padre e hijo, señalados por el destino, las leyendas, y la Historia –la Historia del mundo de Star Wars-, para devolver el equilibrio a la galaxia.


El “pasado” de Star Wars

Todos conocemos el relato de La guerra de las galaxias; lo que no sabe mucha gente es que Lucas, para crearlo, viajó a los orígenes de su vida, los seriales de ciencia-ficción, los space-ópera, que veía en televisión en su niñez, y viajó a los orígenes de la vida humana y su condición de productora y receptora de relatos, relatos míticos y luego, con el tiempo, cuentos de hadas. Es la evolución de la fantasía humana, con un pie en la religión, en el espíritu y la psicología humana, como especie y como individuos.
La ciencia-ficción, en Star Wars, no deja de ser un envoltorio maravilloso para un relato que quiere recuperar las esencias del hombre de hoy y de siempre. Envoltorio, por supuesto, que crea sus propias exigencias, aunque, no lo olvidemos, La guerra de las galaxias nos remite a un illo tempore, un tiempo del pasado mítico, heroico, donde se produce todo lo fundamental, lo fundacional de un grupo humano, de una civilización. En el fondo es un tiempo atemporal, presente, pasado y futuro. Un tiempo cíclico. La guerra de las galaxias podría desarrollarse hoy, en nuestra compleja época, tan compleja, quizá, como todas las épocas. Y prueba de ello es que el conflicto político que muestra pertenece a todos los tiempos.
Lucas creó un arquetipo histórico, observando –una vez más, observando- que en la Historia había un episodio que se repetía: cómo un hombre se levantaba sobre los demás hombres, se señalaba a sí mismo como salvador, y daba un vuelco a las estructuras políticas y a la Historia instaurando la dictadura. Es el caso de Julio César, de Napoleón y de Hitler, con todas las diferencias que hay entre ellos. “Cuando eso ocurre –dice Lucas-, la corrupción prospera.” Y la falta de libertad también.

martes, 7 de julio de 2009

Alegoría del Deseo

Paciencia
corre por la playa
y se cruza
con Constancia.
Ves el encuentro,
el abrazo,
el beso,
tú,
Deseo,
constante
e impaciente.

Placer
te dejó
y te conformas
con ver
cómo Amor
disfruta
de vuestra ruptura.
Ya no sientes
la energía,
se te paró
el motor.

El cielo azul
del día
se hace noche.
Tu casa
de la playa,
Deseo,
no tiene luz
artificial.
Has invitado
a Paciencia
y a Constancia
a que duerman
en tu cama.
Tal vez
ellos le den
envidia
a Amor,
tu amor
imposible.


Eduardo Martínez-Rico

Días de espíritu

Días de verano en que parece que no pasa nada y va pasando todo. Días en que cuesta más trabajar, cada minuto está levantado a pulso y uno sueña con lo que no tiene y parece alejarse conforme pasan los segundos, los segundos del tedio.
Pero “poco a poco”, como dicen nuestras hermanas mayores, se va andando el camino, se va haciendo trabajo. “Poco a poco” vamos recordando otros veranos y el cuerpo nos pide piscina, mar y noche. El cuerpo siempre quiere vivir bien, pero nuestras personas, con nombre o apellido, no siempre se lo podemos dar. Y es bueno: algo de disciplina no nos vendrá mal.
Me duele ligeramente el espíritu en estos días de julio. El espíritu duele de vez en cuando; si no no sabríamos que existe. El espíritu duele en el corazón, en el estómago y de vez en cuando en pensamientos recurrentes que vienen a la cabeza.
Envidio a la gente regular como un tren que siempre llega a la hora, pero gracias a que yo no lo soy, pienso, puedo escribir todos los días, regularmente, como un tren que siempre llega a tiempo. La literatura es un oficio que no tiene las mismas exigencias que otros. Se mueve por las estrellas y los hombres, nos hace pasar hambre, nos hace incomprendidos de nuestra sociedad, pero la sociedad siempre ha amado a sus escritores y nos ha visto como hombres sagrados, entre el mendigo y el chamán de la tribu, el pequeño dios.
Saco adelante el trabajo que me he impuesto como si estuviera levantando el mundo. Cuando creo que me lo he ganado me doy un baño en la piscina –hoy no me lo he ganado-. Escucho música mientras pienso y escribo. Pienso en el verano que me espera lleno de trabajo y responsabilidad y en la próxima mujer que al mirarla me dirá “ven”, tan lejana.
Los seres humanos somos minúsculas criaturas que se mueven por la tierra, pero que mirados de cerca hacemos mucho ruido.
Hoy me apetecía escribir y me he sentado delante de mi blog. Yo no sé si alguien compartirá mi angustia de tedio de verano, la incógnita, el futuro y la promesa siempre abierta y cada vez más difícil de cumplir de que no me traicionaré a mí mismo.
Creo que cuanto más avanzamos por la vida más tenemos que cumplir con los compromisos de los demás, y menos capacidad tenemos para cumplir con los propios.
Duele el espíritu, ligeramente, en un día de julio. Me siento pesado, poco ágil, nada optimista. Necesito que me rescaten y lo más fácil para mí es inventarme la escapatoria. Una pluma entre los dedos te da el suficiente poder como para ir a cualquier parte, con quien uno quiere. Con quien sueña.
Escribir es crear un sueño mientras otro lo disfruta.

lunes, 6 de julio de 2009

Poema de la Dignidad

Tu nombre
Es un rincón
De mi cuerpo.
Tu voz
Descansa
En el mar
De mis recuerdos.
Fluyes
En el día
Pero hace tiempo
Que la hierba
Húmeda
Se olvidó de ti.
Quisiste ser
Un sueño
Que yo repitiera
Una y otra vez
Entre los árboles.
Pero si renunciaste
A quererme
Mucho más
Renuncio yo
A amarte.
No juegues,
Princesa sin corona.
Te digo adiós,
Con tu olor
Todavía
Entre mis labios.


Eduardo Martínez-Rico

domingo, 5 de julio de 2009

Doce horas de autenticidad

Ayer pasé un día muy intenso. Llegué con Pedro Ruiz al Hotel Wellington de Madrid a las once aproximadamente, y volví a mi casa las tres y media. Hoy me he levantado a la una de la tarde, con una sensación tremenda de resaca, como si me hubiera bebido ocho copas, y por supuesto no bebí nada.
Tuve la suerte de asistir en primera persona a la realización del programa Doce horas sin piedad que tenía como protagonista a mi amigo Pedro Ruiz. Vi los preparativos y luego todo el programa, desde la sala VIP en una gran pantalla con buena parte de los invitados que entraron a hacerle preguntas a Pedro Ruiz.
La televisión es un gran invento, lleno de complejidades, con sus virtudes y sus defectos, pero con un potencial enorme para llegar a todo el mundo. Llegué a la conclusión de que no era mi medio, de que podría ir alguna vez a hacer alguna entrevista, o colaborar, pero no trabajar en él, aunque nunca se sabe. Un libro o un artículo no se parecen mucho a la televisión, aunque siempre funcionan las palabras y de lo que se trata es de comunicar.
Para que algo llegue a las casas de todo el mundo, tiene que haber un núcleo lleno de cables, de gentes, de problemas resueltos en segundos, de trajín. La televisión, vista desde dentro es más admirable si cabe, pero también, como todo lo que se ve desde muy cerca, muestra sus debilidades.
Me gustó la profesionalidad de la gente de Veo 7, su simpatía y cercanía, y por supuesto la de Pedro Ruiz. Yo ya lo conocía en privado, pero ayer le vi trabajando, y para todo el mundo tenía una sonrisa o una palabra de ánimo.
Doce horas sin piedad fue un espectáculo, un show, una “machada”, como le dijo una invitada a Pedro Ruiz, pero también fue algo más. En algunos momentos yo tenía la sensación de que era una reunión de amigos, Pedro y sus amigos, y hubo momentos, muchos, en que el protagonista se emocionó. La cámara capta esto muy bien.
Trascendencia, humor, sexo, diversión, ingenio… aguantar doce horas y hacerlo de forma amena tiene mérito. A mí me parece que a Pedro le costó menos trabajo de lo que todos allí pensaban. Tiene mucha vida detrás, mucho bagaje, es un maestro de la comunicación en muchos escenarios, y como dijo al salir, está “el teatro”. Él es un hombre de teatro y eso te da muchas tablas, muchos registros. Cambiaba de registro constantemente y sabía muy bien contestar las preguntas, diciendo lo que quería decir, siempre, según me pareció a mí.
No vi mucha diferencia entre el Pedro Ruiz privado y el Pedro Ruiz de la televisión, lo que creo que pocos saben.
Fue una jornada agotadora, también para los que asistimos a ella entera, sin tener que contestar continuamente preguntas para batir el récord de entrevista del Guinnes, doce horas seguidas. Pero las horas se me pasaron rápido, viendo en la pantalla lo que sucedía dentro del plató y hablando con los invitados y los profesionales de Veo.
El aire era de glamour y Truman Capote, por los grandes personajes, por el escenario, el Wellington, y la entrada un poco de Oscar, con espectaculares Jaguar y sesión de fotos al entrar en el hotel. No sólo había gente famosa allí; había gente importante en sus profesiones, verdaderos hitos, como Raúl del Pozo o José María García, gente mayor y gente joven, modelos, escritores y actores.
Una persona como yo, lo pensé entonces, estaba un poco fuera de lugar. Con mi maletín del ordenador, mi grabadora, mi libreta de notas, los ojos y los oídos bien abiertos. Pensé que un escritor difícilmente tiene sitio en la televisión, pero también comprendí que la tele difunde la palabra, que la imagen puede resaltar la palabra, y la palabra puede llenar de dignidad la imagen. Que la televisión multiplica el alcance, incluso las figuras de las personas, pero que son las personas las que hacen grande al medio, y para agrandar hay que tener algo grande que agrandar.
Yo no soy objetivo al hablar de lo que sucedió ayer porque Pedro es amigo mío, pero uno siempre tiene sensaciones, también de las cosas que hacen los amigos, o nuestros padres y hermanos. No hay datos de audiencia hasta el lunes, pero la sensación que yo tuve en la sala de televisión, en los pasillos, viendo, hablando y escuchando, es que aquello estaba funcionando.
Ha empezado una etapa nueva en televisión con la TDT. Tenemos una oportunidad de oro para utilizar mejor ese instrumento especializadísimo y masivo de la televisión, para informar mejor a la gente, para entretenerla mejor, para enseñarla mejor, para hacerla mejor. Ojalá no perdamos esta oportunidad, con todo lo malo que vendrá, porque somos humanos.
Hoy he hablado por teléfono con Pedro Ruiz. Le pregunté si ayer se calló algo y me dijo que no, que contestó a todo, y que si se calló algo fue por discreción. Los dos creemos, y más gente allí lo creía, que podría haberse tirado más horas de entrevista.
Lo de ayer puede ser un buen exponente de la televisión que nos llega: más original e imaginativa, más flexible y más libre. Por supuesto que el medio tiene unos imperativos, y yo los vi; también tiene sus miserias, pero como las tiene la literatura. Los hombres somos bipolares, y lo mejor y lo peor se entrelazan.
Ayer vi cómo una gran maquinaria se ponía en marcha para crear el programa más largo y complejo que había visto en mi vida. Tuve la oportunidad de conocer a gente interesante –a algunos de ellos los admiro- y para reencontrarme con otros que ya conocía.
Vi a Pedro Ruiz hacer el pino cuando terminó el programa, y me asusté porque pensé que se había hecho daño. Estaba contento, pero le quitaba importancia. Pedro da importancia a lo que realmente la tiene, a lo que tenemos todos los días pero no valoramos lo suficiente, hasta que lo perdemos.
Le dedicó el programa a una persona muy amada, que sigue con él, pero de otra manera.