Kuwait
Kuwait es complejo, como cualquier país, aunque sea muy pequeño. Se encuentra al final del Golfo Pérsico, donde forma una especie de vértice de un triángulo. Tiene dos millones y medio de habitantes, de los cuales el 40 % son kuwaitíes y el resto de otros países. Casi toda la población vive en la Ciudad de Kuwait, pero hay otros lugares en los alrededores; el resto del país es desierto. El petróleo crece en la confluencia con Irak y Arabia Saudí. Kuwait es uno de los mayores productores de petróleo del mundo.
Ya en el aeropuerto se puede ver la estratificación de la sociedad, parecida en el fondo a la que tenemos en España, aunque con matices. En el aeropuerto, los mozos son casi todos indios, y van vestidos con un uniforme azul, con gorro incluido. El que me tocó a mí era de Blangadesh. Cuando fui a montarme en el coche, en el aeropuerto, le fui a dar una propina y le di algo más de dos euros. Se me indignó profundamente. Están acostumbrados a viajeros muy ricos, y mis monedas le parecieron una miseria. “Paper, paper”, me dijo, “papel, papel, billetes…” Recomiendo, en Kuwait, en cualquier sitio, dar propinas generosas o no dar nada. Si no das nada, les resulta indiferente, al menos en apariencia, pero si das poco, no te lo perdonan.
Primavera es una época muy buena para visitar Kuwait, con temperaturas bastante templadas para los sentidos occidentales. Por la mañana hace calor, más de treinta grados, y por la noche la temperatura es verdaderamente agradable.
El mar se puede contemplar muy bien desde las Torres de Kuwait, dos torres prácticamente gemelas, con dos bolas enormes, una llena de agua dulce que abastece a la ciudad, y otra llena de alimento. En una torre, en lo alto, hay una cafetería, y en la otra un restaurante. En la cafetería uno puede dejarse llevar por un suelo deslizante que va dando vueltas en torno a la torre, con lo que se contempla la ciudad y el mar.
Uno de los descubrimientos que hice ante el Golfo Pérsico, fue que el mar huele igual en todas partes. O en todas partes que yo conozco; huele igual en Nueva York, en el Pacífico de Chile, en las Rías Altas gallegas, en el Golfo Pérsico… Éste debería ser un buen punto de arranque para la concordia entre los pueblos. Debería ser el mar un símbolo que nos uniera.
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