Pienso hacia dentro. Pienso por mí mismo, algo difícil que me ha costado mucho, porque no lo fomentamos, ni en el colegio ni en el trabajo. Vamos acumulando conocimientos y experiencias, como inercias, y nos dedicamos más a hacer lo que se espera de nosotros, o lo que hacen otros, imitación estéril, que lo que queremos hacer, estamos seguros de hacer.
Digo lo que pienso, actúo como creo; puedo equivocarme pero estoy orgulloso. Aprendo de mis errores, larga carrera hacia la muerte, porque la vida, incluso la más fecunda, lleva a ella; pero llena de hallazgos del aprendizaje, el perfeccionamiento.
Hago gimnasia interior, humana, moral. A veces se me desboca el caballo y digo o hago lo que no debo, pero son pocas veces. Además, eso entra dentro del carácter, y el carácter es una larga conquista. Tengo una gran paciencia; sé que todo me llegará, y trabajo para ello.
El campo siempre funciona igual. Terreno fértil, hábil y lenta siembra, empezar preparando el día después, y recoger la cosecha, un esfuerzo y placer. Vender el fruto del trabajo y tener varios campos esperando, creciendo, descansando. Uno se convierte en el agricultor, el gran empresario, de uno mismo. Hay que confiar; para poder venderse hay que creer en uno mismo, y esto no lo comprende casi nadie.
Estamos continuamente haciendo todos estos procesos en una cadena cíclica e infinita, que es nuestra vida, ya sea en el trabajo, el amor, la amistad, el ocio. No podemos aspirar a que todo el mundo nos comprenda. Nos ningunearán, nos ignorarán, nos odiarán. Pero eso es inevitable; por eso es mejor decir y hacer lo que uno piensa, con coherencia, aunque luego caigamos en contradicciones. Yo el primero, Mr. Contradicción, pero también coherente como un espejo enfrentado a otro, armonioso y misterioso. Cada vez que digo “Eso no lo haré”, ya sé que algún día podré hacerlo, porque lo he dicho y hecho ya tantas veces que ya no me asusto. Hay que aprender del pasado, pero saber ver en él el futuro.
Llevo ya media vida escribiendo y publicando, al principio en el anuario del colegio, luego en una revista de Puentedeume, el pueblo de mi padre, después en la Universidad, luego en periódicos, revistas y editoriales. Mis palabras son bombas pacíficas, muy bienintencionadas, con una onda de expansión mayor o menor, pero duradera y, como mi campo, fértil. Ya no aspiro a gustar a todo el mundo, sino a escribir y hablar fiel a mí mismo y a lo que pienso, a mis ideas y a lo que la gente que respeto y admiro, vivos y muertos, me han enseñado, también sembrado. Discrimino, no repito nada que haya dicho otro –si no es un reportaje o entrevista-, por el mero hecho de que sea una autoridad. He creado un filtro en mi mente y espíritu, que ya sólo permite que hable Eduardo Martínez-Rico.
Esto no significa que no sepa trabajar para otros, hacer trabajos, como cualquier persona, conocer bien para quién se hace algo, cómo se hace y para qué se hace. Eso es ser un buen profesional. Pero cuando escribo aquí escribo como yo mismo, con mi personalidad y mis ideas inalienables, aunque sé que en lo que yo soy entran muchas cosas, más grandes y más pequeñas.
Creo que todos somos peones de una gran obra, la vida, el universo, como queramos llamarlo, pero al mismo tiempo somos, si queremos, peones-reyes, o mejor, peones-reinas, más versátiles, lo más bajo y lo más alto, al servicio de los demás y de nosotros mismos. Amo al ser humano cuando es digno de sí mismo.
Eduardo Martínez-Rico
(Columna publicada en "El Norte de Castilla", 22-IV-2009
miércoles, 24 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario