viernes, 26 de junio de 2009

Ten calma, no te agobies. Tu garantía es preparar bien tu trabajo, esforzarte y hacerlo lo mejor posible. Los reproches más duros son los que uno se dedica a sí mismo. Esquívalos esforzándote y disfrutando todo lo posible del proceso que lleva tu trabajo.
Debes también disfrutar al máximo de los frutos. Que la angustia que puedas sufrir por tu responsabilidad no te quite del legítimo orgullo hacia tus obras, que tanto te han costado sacar adelante y que has hecho con tanto amor.
Que no te afecte la indiferencia o el desdén de los demás, especialmente gente querida. Hay que aprender a pasar. Pasar significa dejar que nos atraviesen los pequeños dardos de la vida. No significa insensibilidad, significa sabiduría. Si consigues hacer esto serás un hombre mucho más ecuánime, más firme, mejor.
Tú sabes que no puedes gustar a todo el mundo. No todos te pueden comprender, porque tú tampoco puedes comprender a todo el mundo. ¿Acaso amas a todos? ¿Respetas a todos? ¿Querrías tomar una copa con todo el mundo? Aunque quisieras no podrías; te romperías el corazón al intentarlo.
Lo mismo les ocurre a los demás contigo, pero todos, por muy duros que seamos con nosotros mismos, en el fondo nos creemos dignos de la amistad universal y, tal vez, de la admiración universal. No caigas en ese discurso que se muestra uno para el exterior y otro para sí mismo. Procura ser el mismo para ti mismo y para los demás, aunque a veces guardes tus secretos y tesoros. Sé auténtico, de una pieza formada por muchas otras piezas, con tus virtudes y defectos brillando.
Cuando una persona se gana la estima y el cariño de los demás lo hace también con sus defectos. Si te paras a pensar tus defectos forman tu personalidad, y el secreto consigue en utilizarlos para lograr fines nobles, grandes obras. Muchas obras maestras de la literatura se han hecho con las miserias de sus autores, y esto se puede llevar a muchos otros campos.
Pero coge el cepillo todos los días y saca lustre a tus virtudes. Todos las tenemos, coge tú las tuyas y ponlas en marcha. Muchas veces basta con estar, con no hacer nada, para que los demás las aprecien. A menudo nos empeñamos en que los demás reconozcan nuestras galas, mientras son otras, desnudas, a las que nos damos importancia, las que brillan. Es fácil no dar valor a lo que sabemos que tenemos, a lo que tenemos seguro, pero es eso lo que ve todo el mundo, y debemos sacar provecho de ello. Para algo bueno, claro, porque si no no tiene sentido.
Que tu obra sea para el bien; entonces será tuya, muy tuya. Lo es para los demás, pero sobre todo para ti. Podrás vivir orgulloso cada instante. Una obra para el mal sólo pertenece al mal, y es el mal el único que se engríe de haberla realizado. Tú sólo eres su instrumento.
El bien, se me ocurre ahora, incluye al propio bien, a la comunidad y a ti mismo.
Sé que la injusticia se ceba con los buenos, pero ése es otro tema. Eso se escapa de tu responsabilidad. Que sean los otros los que sufran de su error, de su mala voluntad, de su pobreza, de su engaño. Y si no lo hacen, peor para ellos, cada cual reconoce a los suyos. Si el bien es una estrella que brilla en el cielo, ten seguro que a ti te estará iluminando siempre, aunque otros no lo vean o lo desprecien.
Deja que esa estrella ilumine tu camino, y síguelo con pie firme, sin descanso, con placer, no muy rápido, porque no hace falta apresurarse. Pero ten calma, no te angusties, da un paso y luego otro. Tú sabes, Ícaro, dónde vas, como lo llevas sabiendo desde hace muchos años, tomando decisiones cuando tuviste que tomarlas. Durante todo este tiempo tú no me veías; hacías tu vida, estudiabas, vivías, ligabas, ibas con tus amigos, también sufrías, escribías siempre… Yo estaba lejos observándote. Ahora ha llegado el momento de comunicarme contigo, desde dentro de ti.
Y sabes dónde vas porque ya has llegado a donde querías llegar. Éste es un camino sin fin, hasta que lo atravesamos a campo a través hacia otro camino. Vida y muerte. Sabes dónde vas porque cada día llegas adonde querías ir, y el chico de 18 años que fuiste te miraría con admiración. Pero la senda sigue, síguela tú también, constante, ilusionado, armado de tu propia espada, llena de resplandor.
No tienes por qué hacerme caso a lo que te digo, apenas nunca, pero lo que yo te digo nace de ti y de la estrella que ilumina tu camino. A nadie podría hablar con tanta confianza como a ti, porque tú eres lo que más necesito en el mundo, y yo soy la respuesta a todas tus dudas, a todos tus miedos, a esas menudencias que turban tu día.
Confía en mí, ten calma, querido Ícaro. Da otro paso, y luego otro. Así ya has llegado a donde querías, pero el camino es largo, Ícaro.

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