miércoles, 30 de septiembre de 2009

Pienso

Pienso,
Y cuando pienso
Floto,
Y cuando floto
Levito,
Y cuando levito
Veo lo que hay
A mi alrededor,
Arriba,
A izquierda
Y derecha,
Allí abajo.
Cuando pienso
Soy mucho
Más que yo,
Todo lo comprendo
Y todo
Me comprende,
Mi ser se ensancha
Y redondea.
Pienso
Luego levito.


E.M.R.

martes, 29 de septiembre de 2009

El arte de la conferencia

(Escribí este reportaje hace algunos años, cuando empecé a dar conferencias. Es una pequeña muestra de una búsqueda, una búsqueda que se amplió tanto que ha acabado en un curso de un máster. Oír una buena conferencia es un placer; prepararla bien y darla bien lo es aún mayor, aunque puede llevar un esfuerzo tremendo, mucho mayor de lo que imagina el público. Generalmente cuando se les pregunta a los conferenciantes sobre el arte de la conferencia, no suelen decir mucho. Parece ser más algo propio de la práctica que de la teoría. Pero yo doy fe de que hay unos métodos, unos pasos y se puede aprender a hablar en público, sobre todo a hacerlo cada vez mejor.
Me acuerdo que entonces me estaba preparando para dar una conferencia, y que hablé con algunos de mis amigos escritores, buscando en sus consejos orientación. Decidí hacer un artículo. No lo publiqué entonces, pero lo publico ahora.)


“Cuando estás ahí arriba y te ves solo... entonces es cuando sabes si funcionas o no funcionas”, afirma Alberto Vázquez-Figueroa. Hablar en público sobre un tema acordado, ante un grupo de personas muy interesadas en lo que se va a hablar, o en la persona que habla, un público muy exigente, no es nada fácil; por eso a los mejores comunicadores no les falta nunca trabajo.
“Todos los escritores damos conferencias, porque no nos queda más remedio”, dice José Luis Olaizola, “pero son mi bestia negra”. Enfrentarse a los propios miedos, y transmitir las ideas y los sentimientos que tal vez son resultado de muchos años de estudio y de experiencia, en eso parece consistir una conferencia.
El doctor José Antonio Vallejo-Nájera, que tenía fama de gran conferenciante, escribió sobre este tema un auténtico best-seller, Aprender a hablar en público hoy, donde destacaba un consejo primero y fundamental: “Ser breve”. Esto lo completa su gran amigo José Luis Olaizola con la siguiente conclusión: “La atención humana no da para más de cuarenta minutos, y por lo tanto ése es el tiempo límite que me doy para mis conferencias.” Vallejo Nájera, además, aconsejaba compensar las limitaciones con la sinceridad y la autenticidad.
Lo que parece más importante, más que el tema y más que el enfoque, es el público. “Para mí, el primer consejo es pensar en el público, ponerse a su nivel y darle lo que pide; el humor suele funcionar muy bien”, dice Miguel Martínez-Lage, experto en literatura inglesa y prestigioso traductor. En realidad, para casi todos los escritores consultados, la clave es el público.
El escritor y catedrático de Cine, con fama de gran conferenciante, Agustín Sánchez Vidal apunta en la misma dirección. La conferencia viene a ser como un piano: “Uno va tocando distintas teclas y va viendo cuáles hacen reaccionar al público y cuáles no. En función de esa radiografía sobre la marcha, ajusto el estilo y el ritmo de la exposición.”
Esto lo confirma Vázquez-Figueroa: “Yo entro en el lugar de la conferencia y observo al público, y procuro darles lo que me pide.” Según el autor de Tuareg hay otra clave fundamental para conseguir que el auditorio reaccione: olvidarse de los folios. “Leer es fatal.”
“Hay que mirar al público, acercarse lo más posible el micrófono y mostrar gran seguridad”, dice David Felipe Arranz, joven periodista radiofónico. Pero el primer consejo que daría José Luis Olaizola a un conferenciante novato es trabajar bien lo que se va a decir: “Creo que la mejor preparación es la mejor improvisación, que hay que preparar las conferencias meticulosamente; a los que no se las preparan se les nota demasiado. Yo las escribo antes y luego las voy puliendo; por ejemplo, procuro poner una anécdota por folio. Las he dado sobre todo lo imaginable, desde los temas de mis libros a la familia.”
En el gremio de los escritores no están muy bien vistas; se considera que es un recurso para ganar dinero en un mundo donde esos recursos son escasos. Agustín Sánchez Vidal nos cuenta una gran ventaja de la conferencia para el escritor: “Ayuda a pulir la escritura; en una conferencia se ve muy bien lo que funciona y lo que no.”


Eduardo Martínez-Rico

lunes, 28 de septiembre de 2009

Gloria

Me resulta difícil escribir sobre una persona a la que quiero mucho, una amiga muy antigua. Cuando uno habla de alguien que no conoce, o que le es indiferente, tiene más amplio el campo para escribir. Cuando hay lazos de afecto firme, o de amor, la pluma no corre igual. No todo se puede decir, y nada se puede decir a la ligera.
Gloria ha pasado en mi casa unos días. Pronto se irá a Chile, a su país. Es amiga íntima de mi tía Ángeles, monja misionera en Chile. Ya es de la familia, como una tía más. Gloria sigue siendo religiosa, pero de otra manera, porque se salió hace muchos años. Digamos que ahora es una monja por libre, pero uno percibe claramente lo sólidos que son sus principios religiosos.
A Gloria le gusta conversar, eso le encanta. Una conversación sobre temas profundos es de lo mejor que puede tener en el día. Una conversación que no quiere ser profunda, sino que deriva hacia temas profundos sola. También le gusta leer la Biblia y sus queridos libros religiosos, con una libreta en la mano anotando citas, pensamientos, que luego utilizará en cursos o artículos.
Gloria tiene mucha sensibilidad y es una maestra en el escuchar. También habla, cuando tiene que hablar, y yo no le he oído nunca una palabra que sobre. Su palabra está llena de significado, honda, y lleva dirección, como son las palabras sabias.
Gloria y yo nos hicimos muy amigos cuando era niño. Supongo que le llamé la atención porque era un niño muy especial, raro, un poco apartado del resto de sus primos y hermanos, y muy pegado a su madre. Pero ella siempre cuenta que le hacía preguntas muy profundas y trascendentes. “Eras un niño que pensaba”, me ha dicho hace muy poco.
Nos escribimos correos electrónicos, ella desde Chile y yo desde España; le mando mis poemas y artículos que más le pueden gustar. A ella le gusta mandar presentaciones religiosas y cosas que le llaman la atención, todas muy bonitas, con mucho significado. Recuerdo una presentación muy interesante sobre la madre de Barack Obama. Gloria nunca pierde el tiempo, y si lo pierde es para entregárselo a los demás, con lo que nunca lo pierde, porque, como ella dice, “el que da nunca se equivoca”. Es muy desprendida, muy generosa… yo no soy así, soy muy egoísta y muy centrado en los libros y en mi literatura, aunque he descubierto que me gusta darme precisamente a través de la literatura, ayudando a la gente con sus escritos, enseñando, aconsejando. Es muy agradable, muy profundo, gratificante, y se aprende también mucho.
Mi tía Gloria dice, de broma, que es la obispo auxiliar de mi tía Ángeles, mi querida tía Ángeles –que merecería otro artículo-, pero este año lo hemos solucionado y la hemos nombrado nuestra obispo titular particular.
Estas personas viven en otra clave. Viven en el mundo, para sentir el mundo y ayudar al mundo, pero se elevan continuamente. Hablar con ellas supone, muchas veces, pasear de su mano con los más interesantes santos, o los pasajes más bellos de la Biblia. La tienen en la cabeza. A Gloria le apasiona San Agustín, y a mí me ha contagiado el interés por este santo humano y sabio.
Hemos pasado unos días deliciosos con Gloria aquí, en casa, en el “monasterio para pijos”, que es como yo llamo a nuestra casa cuando está ella aquí.
La vida va pasando, pero hay episodios que se repiten, y espero que se repitan todavía muchas veces, como la visita de mis tías Ángeles y Gloria, mis tías chilenas, tan preñadas siempre de experiencias y sabiduría.

Respuesta

Eres Respuesta,
por eso te amo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Pendientes de seda

La luna
Viene a verte,
La luna te saluda,
La luna baila
Y gira.
La luna tiene
Pendientes de seda,
Oro y marfil.
Te cuenta una historia
Que tú deletreas,
La besas en la cintura
Y con ella
Te vas.

Eduardo Martínez-Rico

sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Y tú qué buscas?

¿Y tú qué buscas? Busco la siguiente palabra, la siguiente imagen, el próximo poema, la siguiente historia... La vida proyectada en palabras, milagro cotidiano, asequible, personal y colectivo. Son algunas cosas que busco.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Montaigne

Tengo el primer tomo subrayado por todas partes. Ha sido mi compañía fiel por todas partes; lo he leído en mi despacho, en el baño, mientras viajaba. Los "Ensayos" de Montaigne es un buen compañero para todas las circunstancias de la vida, aunque muchas veces no haya que dejarse cegar por su portentosa cultura y sabiduría, ponerlas en cuarentena, y comprender que no sólo piensa Montaigne y sus clásicos; también lo hacemos nosotros, aunque a veces nos luzca menos.
Recuerdo que compré el primer tomo de los Ensayos en la Complutense, cuando era estudiante. Había leído el lema de "Los cuadernos de don Rigoberto", de Vargas Llosa, firmado por él, y me había llamado la atención aquel nombre tan sonoro: Montaigne. Un clásico, un imprescindible, un incontestable, pero una lectura difícil.
Leí, con toda mi pasión lectora, unos ensayos, y lo dejé. Me cansó. Uno siempre hace una ecuación: leo por placer, pero también para aprender; si el esfuerzo que pongo en una lectura no me da unas dosis suficientes de aprendizaje y diversión, lo dejo. Y en aquel momento Montaigne no me debía de dar lo suficiente, porque lo dejé, y pasaron los años.
Pero los libros siempre tienen su momento. Tengo libros olvidados en mi biblioteca que al cabo de mucho tiempo los acabo leyendo. Para una persona que escribe un libro nunca es inútil; siempre nos acaba rindiendo un servicio. Y eso fue lo que hizo Montaigne con toda su biblioteca, porque sus "Ensayos" es un libro de inteligencia y de cultura.
Cuando escribí mi biografía sobre Pedro J. Ramírez, "Pedro J. Tinta en las venas", volví a Montaigne. Pedro J. había ganado el prestigioso premio Montaigne, y quería hablar con él del escritor con conocimiento de causa. Ya el primer día que nos encontramos para hacer el libro hablamos de Montaigne, y Pedro J. habló de él como “un gran universo intelectual”, lo que, después de leerlo con calma, se comprueba fácilmente. Pedro J., que visitó su castillo en Francia, cerca de Burdeos, me habló de cómo Montaigne tenía grabadas en las vigas de su biblioteca las frases que más le inspiraban.
Pero yo no me había puesto todavía a leer en serio a Montaigne, y fue cuando tuve que preparar mi curso universitario de Periodismo Cultural cuando pensé que sería la mejor lectura para mis alumnos. Entonces leí aquel primer y maravilloso tomo de los "Ensayos", subrayándolo religiosamente y digiriendo cada una de sus frases.
Los alumnos los encontraron muy difíciles, que lo son: alta carga intelectual, con mucho latín, convenientemente traducido, eso sí, a pie de página. Al final les mandé que leyeran seis ensayos: “De la tristeza”, “De la constancia”, “Del miedo”, “De cómo el filosofar es aprender a morir”… Y sus lecturas dieron lugar a magníficos resúmenes y opiniones propias sobre lo que decía Montaigne.
La semilla de este escritor sigue en mí, y hace poco me di cuenta de que no encontraba ningún libro que me gustase de verdad. Entonces, en una librería, me acordé de Montaigne, y me compré el segundo tomo. Y es lo que estoy leyendo, junto a una serie de libros que me sirven para mi trabajo.
En realidad los "Ensayos" es el libro ideal para la persona que quiere disfrutar de la buena lectura, pero no sólo eso: es una base magnífica para aprehender mejor el mundo, para valorarlo, para opinar en toda serie de foros sobre muchos temas con conocimiento de causa. Una base humanística. He llegado a pensar que Montaigne es el escritor ideal para un escritor como yo, y eso que ahora escribo cosas muy diferentes.

(Columna publicada en "El Norte de Castilla" el 23 de septiembre de 2009.)

jueves, 24 de septiembre de 2009

La clase

La palabra se eleva, luego se mantiene llana y comparte. Lo mismo indaga el origen del hombre que recuerda una época de discursos. Habla de poetas y de versos, recita poemas, indaga, conecta y comunica.
La palabra responde y pregunta, dialoga. Dice que para hablar bien lo mejor es leer, y que el mejor libro siempre es un clásico, de cualquier época y de cualquier lengua.
La palabra habla de idiomas, de libros electrónicos, de códices, de seres humanos que aman, amaron y amarán la palabra. De la diferencia entre poseerla y no poseerla. La palabra habla del dominio del lenguaje y dice que es cuestión de tiempo. Se muestra abierta, amena, siempre escuchando, siempre respondiendo. Es la buena imagen de sí misma, busca comunicar, deleitar, enseñar. Saber. La palabra se convierte en comunidad, la palabra se encarna en una, dos, muchas personas para celebrar una fiesta.


(Después de una clase con Luis Alberto de Cuenca y mis alumnos del IMBA del Instituto de Empresa.)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El barco fantasma

El barco fantasma,
el barco fantasma,
el barco
nadando en la noche,
con sus nubes
de niebla,
viene hacia mí.
El barco fantasma,
el barco...


Eduardo Martínez-Rico

martes, 22 de septiembre de 2009

Cuando muera


El día que me muera no me importa que sea verano, otoño o invierno. No me importa que llueva o nieve, que el sol sea potente, que no haya ninguna nube en el cielo. El día que me muera, ahora que lo pienso, no me importa que yo sea joven o viejo. Sí me gustaría ser maduro, para poder llevarme ese premio a la tumba. No quiero que me lloren, ni siquiera los que más me quieren. Quiero que recuerden lo mejor que hice, lo que mejor que dije, con una sonrisa en los labios. Quiero que no oculten mis defectos, pero que cuando los muestren lo hagan también con una sonrisa en los labios.
El día que me muera quiero que todos sepan que no me he muerto, que sigo vivo, viendo lo que ya viví y lo que me queda por delante, en la memoria de los que me acompañaron en la vida, y en las páginas que escribí, las palabras que pronuncié y todo lo que me dio tiempo a hacer y pude hacer.
Ahora siento todo lo que me queda por delante, ahora que imagino el día de mi muerte. El tiempo pasa, los días son veloces, cuando menos lo esperemos vendrá alguien a por nosotros. Mejor hacer ya, escribir ya, todo lo que nos quede por hacer. No perder un minuto, y si lo perdemos que sea para ganarlo. Descansar para hacer.
El día que me muera quiero que alguien hable por mí, que alguien piense lo que diría en ese momento, lo que les diría a ellos, a los que asisten a mi entierro y funerales. Nunca he creído en nuestros ritos tristes, me gustan más los alegres. Siempre he sufrido mucho en los funerales y en los entierros. La religión en la que me he criado siempre ha celebrado la muerte como vida, como resurrección, y sin embargo es tétrica cuando llega la hora de la muerte.
Quiero estar bien despierto el día que me muera. Quiero que tengan miedo de si he muerto o no, parecer bien vivo e irme a la tumba con los papeles y el bolígrafo entre las manos, o el ordenador entre las manos, conectado a Internet para poder leer lo que quiera y dispuesto para escribir mi próximo libro. Quiero que alguien me humedezca la boca para poder hablar desde la muerte, en la muerte, con Cervantes, Montaigne, Dumas, Homero y tantos otros, y tantos otros queridos que no son famosos.
Quiero que cuando alguien a quien amo, y si me ama yo le amaré, y si ama el mundo yo le amaré, cuando alguien visite mi tumba, tenga la impresión de que mi figura, mi espíritu, está con él, le habla y, si hay ocasión, le abraza.
El día que me muera se abrirá el cielo que tengo dentro de mí, y veré la verdad que siempre he perseguido, seré más con todo lo existente, comprenderé lo incomprensible y seré menos sabio, porque la sabiduría implica la mortalidad. Me moveré como una luz entre todas las luces y alumbraré al que lo necesita. Seré una guía en el desierto y hasta mis defectos enseñarán a otros.
El día que me muera seré tan feliz como ahora, pero con menos problemas.


Eduardo Martínez-Rico

lunes, 21 de septiembre de 2009

Cola de dragón

Tras la cola
Del dragón
Ando persiguiéndote,
Alma en su caballo
De bronce,
Reflejo de tus ojos
En el mar
Que allá abajo
Quedó.


E.M.R.

"Malditos bastardos"

El sábado pasado fui a ver con mi hermano Jose y con un amigo, Jaime, "Malditos bastardos", de Quentin Tarantino. Sólo quiero dar mi opinión, y no pretendo que mi opinión sea universal. La verdad es que no esperaba mucho de la película; había visto un tráiler y pensé que era una "parida". Eso fue lo que pensé. No me encontré con una parida, me encontré con una película que se regodea en la violencia, una violencia gratuita que no necesita la historia. Ya la historia me parece endeble, poco original, lo que, unido al sadismo que exhibe "Malditos bastardos", invita a pensar que tenía razón Woody Allen cuando, hace unos años, en su discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, dijo que el cine americano estaba falto de ideas.
Ya no recuerdo si dijo también que estaba enfermo, cuando yo creo que tal vez no sea el cine americano sino toda la sociedad occidental la que está enferma. El otro día hubo unos cuantos espectadores que aplaudieron. Fueron pocos, pero algunos aplaudieron. ¿Por qué lo hicieron?
"Malditos bastardos" está muy bien hecha, Brad Pitt hace muy buen papel, el oficial alemán "caza judíos" también es un buen personaje, bien encarnado. La película tiene muchos aciertos, aunque hay muchas líneas interesantes en la historia que las desprecia. En realidad, en mi opinión, "Malditos bastardos" desprecia los valores humanos, la vida humana, lo mejor que tenemos. No quiero meterme con Quentin Tarantino, él sabrá qué tiene en la cabeza y qué quiere hacer, pero pienso que podría utilizar mucho mejor el talento que pueda tener.
Creo que "Malditos bastardos" utiliza muy mal todos los medios a su alcance. Yo no quiero ver buenos sentimientos en el cine, no necesariamente, quiero ver buenas películas, y esto es un objeto deplorable envuelto en una caja muy brillante, la de los medios, técnicos y humanos. Por supuesto, si yo fuera alemán me sentiría insultado, pero son los aliados, en mi opinión de nuevo, los que salen peor parados.
Si las personas tenemos valores esta película quiere pisotearlos. Sólo hay un momento maravilloso en la que, indirectamente, se hace un canto al valor. No voy a decir cuál es; a mí me conmovió.
Me da pena que películas como ésta puedan acaparar tanto la atención. No suman, restan, y estamos en un momento difícil en el que necesitamos sumar, y no restar.
Nos metimos en esta película porque, al parecer, "no había nada mejor donde elegir". Eso ya es grave, aunque seguro que nos equivocamos. No sé lo que está diciendo la crítica de esta película, sé lo que pienso yo y lo que piensa mi hermano y mi amigo. No nos gustó a ninguno de los tres, cada uno con sus matices.
Necesitamos energía, necesitamos calidad, necesitamos fuerza, y no películas que echan a perder lo mejor que tenemos. Ya se bastan solos nuestros defectos y errores para brillar por sí mismos; ¿qué nos queda si además destrozamos nuestros mejores valores?

domingo, 20 de septiembre de 2009

Profundidad

Estaba en la cocina con mi madre y con mi hermano Jose. Entonces le pregunté a mi madre: “Mamá, ¿tú crees que nosotros somos mejores que vosotros?” Me refería a mis hermanos y a mí respecto a mis padres, a los amigos de mis hermanos respecto a sus padres… a toda una generación respecto a otra, más antigua. Mi madre dijo que ella estaba segura de que ellos, mis padres, eran buenos, y yo también lo creo, aunque quizá también crea que nosotros, sus hijos, en cuanto a bondad, somos aún mejores que ellos, pero puede que los años nos estropeen. Ellos están más baqueteados por la vida.
Pero esto último no me dio tiempo a decirlo. “Qué preguntas más profundas me hago”, le dije a mi madre, desinflado, como el que no puede obtener respuesta a lo que quiere saber.
-Siempre fuiste así –me dijo mi madre-, desde que le decías a Gloria, en el barco, muy niño, que Dios tenía que existir porque existía el mar, la montaña, todo lo que podíais ver.
Siempre di valor a cosas que a otros no les importaban, o no captaban. Siempre quise saber mucho, por eso, tal vez, me hice tan lector; por eso, en parte, me hice escritor.
Durante años, durante una época, mi trabajo, no todo, consistió en hacerle preguntas a los demás. Hoy me gusta más dar mis propias respuestas, describir, narrar, contar, pensar… Cuando preguntas algo importante a la persona adecuada siempre te responde algo satisfactorio, pero llega un momento en que tienes que responder a tus propias preguntas, aunque no sepas las respuestas. Llega un momento en que hablar y escribir consiste en responder, aunque sea inconscientemente, y algunas veces me he sorprendido escribiendo artículos a partir de una simple pregunta.
Yo, sin querer, tiendo a la profundidad; me lo ha dicho mucha gente. Esto puede ser grave, porque la gente normal no se mueve en ese nivel. Digo “nivel” sin ningún afán clasificatorio, sin jerarquías, sin menospreciar a nadie. Es como si yo buceara mientras los demás nadaran por la superficie; ellos ven distintas cosas que yo, y puede ser difícil llevarles a mi terreno. Aunque yo me dejo, muchas veces, llevar al de ellos, y con placer. Sin embargo, acabo profundizando en lo que ellos dicen, y ahí aparece de nuevo el cruce de caminos. Soy capaz, dejad que me ría, de profundizar sobre una conversación sobre el "¡Hola!".
Uno es como es, me gusta como soy, aunque quiero mejorar muchas cosas. Esto no quiero mejorarlo. Es bueno ser profundo en un mundo que, normalmente, no sabe ver lo importante, la esencia. Persiguen espejismos, pero no perciben dónde se juegan la vida y dónde no.
Tengo la suerte, aunque también se debe al esfuerzo, de expresarme, de palabra y por escrito, de una forma sencilla y accesible. Si además de profundo, fuera inaccesible viviría solo en lo alto de un castillo, como Montaigne. Pero yo tengo amigos, tuve novias y tengo una familia maravillosa. Tengo mis libros y mi ordenador, los alumnos, a los que cada vez quiero enseñar mejor y comprender mejor, tengo mi vocación. ¿Qué más quiero?
Nada, pero al mismo tiempo quiero ser mejor, pulirme, para que el día que me lleven al otro mundo, mi cuerpo, mis ideas, mis palabras, todo lo que haya hecho brille como una estrella. Para que digan: “Aquí despedimos a un hombre, que sólo fue un hombre, un hombre que no se rindió nunca, que siempre quiso ser mejor, lo mejor posible en cada circunstancia.”
Aunque se equivocara muchas veces.

sábado, 19 de septiembre de 2009

La cueva

Nos despertamos. Todo está muy oscuro, no vemos absolutamente nada. Nos levantamos y nos hacemos daño en la cabeza. El techo es bajo. La oscuridad es total. Nos movemos como podemos, con la cabeza gacha, y pronto nos damos cuenta de que, el espacio, no muy grande, no tiene ni entradas ni salidas. ¿Cómo hemos ido a parar aquí?
Es una cueva. Las paredes son de piedra, rugosas y en algunos puntos húmedas.
No se ve nada.
¿Cómo hemos ido a parar aquí? ¿Quién nos ha metido aquí?
Lo primero que se nos ocurre, lo primero lógico, es que estamos en un sueño, y la única manera de escapar es despertar.
Despertamos con todas nuestras fuerzas, como el que sale del agua a punto de perecer ahogado.


Eduardo Martínez-Rico

viernes, 18 de septiembre de 2009

Labranza de un hombre

Labro todos los días un pedazo de mi vida, de la gente que me rodea, de lo que llena mi cabeza.
Labro con un cincel una historia; es muy antigua, viene de muy lejos, del pasado remoto, y se lanza allá donde yo no llegaré.
Labro un poema, los versos de mi juventud, las palabras que me cuentan mis amores.
Labro un drama y una comedia, la de mi sensibilidad, la de mi bondad, que tantos disgustos me causa, que tan grande me hace, a mí y a los buenos.
Labro el mundo y el universo en un papel, concentrado en mi cuerpo y en mi mano, buscando el alma, por los siglos de los siglos, con la humildad de un hombre, con la nobleza de un hombre.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Escándalo en palacio II

(Hace unos días publiqué una entrada en el blog sobre "Escándalo en palacio", la comedia que acaba de estrenar Pedro Ruiz en Madrid. Ayer publiqué otro artículo sobre la obra en "El Norte de Castilla". Ahora reproduzco este último artículo en mi blog.)


A los artistas hay que escucharlos después de realizar la obra. Es entonces cuando, en pocas palabras, dan algunas claves importantes. El miércoles pasado asistí a la primera función, ensayo con público, de "Escándalo en palacio", la alta comedia que estrena hoy Pedro Ruiz en el teatro Reina Victoria, en Madrid. Pedro dijo ante algunas personas, al terminar la obra: “No quiero que el público se ría más, para no perder el fondo.”
El fondo es todo lo que contiene la obra, la historia, las ideas diseminadas aquí y allá en la comedia, la intención, el poder de reflexión que quiere tener "Escándalo en palacio" en el público, que no para de reír, sólo para escuchar los diálogos.
El presidente de un país imaginario, Bernard Mathieu, tiene que dimitir por un escándalo sexual. La obra empieza en un palacio, donde se desarrollará entera, con el presidente y su mujer, la primera dama, disponiéndose a ver el “vídeo de la infamia”. Hace tres o cuatro años les grabaron en un lavabo realizando prácticas sexuales. La comedia dura hora y media, y en esa hora y media asistimos a los diálogos de la pareja, toda una muestra del poder entre bastidores.
Pedro es amigo mío y he tenido la suerte de ver cómo nacía "Escándalo en palacio". Hemos jugado al tenis muchas veces, y un día apareció con esta comedia escrita. Pudimos hojearla en casa. He visto, a distancia, cómo la ha preparado, cómo ha elegido a Lidia San José, espléndida y llena de carácter en su papel, cómo ha levantado la obra de la nada, y cómo asume todos los riesgos que implica el teatro, que implica cualquier empresa.
Al día siguiente de verla le mandé un mensaje que solamente decía esto: “Tu obra me pareció magistral. Eduardo.” Se lo he dicho en privado y ahora se lo digo públicamente. ¿Y por qué digo esto? Porque algunas obras, de algunas personas, y más llegado a un momento de la vida, tienen la factura de un maestro, el maestro que está detrás de ellas. "Escándalo en palacio" tiene todos los elementos armonizados, todo funciona y todo funciona bien, y el público pasa una hora y media deliciosa disfrutando con los problemas de otros, con los problemas, además, de los poderosos.
También me dijo Pedro después de la función: “Esto parece de ahora, pero viene de muy atrás en mi vida.” "Escándalo en palacio" puede verse a muchos niveles, como las buenas comedias, como instrumento de diversión, grande, y ya es bastante, y como motivo para la reflexión. Pedro Ruiz y Lidia San José pronuncian frases de mucho calado, y se hacen muchas insinuaciones, sobre el poder y la vida, que no hacen referencia a nadie en particular sino a todo el sistema político y social, a la vida en la que estamos todos metidos.
Es una metáfora sobre la corrupción, sobre la hipocresía política y social, sobre todo lo que queremos ocultar y continuamente sale a la luz, porque tarde o temprano todo se acaba sabiendo.
Le deseo la mejor de las suertes a la obra de Pedro Ruiz, y sé que la va a tener, porque es inteligente y al mismo tiempo comercial, porque tiene calidad y está cuidada en sus más mínimos detalles.
Al final de la obra también pude saludar a Lidia San José, muy educada y cercana. Me dio la impresión de que su personalidad no se parece mucho a la de la mujer que encarna. Lidia me pareció una persona muy dulce, y no la devora-hombres que es Paola D´Angio, también encantadora, a su manera, y peligrosa.


Eduardo Martínez-Rico

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Polvorín

Este polvorín de grandezas y miserias que es el ser humano.

Como esos perros

Ya no lloro.
Cuando algo me duele
Mucho,
Lo lloro por dentro,
Me acaricia
Las entrañas,
Lo callo o lo hablo,
Los demás me ayudan
A exorcizarlo.
Pero ya no lloro.

Hay veces
Que no me duelo,
Y es algo
Que me hace daño
O me indigna,
Pero no me duelo,
Estoy triste,
Simplemente triste,
Como los perros
Que llevan
En silencio
Su enfermedad,
Sin molestar
A nadie,
Sin un ay,
Ay,
Como esos perros.
Estoy triste,
Pero no lloro.


Eduardo Martínez-Rico

martes, 15 de septiembre de 2009

El Valor de la Palabra

Necesitamos las palabras. Las necesitamos para vivir, para trabajar, para relacionarnos. La palabra tiene distintos niveles y distintos usos según para qué la necesitemos, pero su buen uso, la sabiduría con que la empleemos, nos puede abrir muchas puertas que pensábamos que siempre iban a estar cerradas.
Los políticos nos seducen con la palabra, y cada vez peor, por cierto, en España. Las mejores ideas se exponen con las mejores palabras. Un buen escritor tiene mucho perdido si no es un buen conferenciante. Un buen directivo precisa como el agua tener un dominio aceptable de la palabra para transmitir sus logros y proyectos.
Son pocos los grandes líderes que no hayan sido grandes oradores: Churchill, Gandhi, Kennedy… Como si el corazón y las ideas latieran al unísono del dominio de la palabra. No se puede arrastrar a la gente a los mejores objetivos, si no los convencemos con la palabra.
Vivimos una época que ha descuidado las Humanidades; las ha dejado abandonadas en el desván. Una buena cultura, unas inquietudes dinámicas, la práctica persistente en la palabra y el dominio en el propio campo profesional, es suficiente para convertirse en un muy buen orador.
Esto no se consigue de la noche a la mañana, pero en un curso, una asignatura de Máster, se pueden conseguir grandes avances, un cambio de actitud.
La palabra tiene valor, resiste el tiempo, es mucho más perenne que nosotros los hombres. Las mejores palabras de los mejores hombres se han conservado en todo tipo de soportes. Creo que es una inconsciencia de nuestra sociedad el haber descuidado, ya desde primaria, este tesoro del hombre. Hay que saber, pero sobre todo hay que ponerse y practicar.
El mejor ejemplo del valor de la palabra es muy reciente: Barack Obama, el nuevo presidente de los Estados Unidos de América. Obama tiene una gran formación, es carismático, posee otras virtudes, pero es un consumado orador. Una vez pasada la campaña electoral ya nos hemos olvidado de esto, pero sus discursos consiguieron encender a su nación.
La Retórica tiene mala prensa porque la han malversado, pero es un instrumento ideal para ser mejor profesional, para llegar mejor al otro. Yo propongo una retórica moderna y flexible, adaptada a todos los terrenos. En la vida utilizamos las palabras constantemente, y cada vez más. ¿Cuándo hemos escrito más sino ahora, con tanto e-mail y SMS? Y sin embargo, muchos lo hacen mal. No saben que cuando escriben un mensaje su rostro son las palabras que lee el destinatario. No es cuestión de saber escribir, es cuestión de saber presentarse, de presentar lo que somos y lo que queremos ser.
Hablamos constantemente por teléfono, no paramos de realizar entrevistas de trabajo, revisamos nuestro e-mail día y noche. Yo quiero enseñar a hacer todo esto, a utilizar la palabra en la vida cotidiana, lo mejor posible. Que la palabra no sea un obstáculo, sino el perfecto aliado. Y que nos lleve a las mejores metas, a nosotros y a los que dependen de nosotros.


Eduardo Martínez-Rico

(Artículo publicado en la revista "Ideas", editada por el Instituto de Empresa, en su número 106, verano de 2009.)

lunes, 14 de septiembre de 2009

Mente y corazón

Tu mente quiere atrapar a tu corazón, y lo caza y lo controla, pero éste siempre se escapa. Dicen que seas un poco cabrón, en determinadas situaciones. Tendrás que nacer de nuevo, tendrás... No estás preparado para ello, no eres eso. Cada vez tu mente es más fuerte, mejor organizada, cada vez tu corazón es más inteligente. Aprieta fuerte el cayado de la vida y no dejes de caminar.

Tenerte y olvidarte

Suena en lo hondo
Del lago un sonido.
Te mueves despacio,
Rítmicamente
En la noche.
Ya no sueño
Con tenerte,
Sino con olvidarte.


E.M.R.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Afortunado

Vacía tu ambición. Concentra tu mirada en lo que eres, en la satisfacción de desarrollar lo que eres. El mundo te contiene, para algo has nacido, escribe tu camino día a día, solo y con los demás.
Qué afortunado eres que en medio de los vaivenes de la vida te puedes llamar feliz.

García Gual y los best-sellers

Cada vez que veo a Carlos García Gual hablamos de muchos temas, muy variados, aunque casi todos relacionados con la literatura, pero siempre acabamos hablando de best-sellers. Me llama la atención, porque esto significa que tanto a él como a mí nos interesa mucho esto.
Él no sólo es catedrático de Clásicas y un ensayista transparente y gozoso; es también, y esto incluye lo anterior, un lector profesional, experto, un lector que tiene mucho de sociólogo de la literatura, o de sociólogo a secas, como todos los escritores.
Una de las cosas que más le interesan, por lo que yo veo, que él no lo dice, es el fenómeno de los grandes éxitos de ventas, la repercusión en la sociedad, y las razones por las que se producen.
Hace poco quedamos en Madrid y su atuendo veraniego me sorprendió, tan sencillo como era. Pantalones de pinzas, barba más corta de lo normal, y gafas Ray-Ban, o tipo Ray-Ban, de piloto. Este nuevo aspecto, que yo no conocía, le rejuvenecía. Los sabios también pueden parecer jóvenes, o ser jóvenes.
Me gustó lo que me dijo de "Millenium", la trilogía que está apasionando a medio planeta y que yo no he leído todavía. Según él, o según yo capté, hay unas claves que explican este éxito millonario: son novelas que no requieren unos conocimientos especiales para entrar en ellas; es el género del folletín clásico modernizado; son libros muy actuales, tienen muchos elementos del mundo actual, como que haya un personaje femenino experta en ordenadores, una hacker.
-No es gran literatura –me dijo-, pero hay que ser muy listo para hacer unos libros así.
-¿Pero no crees que estos grandes éxitos son cosa del azar, que te tocan o no te tocan?
-No, yo creo que estos autores son muy listos, o muy listos para eso.
Me dijo algo muy interesante, y muy sencillo, como es todo lo que piensa y dice García Gual:
-Los best-sellers tienen un éxito inmediato, mientras que la gran literatura necesita más tiempo.
Carlos me regaló un libro suyo que me hizo mucha ilusión, porque quería leerlo desde hace tiempo: "Los siete sabios (y tres más)". Me está gustando mucho, me está aclarando. Llevo muchos años interesado por la sabiduría, por lo que es y no es, y aquí se cuenta lo que es y las diferentes etapas que pasó en la Grecia clásica. Carlos dice que es un libro “de filólogo”, pero está claro que los filólogos también pueden escribir sencillo y ameno. Con Carlos García Gual uno aprende como el que no quiere la cosa, casi por ciencia infusa, y conviene reflexionar sobre sus palabras después de haber tenido un encuentro con él, como después de leerlo, porque es tan cristalino lo que dice y escribe, que puede parecer banal o sin importancia.
Lo que está muy asimilado es como el oro que se encuentra en el río después de cribarlo mucho. Me gusta García Gual porque no le pesa su sabiduría, todo lo que ha leído y pensado sobre lo que ha leído, también sobre el mundo que tiene alrededor. Uno de los problemas que uno ve en algunos profesores españoles, es que les pesan demasiado sus medallas, aunque sean legítimas, por lo que les ha costado conseguirlas. Y por medallas entiendo ahora todas sus horas de estudio y trabajo.
García Gual sabe lo que es porque lo pregona su trabajo cotidiano, sus libros escritos, sus artículos y diversas ocupaciones, pero una vez que tiene eso asumido se toma la vida con ligereza y está siempre dispuesto a aprender, a aprender más. Esto tiene mucho mérito.


(Columna publicada en "El Norte de Castilla", el 9 de septiembre de 2009.)

sábado, 12 de septiembre de 2009

Mi orador

-El orador ideal debe ser un hombre, nada más que un hombre pero nada menos que un hombre. Un hombre preparado para hablar, que se haya entrenado para transmitir bien unos mensajes y para producir unas reacciones en el auditorio.
-El orador ideal debe servir a ideales nobles, respetables, que conduzcan al bien común, y si busca sólo beneficiarse él, que al menos sus fines no perjudiquen a otros. Quintiliano decía que el rétor era "el hombre bueno adiestrado en retórica". El orador debe ser un hombre bueno.
-Debe ser auténtico y transmitir autenticidad. Debe desterrar la mentira de sus palabras, que le duela la mentira cuando incurre en ella, que piense que la verdad brilla, ahora o mañana.
-El orador ideal debe tener credibilidad. La credibilidad se la gana uno día a día, trabajo a trabajo, acción tras acción, palabra a palabra. Sólo uno es creíble cuando dice la verdad, cuando actúa de verdad.
-El orador ideal se puede equivocar, y se equivoca, pero siempre quiere acertar, siempre quiere ser mejor de lo que es. El orador falla, pero hace todo lo posible para no fallar.
-Aprende de sus errores y acaba por valorar el error como el oro. Se aprende de los éxitos, por supuesto, pero se aprende mucho de los fracasos. Lo malo es que éstos duelen mucho más. Hay que ser un espíritu muy elevado para saber aquilatar unos y otros.
-El orador ideal, el gran orador, es consciente de su gran poder, y sabe que un gran poder entraña una gran responsabilidad. El orador que domina su arte lo pone al servicio de los demás, de las causas justas, del beneficio del bien común.
-El orador ideal es un maestro en el auto-control, él que tiene tantas pasiones. El orador ideal domina el caballo que es él mismo, porque sabe que los frutos de sus palabras no se merecen su descontrol.
-El orador ideal trabaja para el mañana. Sabe el poder que tiene la palabra, y cómo la palabra es una inversión que puede tardar mucho tiempo en rendir beneficios. El orador ideal, consciente del valor de su palabra, y de lo que ella significa, cuida y mima la palabra porque sabe que en días, meses, años... esa palabra construirá algo grande.
-El orador ideal conoce las ideas de corto y de largo plazo como nadie. No tiene más que abrir la boca y esperar. O recoger el fruto de lo que hace años sembró.
-La palabra es un medio y un fin en la vida cotidiana. La palabra es un medio para la satisfacción del escritor y un fin para el arte. Pero la palabra es una potencia que puede dar la vida o quitarla. Todo lo que vemos en la calle, en el campo, más allá de los mares, todo se ha construído con la palabra.
-El orador ideal es un pobre hombre muy estudioso, muy trabajador, muy amante de la palabra. Es un hombre feliz que sabe que también es un instrumento. Es un hombre que siente la alegría de estar vivo y la transmite.
-El orador ideal sabe ser apasionado, frío, atento, meditabundo, vehemente, templado... sabe escuchar cuando corresponde, y sabe incluso atacar cuando es necesario. En él se ha edificado una espada, y ha tardado años de aprendizaje en conocer su funcionamiento.
-El orador ideal es un hombre digno que respeta la dignidad de las personas.
-Conoce sus defectos y sus virtudes, se ha hecho un experto en la condición humana, aunque también en esto se puede equivocar. Se ha auscultado a sí mismo, se ha buceado, ha aprendido a escuchar el alma de los demás. El orador ideal vive para sí mismo y para el mundo. No es un santo, es un hombre bueno que quiere ser mejor, pero que sabe que nunca llegará a ser tan bueno como le gustaría. Sin embargo, nunca renuncia a construir un mundo mejor.
-El orador ideal ama al hombre, pero aborrece su mezquindad.
-El orador idea ama al hombre cuando es digno de sí mismo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

A largo plazo

A menudo necesitamos meses, o años, para comprender el auténtico significado de palabras pronunciadas demasiado rápido. En hablar se tarda poco, pero en comprender se puede tardar mucho. Convendría recordar esto mientras estamos escuchando, y también mientras estamos hablando.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Escándalo en palacio

Sólo quiero recomendar aquí a mis lectores, a la gente que pueda entrar en "Los días de Ícaro", que vayan a ver "Escándalo en palacio", la obra de Pedro Ruiz. Si quieren disfrutar con una buena alta comedia, olvidarse de sus problemas durante hora y media, y/o, si lo prefieren, reflexionar sobre el tema de la corrupción y de la hipocresía social, que se acerquen al Teatro Reina Victoria de Madrid a pasarlo verdaderamente bien.
La obra no se estrena hasta dentro de una semana, pero las primeras funciones ya han empezado. Pedro Ruiz me explicó que se representan unas cuantas funciones ante el público, que paga una entrada reducida, para ver cómo rueda la obra y hacer, si es necesario, algunos cambios.
A mí me pareció magistral, y así se lo he dicho en un mensaje a Pedro, esta mañana. Es amigo mío y yo antes de mentir prefiero guardar silencio. Pero me reí mucho. Ayer no tuve un día fácil y la obra me lo hizo olvidar casi por completo.
Pedro se mueve con una soltura increíble en el escenario. Es la primera vez que le veo en el teatro, y ya me advirtió que si no lo veía actuar no lo conocía. Por fin lo vi actuar, y es un gran actor de comedia, muy divertido, mucho más divertido que en la realidad, por lo menos conmigo, porque Pedro es muy escéptico, muy grave, muy filósofo y está preocupado por el mundo que le rodea, tan preocupado que a veces me parece que ha tirado la toalla. Pero eso no significa que deje de ser como es.
No quiero desvelar nada de la obra porque aún no se ha estrenado. Pero supongo que sí puedo decir lo que ya ha aparecido en la prensa: un presidente de un país imaginario se ve obligado a dimitir; han emitidio unas imágenes en las que se le ve realizando prácticas sexuales en un lavabo con la que luego será su segunda mujer. En su palacio, el presidente y la primera dama hablan de lo que tienen encima.
Lidia San José está espectacular, como físico y como carácter. Después de la obra la pude conocer, y me dio la sensación de que su personalidad no se parece mucho a la de su personaje: educada y dulce. Pero fue apenas un instante.
Una obra magistral, muy divertida, reflexiva. Cada uno sabrá a qué nivel la quiere ver.
Estuvimos riendo casi todo el tiempo, menos cuando nos callábamos para escuchar. A la salida del teatro Pedro comentó: "No quiero que el público se ría más, para no perder el fondo." Frase de maestro.
A los artistas hay que escucharlos justo después de realizar sus interpretaciones.
Muchas felicidades, Pedro.

Problemas

Somos más grandes que nuestros problemas.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Aprender

Nunca dejas de aprender, sobre el hombre y sobre todas las cosas. Lo que te preguntas a veces es si te sirve para algo todo lo que aprendes. La respuesta es, obviamente, sí, pero hay momentos en que cuesta verlo.

"Los gozos y las sombras"

"Los gozos y las sombras", así es la vida: gozos y sombras.

Esa sensación

Esa sensación infantil de que te han pegado y estás solo en el mundo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Algo olvidado

(Esta columna la publiqué en "El Norte de Castilla" hace ya bastantes meses, cuando empecé a preparar mi curso "El Valor de la Palabra", para el IMBA del Instituto de Empresa. Se me ha ocurrido publicarla ahora en el blog, quizá porque estoy totalmente inmerso en este tema, pero también porque pienso que es un tema perenne. La palabra es esencial, nos puede ayudar mucho, y nos puede perjudicar. Ha estado muy olvidada, como si la diéramos por supuesta, pero todas las personas a las que les contaba mi idea de curso, mostraban la importancia de la palabra, y la utilidad de enseñarla y aprenderla.
Llevo muchos años escribiendo; mi caso es un caso claro de vocación literaria. Vivo todo el día con la palabra, y hay noches que me sorprendo soñando con que leo o escribo. No hace falta ser un profesional de la palabra, para ser conscientes de su importancia. Que nunca más volvamos a olvidar la palabra.)

Ando estos días leyendo a Aristóteles, a Cicerón, a Quintiliano y a algún autor moderno. Hace unos meses me propusieron crear una asignatura para un máster a partir de lo que yo sé y hago. Entonces caí en la cuenta de que me gano la vida con las palabras: escribiendo, hablando, leyendo… Todo lo que hago es mediante palabras, en libros, artículos, clases y conferencias. Creo mucho en las palabras, y considero que todos, no sólo yo, nos ganamos la vida con ellas. No sólo trabajamos con palabras, sino que también nos relacionamos, amamos, nos equivocamos, creamos, con palabras.
¿Cuántas veces al día hablamos por teléfono? ¿Cuántos e-mails escribimos todas las mañanas? ¿Si queremos enamorar a alguien, qué utilizamos principalmente? Los políticos, ¿qué hacen para ganar nuestro voto? Toda nuestra vida gira en torno a las palabras, y creo que no se le ha dado la importancia que merecen.
Las palabras tienen mucha fuerza, y hay que saber utilizarlas. Tan importantes son nuestros conocimientos, y el mundo que cada uno lleva dentro, como nuestro espíritu, nuestra pasión. Bien canalizado todo eso es muy potente, y las palabras nos ayudan a ello.
La retórica se ocupaba de este tema, pero la idea de mi asignatura iba más allá de la retórica tradicional. Yo quería crear una sensibilidad mayor hacia las humanidades, pero también hacia el periodismo, todo lo que se expresa con palabras. Y no me quería, no me quiero reducir a la palabra escrita, sino ir a todas las formas actuales que toma la palabra. Ya digo, el e-mail, el teléfono, el informe que siempre tenemos que escribir, la presentación que estamos obligados a hacer y que tanta vergüenza nos da, o nos daba. Es un universo infinito, que si dominamos medianamente nos hace más completos, competitivos –ahora que está tan de moda la competición-, más personas y mejor comunicadores.
Mi idea era global, integral, total. Pero no era tan original como yo pensaba. Hojeando en una librería a los autores que han escrito sobre retórica, me encontré con Quintiliano, quizá el máximo autor sobre este tema. Quintiliano había pensado lo mismo que yo dos mil años antes, pero él lo había sistematizado. Quintiliano pensaba que el “arte del bien decir”, que eso es la retórica, debía ocupar toda la formación de una persona, desde la niñez a la edad adulta. Y aquí encontramos la clave: para hablar bien, para escribir bien, necesitamos haber leído mucho, haber escuchado mucho, haber viajado, haber vivido…
Yo no soy un rétor, y la retórica me da un poco de miedo. Encuentro apasionante el planteamiento, las ideas, la ayuda que nos puede proporcionar, pero no me quiero convertir en una máquina de reglas, de aprenderlas y aplicarlas. Me gusta la libertad, la naturalidad, y creo que ésa es una de mis grandes conquistas. Me gusta escribir sencillo, que todos me entiendan, llegar al otro y tratar de explicar lo más complicado de la forma más llana. Pero la idea central de la retórica, que puede abarcar todos los aspectos de nuestra vida, no es otra que la de la buena comunicación. ¿Cómo puedo transmitir a los demás lo que quiero decir? Mis ideas, mis pensamientos, mis anhelos, mis sentimientos.
A escribir se aprende durante largos años de esfuerzo. A hablar, si nos fijamos, también. La retórica, bien entendida, puede ser una pieza que complete muchas otras. No es sólo aprender a hablar, es hacerse con un gran océano, que no es otro que nosotros mismos y aprender a dominarlo. Quien consigue esto experimenta un gran placer, una íntima satisfacción, y además ve cómo sus logros son reconocidos.

(Columna publicada en "El Norte de Castilla".)

Un rumbo

Vago por la tierra con un rumbo fijo. ¿Y tú qué buscas?

lunes, 7 de septiembre de 2009

El futuro

¿Vamos hacia una sociedad de ignorantes muy bien informados?

Intención

Trato de ser coherente con lo que escribo, de no hacer daño a nadie, de llenarme con lo que hago, de trascender con mis palabras el mundo que me ha tocado.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Sensualidad

Te veo
en mi imaginación,
casi en silencio,
murmurar quedo,
mover los labios
imperceptible,
Sensualidad,
cimbreando
tu cuerpo
casi adolescente,
el cabello
recogido
en un leve
moño,
preguntándome
sin palabras
por qué te gusto,
qué ves
en mí que te gusta
tanto.
Yo no respondo,
sólo
te muevo.


Eduardo Martínez-Rico

Auto-examen II

Ayer escribí mi "auto-examen" y me he dado cuenta de que faltan detalles importantes, aunque siempre faltarán. Entre las virtudes debo decir que me dicen mucho que soy "buena persona", lo cual es muy bueno, sin duda, pero hay veces que pienso que no es ninguna ayuda para la vida. Una mala persona tiene menos escrúpulos para actuar. Pero en este sentido cada uno es lo que es; esto poco lo podemos cambiar, y depende mucho del legado de nuestros padres, de nuestra familia y de la gente que nos rodea.
También me dicen que soy buen amigo, y esto me gusta mucho, porque me gusta estar pendiente de la gente que quiero y quiero a mucha gente, porque me gustan las personas y me gusta tratarlas bien. Si dicen también que tengo el don de las relaciones humanas es porque quiero a la gente; supongo que esto está conectado con otra cualidad negativa que me encuentran algunos, que soy ingenuo. Imagino que a menudo sólo se puede querer mucho a la gente siendo ingenuo, o perdonando mucho, u olvidando mucho. También creo que la ingenuidad está relacionada con la bondad, aunque soy consciente de que hay que minimizar la ingenuidad.
Antes me decían, hace años, que no escuchaba, pero desde que me puse a hacer entrevistas ya no me lo dicen. Ahora puedo decir, orgullosamente, que sé escuchar. Es más, enseño a escuchar.
Y hay más virtudes y defectos que irán saliendo con los días. Si no los escribo, que a lo mejor los escribo, será por no aburrir.
"Conócete a ti mismo", decía el Oráculo de Delfos. Es una buena receta médica, vital, grandemente productiva, productora de felicidad.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Auto-examen

Les voy a pedir a mis alumnos de “El valor de la palabra”, del IMBA del Instituto de Empresa, que hagan un auto-examen sobre sus virtudes y defectos. Me gusta haber hecho lo que mando a mis alumnos, y si no lo he hecho, hacerlo.
Enseño a hablar y a escribir mejor, a comunicar mejor. Enseño la palabra. Esto es un universo que afecta a toda nuestra vida, a todo nuestro ser, a nuestro pensar, a nuestro interior y exterior. La palabra implica el silencio, la palabra implica acción.
Creo que para comunicar hay que conocerse bien a uno mismo, para explotarse o para controlarse. Conocerse viene bien para todas las esferas de la vida, pero tengo claro que para comunicar es muy útil. Comunicando volcamos nuestro mundo y el mundo, y es bueno saber con qué estamos tratando. Igual que leer libros y periódicos es muy bueno, igual que viajar es muy bueno, conocernos a nosotros mismos es trascendental.
He decidido escribir sobre mis virtudes y mis defectos, con todos los problemas que tiene eso. Cuando uno habla de sus virtudes puede parecer un fatuo. Cuando habla de sus defectos puede tratar de explicarlos o justificarlos, porque es verdad que todos los defectos tienen un reverso luminoso, favorable.
Yo puedo hablar de las virtudes que me repiten los demás. Me dicen que tengo una gran capacidad para relacionarme, para las relaciones humanas. Me dicen que sé muchas cosas y que escribo “bien”, o “muy bien”, o “excelente”, dependiendo de los lectores. También me han dicho que tengo “un don especial con las mujeres”, aunque durante años apenas lo he cultivado. En otras épocas lo cultivé mucho. Alguien me habla de que tengo el don de la comunicación. También me han dicho varias veces que tengo el don de la creatividad.
Mi padre y mi hermano Jose me dicen a menudo que soy muy constante, y casi todo el mundo que me conoce me dice que soy muy trabajador. Esto es objetivo, se ve a simple vista. Me halaga que me digan que soy inteligente, y lo suelen meter en las descripciones sintéticas de Eduardo, o sea yo. Pero lo que más me dicen de todo es que soy guapo… tiene gracia.
Bien, esto, efectivamente, queda muy fatuo. Pasemos a los defectos, a lo que me dicen también. (Estas cosas te las dicen sobre todo en la familia.) Mi madre dice a menudo que soy muy egoísta, pero eso no quita para que me quiera mucho y para que, gracias a Dios, me valore mucho. Reconozco que estoy demasiado metido en mi trabajo, y mi trabajo, hasta ahora, era muy individualista.
También me dicen en casa que soy muy orgulloso, y esto lo veo yo mismo, no hace falta que me lo digan, porque además, lo reconozco, tengo un altísimo concepto de mí mismo. Uno de mis trabajos actuales es aprender humildad, y estoy haciendo progresos grandes.
Mi padre, en algunos momentos, afortunadamente pocos, me dice que soy soberbio, lo que conecta con el resto de mis defectos, y tal vez con mis virtudes. Yo creo, y esto no me lo dicen, que además soy muy vanidoso. Disfruto mucho cuando me dicen cosas buenas, cuando me dice alguien que ha leído un libro o un artículo mío y que les ha gustado. Soy muy vanidoso, y aunque creo que todos los escritores lo somos, no quiero justificarlo. De todas formas, repito, esto no me lo dice nadie.
Pedro Ruiz me dice que tengo mucho ego, y yo sé que lo tengo, muy grande, lo que estará conectado con la vanidad, el orgullo y la soberbia.
Entre las virtudes también me dicen que soy muy culto y muy observador, un buen conversador, pero creo que, hoy por hoy, lo que más me distingue, y sólo lo veo yo, es que siempre quiero mejorar. Me gustaría ser muchas cosas que no soy, como más aventurero, más viajero, quizá más valiente, aunque creo que soy todo esto, pero en la vida cotidiana. Me gustaría ser un Indiana Jones, pero estoy contento con lo que soy, y me conformo con mejorar cada vez más lo que soy.
Tengo muchísima seguridad para lo grande, para el largo plazo, y muchísima inseguridad para lo de todos los días, para las pequeñas variaciones del plan y de la rutina, y sin embargo me gusta variar, el cambio. Soy perezoso cuando tengo que salir de mi camino, de mi trabajo, de mis objetivos, por eso dirá mi madre que soy egoísta. Me gustaría ser un entregado a los demás, pero me temo que estoy incapacitado para eso. Tendré que hacerlo pero dentro de la escritura, del periodismo, de la docencia. Me gustaría ser un santo, pero estoy demasiado pendiente de mí mismo y de mis “obras”. Soy miedoso, tengo muchos miedos, pequeños, porque no me asustan los grandes desafíos, al revés, los busco o los quiero. Pero tengo muchos miedos, lo que ocurre es que siempre me lanzo y hago lo que tengo que hacer, o lo que quiero hacer.
Cuando hacía entrevistas sentía miedo antes de todas ellas. Ahora que doy clases siento miedo antes de cada una de ellas. Pero no me da ningún miedo, todo lo contrario, el papel en blanco. Supongo que un esquiador profesional, al descender una montaña, siente lo mismo que yo cuando escribo.
A la hora de escribir y de hablar, sea la circunstancia que sea, hay que saber con quién te juegas los cuartos. El receptor cambia, pero nosotros no. Debemos conocernos mejor para hacerlo siempre mejor. He intentado hacer un auto-examen, aunque me temo que ha quedado complaciente. He hecho lo que he podido.
Pero lo logrado me va a ayudar.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Tu voz en el teléfono

Tu voz en el teléfono, y yo sin poder decirte que me he enamorado de ti.

Seré un hombre

Seré un hombre, nada más que un hombre, pero explotaré todas las capacidades que me da el ser hombre. Seré yo mismo, lleno de orgullo y humildad ante mis cualidades, lleno de temor ante mis defectos. Aceptaré el error, apretaré los dientes ante él y lo aprovecharé como oportunidad para el futuro. Siempre aspiraré a ser mejor, aunque me equivoque todos los días, todas las horas, porque sé que todos los días, todas las horas, crezco y mejoro.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Sánchez Vidal

Una de las cosas que más me gustan de la vida es la sorpresa, la buena sorpresa, claro, que para desgracias ya nos bastamos solos. El escritor y profesor Agustín Sánchez Vidal, ahora autor de éxito, apareció en mi vida por sorpresa, o yo aparecí en la de él. Estaba haciendo un máster de edición y fui a la presentación de uno de sus libros, "La llave maestra", que luego leí y me apasionó. Me acuerdo que tomé muchas notas para hacer un artículo sobre el acto y sobre el libro.
En aquella presentación Sánchez Vidal, acompañado por su amigo Carlos Saura, nombró a George Lucas, el creador de "La guerra de las galaxias", y fue entonces cuando asocié el nombre del escritor con "Star Wars". No me equivoqué. Por aquel entonces se estrenaba el episodio III de las películas, "La venganza de los Sith", y a mí se me ocurrió escribir un libro sobre la saga. Pero me parecía una locura y así se lo dije a Sánchez Vidal. Su jefa de prensa me dio su correo y le escribí. Me animó mucho a hacer el libro: “Además, tienes que estudiar las implicaciones de la saga en tu generación.”
Entonces me lancé a investigar sobre "La guerra de las galaxias", y Sánchez Vidal fue el amigo que me fue orientando en el proceso. Al principio me dirigió al gran Campbell y "El héroe de las mil caras", un libro sobre mitología maravilloso, el libro que le cambió la vida a Lucas y que tanto influyó en "La guerra de las galaxias" y después en todo el cine americano.
Yo escribía un capítulo y se lo mandaba a Sánchez Vidal, que me daba su opinión y sugerencias. Por fin, tras una aventura galáctica e intelectual que nunca olvidaré, terminé el ensayo, libro que siempre tengo muy cerca de mí porque siento por él un cariño especial.
Y de cariño también se trata cuando hablo de Agustín Sánchez Vidal. Es curioso cómo se lo puedo tener de forma tan fuerte a una persona que sólo he visto una vez en mi vida. Nuestra relación parece de otro siglo, de otra época, pero eso no le quita ni un ápice de autenticidad.
Nos escribimos de vez en cuando y nos mantenemos al corriente. Ahora me acaba de decir que ha estado en Oxford dando unas conferencias. “Como Borges y los Nóbel”, le he escrito en un mensaje. Pero yo creo que Agustín es un hombre sencillo, aunque sea un sabio, que fue lo que dijo de él Carlos Saura en esa maravillosa presentación. Un hombre sencillo que a menudo me ha animado a que siga trabajando con tanta fuerza, “porque merece la pena”, y que siempre me dice las cosas más serias, más trascendentales, en sus mensajes, como quien no quiere la cosa, con la llaneza y transparencia de los sabios.
Agustín es un hombre, si no recuerdo mal, de estatura media tirando a alta. Tiene el pelo blanco, pero abundante, lo cual a su edad es una bendición. Ha escrito decenas de libros, y saca el tiempo de debajo de las piedras para escribir, en medio de su actividad docente intensa. Es catedrático de Cine en la Universidad de Zaragoza y muy aficionado a la espeleología. Tuvo mucho trato de joven con Luis Buñuel y está considerado uno de los mayores expertos del mundo en este director. Pero los últimos años Agustín se ha dedicado más a la creación literaria; hace poco ganó el Premio Primavera con "Nudo de sangre", novela de aventuras, porque lo que le va a Agustín es la aventura.

(Columna publicada en "El Norte de Castilla" el 2 de septiembre de 2009.)

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Eduardo

A veces se nos olvida qué es lo que somos, con tanto que vamos acumulando a lo largo de la vida. Yo estoy muy orgulloso de ser escritor, por ejemplo, porque es mi vocación y porque he luchado por serlo muchos, muchos años. Pero ¿mi esencia es ser escritor? Serlo es una forma de vivir, de ver la vida, de ser, y probablemente lo soy porque nací así, por lo menos con una semilla, una predisposición. Es probable también que ser escritor sea mi mejor manera de estar en el mundo y de relacionarme con él.
Pero debe de haber algo anterior, y también hay muchas más cosas. Ahora pienso que soy Eduardo, simplemente Eduardo, y lo que eso significa. Es un nombre que me pusieron al nacer, y podría haber sido perfectamente otro, pero denota lo que soy, mi yo, mi persona. Una persona es una estrella interior y exterior que se enciende al nacer.
Soy una persona, un hombre, me llamo Eduardo y hago muchas cosas, las he hecho desde que nací. También soy periodista y profesor, y hermano e hijo, y amigo... Pero hay algo que está por encima de todo lo demás, que le sirve de base a todo y que es el pre-sentido, el sentido y el pos-sentido de mi persona.
Simplemente Eduardo. Esto aclara mucho la mente, la vida.

martes, 1 de septiembre de 2009

Osadía y prudencia

A la hora de hacer y de hablar hay que ser osados y prudentes, hay que combinar las dos actitudes, pero debemos ser nosotros los que elijamos cuándo ser osados y cuándo ser prudentes. Esto supone meditar y tomar una decisión, elegir. Hay veces que no nos podemos permitir el lujo de ser osados, porque perjudicamos a terceros, por ejemplo. La osadía nos lleva a hacer lo que nunca pensábamos que podríamos hacer, pero la prudencia también. La osadía se asocia a los conquistadores, un poco ciega e inconsciente, pero rinde muchos frutos. La prudencia se asocia a los sabios, y está llena de luz. Las dos son virtudes, pero en cierto grado pueden ser defectos. La osadía puede llevar al desastre, al choque mortal, o muy grave. Un exceso de prudencia puede paralizar, puede llevar a la pasividad, a la contemplación eterna. El hombre está hecho para pensar, reflexionar, hablar y actuar, y dentro de esto, y de pocas variantes, entra todo. La prudencia puede llevar a la osadía y la osadía a la prudencia. Lo mejor es combinarlas. Yo he aprendido prudencia después de muchas osadías, y ahora que tengo algo de prudencia no quiero renunciar a la osadía. ¿Una osadía prudente?