viernes, 25 de septiembre de 2009

Montaigne

Tengo el primer tomo subrayado por todas partes. Ha sido mi compañía fiel por todas partes; lo he leído en mi despacho, en el baño, mientras viajaba. Los "Ensayos" de Montaigne es un buen compañero para todas las circunstancias de la vida, aunque muchas veces no haya que dejarse cegar por su portentosa cultura y sabiduría, ponerlas en cuarentena, y comprender que no sólo piensa Montaigne y sus clásicos; también lo hacemos nosotros, aunque a veces nos luzca menos.
Recuerdo que compré el primer tomo de los Ensayos en la Complutense, cuando era estudiante. Había leído el lema de "Los cuadernos de don Rigoberto", de Vargas Llosa, firmado por él, y me había llamado la atención aquel nombre tan sonoro: Montaigne. Un clásico, un imprescindible, un incontestable, pero una lectura difícil.
Leí, con toda mi pasión lectora, unos ensayos, y lo dejé. Me cansó. Uno siempre hace una ecuación: leo por placer, pero también para aprender; si el esfuerzo que pongo en una lectura no me da unas dosis suficientes de aprendizaje y diversión, lo dejo. Y en aquel momento Montaigne no me debía de dar lo suficiente, porque lo dejé, y pasaron los años.
Pero los libros siempre tienen su momento. Tengo libros olvidados en mi biblioteca que al cabo de mucho tiempo los acabo leyendo. Para una persona que escribe un libro nunca es inútil; siempre nos acaba rindiendo un servicio. Y eso fue lo que hizo Montaigne con toda su biblioteca, porque sus "Ensayos" es un libro de inteligencia y de cultura.
Cuando escribí mi biografía sobre Pedro J. Ramírez, "Pedro J. Tinta en las venas", volví a Montaigne. Pedro J. había ganado el prestigioso premio Montaigne, y quería hablar con él del escritor con conocimiento de causa. Ya el primer día que nos encontramos para hacer el libro hablamos de Montaigne, y Pedro J. habló de él como “un gran universo intelectual”, lo que, después de leerlo con calma, se comprueba fácilmente. Pedro J., que visitó su castillo en Francia, cerca de Burdeos, me habló de cómo Montaigne tenía grabadas en las vigas de su biblioteca las frases que más le inspiraban.
Pero yo no me había puesto todavía a leer en serio a Montaigne, y fue cuando tuve que preparar mi curso universitario de Periodismo Cultural cuando pensé que sería la mejor lectura para mis alumnos. Entonces leí aquel primer y maravilloso tomo de los "Ensayos", subrayándolo religiosamente y digiriendo cada una de sus frases.
Los alumnos los encontraron muy difíciles, que lo son: alta carga intelectual, con mucho latín, convenientemente traducido, eso sí, a pie de página. Al final les mandé que leyeran seis ensayos: “De la tristeza”, “De la constancia”, “Del miedo”, “De cómo el filosofar es aprender a morir”… Y sus lecturas dieron lugar a magníficos resúmenes y opiniones propias sobre lo que decía Montaigne.
La semilla de este escritor sigue en mí, y hace poco me di cuenta de que no encontraba ningún libro que me gustase de verdad. Entonces, en una librería, me acordé de Montaigne, y me compré el segundo tomo. Y es lo que estoy leyendo, junto a una serie de libros que me sirven para mi trabajo.
En realidad los "Ensayos" es el libro ideal para la persona que quiere disfrutar de la buena lectura, pero no sólo eso: es una base magnífica para aprehender mejor el mundo, para valorarlo, para opinar en toda serie de foros sobre muchos temas con conocimiento de causa. Una base humanística. He llegado a pensar que Montaigne es el escritor ideal para un escritor como yo, y eso que ahora escribo cosas muy diferentes.

(Columna publicada en "El Norte de Castilla" el 23 de septiembre de 2009.)

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