sábado, 5 de septiembre de 2009

Auto-examen

Les voy a pedir a mis alumnos de “El valor de la palabra”, del IMBA del Instituto de Empresa, que hagan un auto-examen sobre sus virtudes y defectos. Me gusta haber hecho lo que mando a mis alumnos, y si no lo he hecho, hacerlo.
Enseño a hablar y a escribir mejor, a comunicar mejor. Enseño la palabra. Esto es un universo que afecta a toda nuestra vida, a todo nuestro ser, a nuestro pensar, a nuestro interior y exterior. La palabra implica el silencio, la palabra implica acción.
Creo que para comunicar hay que conocerse bien a uno mismo, para explotarse o para controlarse. Conocerse viene bien para todas las esferas de la vida, pero tengo claro que para comunicar es muy útil. Comunicando volcamos nuestro mundo y el mundo, y es bueno saber con qué estamos tratando. Igual que leer libros y periódicos es muy bueno, igual que viajar es muy bueno, conocernos a nosotros mismos es trascendental.
He decidido escribir sobre mis virtudes y mis defectos, con todos los problemas que tiene eso. Cuando uno habla de sus virtudes puede parecer un fatuo. Cuando habla de sus defectos puede tratar de explicarlos o justificarlos, porque es verdad que todos los defectos tienen un reverso luminoso, favorable.
Yo puedo hablar de las virtudes que me repiten los demás. Me dicen que tengo una gran capacidad para relacionarme, para las relaciones humanas. Me dicen que sé muchas cosas y que escribo “bien”, o “muy bien”, o “excelente”, dependiendo de los lectores. También me han dicho que tengo “un don especial con las mujeres”, aunque durante años apenas lo he cultivado. En otras épocas lo cultivé mucho. Alguien me habla de que tengo el don de la comunicación. También me han dicho varias veces que tengo el don de la creatividad.
Mi padre y mi hermano Jose me dicen a menudo que soy muy constante, y casi todo el mundo que me conoce me dice que soy muy trabajador. Esto es objetivo, se ve a simple vista. Me halaga que me digan que soy inteligente, y lo suelen meter en las descripciones sintéticas de Eduardo, o sea yo. Pero lo que más me dicen de todo es que soy guapo… tiene gracia.
Bien, esto, efectivamente, queda muy fatuo. Pasemos a los defectos, a lo que me dicen también. (Estas cosas te las dicen sobre todo en la familia.) Mi madre dice a menudo que soy muy egoísta, pero eso no quita para que me quiera mucho y para que, gracias a Dios, me valore mucho. Reconozco que estoy demasiado metido en mi trabajo, y mi trabajo, hasta ahora, era muy individualista.
También me dicen en casa que soy muy orgulloso, y esto lo veo yo mismo, no hace falta que me lo digan, porque además, lo reconozco, tengo un altísimo concepto de mí mismo. Uno de mis trabajos actuales es aprender humildad, y estoy haciendo progresos grandes.
Mi padre, en algunos momentos, afortunadamente pocos, me dice que soy soberbio, lo que conecta con el resto de mis defectos, y tal vez con mis virtudes. Yo creo, y esto no me lo dicen, que además soy muy vanidoso. Disfruto mucho cuando me dicen cosas buenas, cuando me dice alguien que ha leído un libro o un artículo mío y que les ha gustado. Soy muy vanidoso, y aunque creo que todos los escritores lo somos, no quiero justificarlo. De todas formas, repito, esto no me lo dice nadie.
Pedro Ruiz me dice que tengo mucho ego, y yo sé que lo tengo, muy grande, lo que estará conectado con la vanidad, el orgullo y la soberbia.
Entre las virtudes también me dicen que soy muy culto y muy observador, un buen conversador, pero creo que, hoy por hoy, lo que más me distingue, y sólo lo veo yo, es que siempre quiero mejorar. Me gustaría ser muchas cosas que no soy, como más aventurero, más viajero, quizá más valiente, aunque creo que soy todo esto, pero en la vida cotidiana. Me gustaría ser un Indiana Jones, pero estoy contento con lo que soy, y me conformo con mejorar cada vez más lo que soy.
Tengo muchísima seguridad para lo grande, para el largo plazo, y muchísima inseguridad para lo de todos los días, para las pequeñas variaciones del plan y de la rutina, y sin embargo me gusta variar, el cambio. Soy perezoso cuando tengo que salir de mi camino, de mi trabajo, de mis objetivos, por eso dirá mi madre que soy egoísta. Me gustaría ser un entregado a los demás, pero me temo que estoy incapacitado para eso. Tendré que hacerlo pero dentro de la escritura, del periodismo, de la docencia. Me gustaría ser un santo, pero estoy demasiado pendiente de mí mismo y de mis “obras”. Soy miedoso, tengo muchos miedos, pequeños, porque no me asustan los grandes desafíos, al revés, los busco o los quiero. Pero tengo muchos miedos, lo que ocurre es que siempre me lanzo y hago lo que tengo que hacer, o lo que quiero hacer.
Cuando hacía entrevistas sentía miedo antes de todas ellas. Ahora que doy clases siento miedo antes de cada una de ellas. Pero no me da ningún miedo, todo lo contrario, el papel en blanco. Supongo que un esquiador profesional, al descender una montaña, siente lo mismo que yo cuando escribo.
A la hora de escribir y de hablar, sea la circunstancia que sea, hay que saber con quién te juegas los cuartos. El receptor cambia, pero nosotros no. Debemos conocernos mejor para hacerlo siempre mejor. He intentado hacer un auto-examen, aunque me temo que ha quedado complaciente. He hecho lo que he podido.
Pero lo logrado me va a ayudar.

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