domingo, 20 de septiembre de 2009

Profundidad

Estaba en la cocina con mi madre y con mi hermano Jose. Entonces le pregunté a mi madre: “Mamá, ¿tú crees que nosotros somos mejores que vosotros?” Me refería a mis hermanos y a mí respecto a mis padres, a los amigos de mis hermanos respecto a sus padres… a toda una generación respecto a otra, más antigua. Mi madre dijo que ella estaba segura de que ellos, mis padres, eran buenos, y yo también lo creo, aunque quizá también crea que nosotros, sus hijos, en cuanto a bondad, somos aún mejores que ellos, pero puede que los años nos estropeen. Ellos están más baqueteados por la vida.
Pero esto último no me dio tiempo a decirlo. “Qué preguntas más profundas me hago”, le dije a mi madre, desinflado, como el que no puede obtener respuesta a lo que quiere saber.
-Siempre fuiste así –me dijo mi madre-, desde que le decías a Gloria, en el barco, muy niño, que Dios tenía que existir porque existía el mar, la montaña, todo lo que podíais ver.
Siempre di valor a cosas que a otros no les importaban, o no captaban. Siempre quise saber mucho, por eso, tal vez, me hice tan lector; por eso, en parte, me hice escritor.
Durante años, durante una época, mi trabajo, no todo, consistió en hacerle preguntas a los demás. Hoy me gusta más dar mis propias respuestas, describir, narrar, contar, pensar… Cuando preguntas algo importante a la persona adecuada siempre te responde algo satisfactorio, pero llega un momento en que tienes que responder a tus propias preguntas, aunque no sepas las respuestas. Llega un momento en que hablar y escribir consiste en responder, aunque sea inconscientemente, y algunas veces me he sorprendido escribiendo artículos a partir de una simple pregunta.
Yo, sin querer, tiendo a la profundidad; me lo ha dicho mucha gente. Esto puede ser grave, porque la gente normal no se mueve en ese nivel. Digo “nivel” sin ningún afán clasificatorio, sin jerarquías, sin menospreciar a nadie. Es como si yo buceara mientras los demás nadaran por la superficie; ellos ven distintas cosas que yo, y puede ser difícil llevarles a mi terreno. Aunque yo me dejo, muchas veces, llevar al de ellos, y con placer. Sin embargo, acabo profundizando en lo que ellos dicen, y ahí aparece de nuevo el cruce de caminos. Soy capaz, dejad que me ría, de profundizar sobre una conversación sobre el "¡Hola!".
Uno es como es, me gusta como soy, aunque quiero mejorar muchas cosas. Esto no quiero mejorarlo. Es bueno ser profundo en un mundo que, normalmente, no sabe ver lo importante, la esencia. Persiguen espejismos, pero no perciben dónde se juegan la vida y dónde no.
Tengo la suerte, aunque también se debe al esfuerzo, de expresarme, de palabra y por escrito, de una forma sencilla y accesible. Si además de profundo, fuera inaccesible viviría solo en lo alto de un castillo, como Montaigne. Pero yo tengo amigos, tuve novias y tengo una familia maravillosa. Tengo mis libros y mi ordenador, los alumnos, a los que cada vez quiero enseñar mejor y comprender mejor, tengo mi vocación. ¿Qué más quiero?
Nada, pero al mismo tiempo quiero ser mejor, pulirme, para que el día que me lleven al otro mundo, mi cuerpo, mis ideas, mis palabras, todo lo que haya hecho brille como una estrella. Para que digan: “Aquí despedimos a un hombre, que sólo fue un hombre, un hombre que no se rindió nunca, que siempre quiso ser mejor, lo mejor posible en cada circunstancia.”
Aunque se equivocara muchas veces.

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