martes, 8 de septiembre de 2009

Algo olvidado

(Esta columna la publiqué en "El Norte de Castilla" hace ya bastantes meses, cuando empecé a preparar mi curso "El Valor de la Palabra", para el IMBA del Instituto de Empresa. Se me ha ocurrido publicarla ahora en el blog, quizá porque estoy totalmente inmerso en este tema, pero también porque pienso que es un tema perenne. La palabra es esencial, nos puede ayudar mucho, y nos puede perjudicar. Ha estado muy olvidada, como si la diéramos por supuesta, pero todas las personas a las que les contaba mi idea de curso, mostraban la importancia de la palabra, y la utilidad de enseñarla y aprenderla.
Llevo muchos años escribiendo; mi caso es un caso claro de vocación literaria. Vivo todo el día con la palabra, y hay noches que me sorprendo soñando con que leo o escribo. No hace falta ser un profesional de la palabra, para ser conscientes de su importancia. Que nunca más volvamos a olvidar la palabra.)

Ando estos días leyendo a Aristóteles, a Cicerón, a Quintiliano y a algún autor moderno. Hace unos meses me propusieron crear una asignatura para un máster a partir de lo que yo sé y hago. Entonces caí en la cuenta de que me gano la vida con las palabras: escribiendo, hablando, leyendo… Todo lo que hago es mediante palabras, en libros, artículos, clases y conferencias. Creo mucho en las palabras, y considero que todos, no sólo yo, nos ganamos la vida con ellas. No sólo trabajamos con palabras, sino que también nos relacionamos, amamos, nos equivocamos, creamos, con palabras.
¿Cuántas veces al día hablamos por teléfono? ¿Cuántos e-mails escribimos todas las mañanas? ¿Si queremos enamorar a alguien, qué utilizamos principalmente? Los políticos, ¿qué hacen para ganar nuestro voto? Toda nuestra vida gira en torno a las palabras, y creo que no se le ha dado la importancia que merecen.
Las palabras tienen mucha fuerza, y hay que saber utilizarlas. Tan importantes son nuestros conocimientos, y el mundo que cada uno lleva dentro, como nuestro espíritu, nuestra pasión. Bien canalizado todo eso es muy potente, y las palabras nos ayudan a ello.
La retórica se ocupaba de este tema, pero la idea de mi asignatura iba más allá de la retórica tradicional. Yo quería crear una sensibilidad mayor hacia las humanidades, pero también hacia el periodismo, todo lo que se expresa con palabras. Y no me quería, no me quiero reducir a la palabra escrita, sino ir a todas las formas actuales que toma la palabra. Ya digo, el e-mail, el teléfono, el informe que siempre tenemos que escribir, la presentación que estamos obligados a hacer y que tanta vergüenza nos da, o nos daba. Es un universo infinito, que si dominamos medianamente nos hace más completos, competitivos –ahora que está tan de moda la competición-, más personas y mejor comunicadores.
Mi idea era global, integral, total. Pero no era tan original como yo pensaba. Hojeando en una librería a los autores que han escrito sobre retórica, me encontré con Quintiliano, quizá el máximo autor sobre este tema. Quintiliano había pensado lo mismo que yo dos mil años antes, pero él lo había sistematizado. Quintiliano pensaba que el “arte del bien decir”, que eso es la retórica, debía ocupar toda la formación de una persona, desde la niñez a la edad adulta. Y aquí encontramos la clave: para hablar bien, para escribir bien, necesitamos haber leído mucho, haber escuchado mucho, haber viajado, haber vivido…
Yo no soy un rétor, y la retórica me da un poco de miedo. Encuentro apasionante el planteamiento, las ideas, la ayuda que nos puede proporcionar, pero no me quiero convertir en una máquina de reglas, de aprenderlas y aplicarlas. Me gusta la libertad, la naturalidad, y creo que ésa es una de mis grandes conquistas. Me gusta escribir sencillo, que todos me entiendan, llegar al otro y tratar de explicar lo más complicado de la forma más llana. Pero la idea central de la retórica, que puede abarcar todos los aspectos de nuestra vida, no es otra que la de la buena comunicación. ¿Cómo puedo transmitir a los demás lo que quiero decir? Mis ideas, mis pensamientos, mis anhelos, mis sentimientos.
A escribir se aprende durante largos años de esfuerzo. A hablar, si nos fijamos, también. La retórica, bien entendida, puede ser una pieza que complete muchas otras. No es sólo aprender a hablar, es hacerse con un gran océano, que no es otro que nosotros mismos y aprender a dominarlo. Quien consigue esto experimenta un gran placer, una íntima satisfacción, y además ve cómo sus logros son reconocidos.

(Columna publicada en "El Norte de Castilla".)

No hay comentarios:

Publicar un comentario