martes, 22 de septiembre de 2009

Cuando muera


El día que me muera no me importa que sea verano, otoño o invierno. No me importa que llueva o nieve, que el sol sea potente, que no haya ninguna nube en el cielo. El día que me muera, ahora que lo pienso, no me importa que yo sea joven o viejo. Sí me gustaría ser maduro, para poder llevarme ese premio a la tumba. No quiero que me lloren, ni siquiera los que más me quieren. Quiero que recuerden lo mejor que hice, lo que mejor que dije, con una sonrisa en los labios. Quiero que no oculten mis defectos, pero que cuando los muestren lo hagan también con una sonrisa en los labios.
El día que me muera quiero que todos sepan que no me he muerto, que sigo vivo, viendo lo que ya viví y lo que me queda por delante, en la memoria de los que me acompañaron en la vida, y en las páginas que escribí, las palabras que pronuncié y todo lo que me dio tiempo a hacer y pude hacer.
Ahora siento todo lo que me queda por delante, ahora que imagino el día de mi muerte. El tiempo pasa, los días son veloces, cuando menos lo esperemos vendrá alguien a por nosotros. Mejor hacer ya, escribir ya, todo lo que nos quede por hacer. No perder un minuto, y si lo perdemos que sea para ganarlo. Descansar para hacer.
El día que me muera quiero que alguien hable por mí, que alguien piense lo que diría en ese momento, lo que les diría a ellos, a los que asisten a mi entierro y funerales. Nunca he creído en nuestros ritos tristes, me gustan más los alegres. Siempre he sufrido mucho en los funerales y en los entierros. La religión en la que me he criado siempre ha celebrado la muerte como vida, como resurrección, y sin embargo es tétrica cuando llega la hora de la muerte.
Quiero estar bien despierto el día que me muera. Quiero que tengan miedo de si he muerto o no, parecer bien vivo e irme a la tumba con los papeles y el bolígrafo entre las manos, o el ordenador entre las manos, conectado a Internet para poder leer lo que quiera y dispuesto para escribir mi próximo libro. Quiero que alguien me humedezca la boca para poder hablar desde la muerte, en la muerte, con Cervantes, Montaigne, Dumas, Homero y tantos otros, y tantos otros queridos que no son famosos.
Quiero que cuando alguien a quien amo, y si me ama yo le amaré, y si ama el mundo yo le amaré, cuando alguien visite mi tumba, tenga la impresión de que mi figura, mi espíritu, está con él, le habla y, si hay ocasión, le abraza.
El día que me muera se abrirá el cielo que tengo dentro de mí, y veré la verdad que siempre he perseguido, seré más con todo lo existente, comprenderé lo incomprensible y seré menos sabio, porque la sabiduría implica la mortalidad. Me moveré como una luz entre todas las luces y alumbraré al que lo necesita. Seré una guía en el desierto y hasta mis defectos enseñarán a otros.
El día que me muera seré tan feliz como ahora, pero con menos problemas.


Eduardo Martínez-Rico

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