miércoles, 19 de agosto de 2009

Ánimo

Pocas palabras me son más agradables, más agradecidas, como “ánimo” en el momento justo. De esto no caí en la cuenta hasta que no me vi harto, desesperado, del esfuerzo de escribir un libro, con los contratiempos que eso genera, que la vida genera, sin que un libro esté por medio.
Vivimos un momento difícil. A los problemas que todos tenemos, porque la familia, el trabajo, los amigos, los novios, etc. son más que suficientes para crearlos, ahora se une la crisis, que a muchos ha dejado sin trabajo y sin dinero. Yo soy un privilegiado porque, a primera vista, no me ha afectado nada, más bien al contrario, ahora estoy mejor que cuando empezó la crisis. Pero mi caso es particular.
Ánimo. Ahora yo también tengo la costumbre de desearle ánimo, al despedirme, a quien veo que lo necesita. Tengo una alumna, por ejemplo, que lo está pasando muy mal por temas personales, profesionales y sentimentales. En todos mis mensajes, y en nuestras conversaciones telefónicas, le digo “Ánimo”, y sé que es bienvenido.
La mayoría de nuestros problemas son de usar y tirar, quiero decir que se van con la misma velocidad con la que han venido. Ahora la cosa se ha puesto más seria, y eso que vivimos en un país desarrollado… de los más ricos del mundo. Es verdad que estamos mal acostumbrados, pero no se puede juzgar a todos de la misma manera.
Hemos construido una sociedad opulenta, aparentemente satisfecha, con tendencia a la corrupción en sus máximas instituciones, una sociedad amiguista que sólo se fía de la gente que conoce, de las recomendaciones, de lo que todos sabemos.
Vivimos una sociedad que produce de todo, y también los bienes más sofisticados y nobles, como los espirituales y los culturales, pero que también tira por el retrete lo mejor que tiene.
Vivimos en un mundo privado, exclusivo, donde las imágenes de pobreza, hambre y guerra no dejan de ser un entretenimiento para nosotros, pues en general no nos afecta, y son algo así como una película. Mientras vemos películas tristes nos conmovemos, pero en cuanto se ha acabado volvemos a nuestra vida y no hacemos nada, poco. Yo el primero.
Vivimos en una sociedad en la que todos queremos que nos quieran, que nos comprendan, que nos den el trabajo con el que soñamos, para el que somos aptos. Queremos casarnos con una persona maravillosa. Queremos ganar mucho dinero, o por lo menos el suficiente. ¿Pero cuál es el suficiente?
No nos engañemos, nuestro mundo tiene unos patrones diferentes al del resto de los países, prácticamente todos los países. Los psiquiatras están llenos, nadie quiere a nadie, o sí lo quiere, pero en seguida se cansa de quererlo. Tenemos tolerancia 0.
Necesitamos darnos ánimos porque vivimos, a nuestra manera, en un país subdesarrollado. Estamos perdiendo nuestros valores, nuestra fuerza, lo que ha ido construyendo este país desde sus peores tiempos. Hemos dilapidado nuestra mejor herencia. Algo nos queda, pero muy poco. Nos ha confundido el brillo del oro, falso oro, y nos ha hipnotizado el olor de nuestros perfumes caros. Todo es superfluo cuando vivimos sin brújula.
El que tuvo retuvo. Claro que seguimos siendo nobles, generosos, sabios, prudentes, compasivos… y conservamos muchas otras virtudes, pero están latentes, dormidas. En las guerras no se trata de destruir al adversario sino de desmoralizarlo y hacerle perder el equilibrio. Necesitamos “Ánimo” para recuperar el Norte.
Tenemos que recuperar la fuerza para trabajar día a día, para sobreponernos a la contrariedad, para mirar al otro con más altura moral. Debemos ser más personas porque nos estamos debilitando.


E.M.R.

(Artículo publicado en "El Norte de Castilla" el 12 de agosto de 2009)

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