sábado, 22 de agosto de 2009

Carta a los lectores

Hoy nadie escribe cartas, o muy poca gente. Estoy haciendo un trabajo de catalogación de los documentos de un escritor, y puedo percatarme de que a medida que nos acercamos al presente la gente deja de escribir cartas. Creo que nunca se ha escrito tanto como ahora, pero de otra manera. Ahora escribimos correos electrónicos, que son las cartas de antes, pero casi siempre son cortos, telegráficos y con muy poco sentimiento. Por eso se me ha ocurrido escribir una carta, larga, a mis lectores.
No sé cuántos lectores tendré. Llevo unos cuantos meses escribiendo en El Norte de Castilla y no sé a cuántos habrá intrigado este recuadro con mi nombre y el encabezamiento de “Escritor y profesor…” ¿Resulta eso atractivo? Para mí sí, pero los otros no son yo.
Los lectores van conociéndome poco a poco, pero podría tirarme el resto de mi vida escribiendo estas columnas y podría ocultar mis más ocultas ideas, sentimientos, defectos. Soy una persona con seguridad en sí misma, con fuerza de voluntad, como me dicen, con energía –también me lo dicen-, con una gran vocación literaria, por supuesto, pero también tengo agujeros. Soy bastante firme en mis convicciones, pero muchas veces digo que no voy a hacer algo y luego lo hago. Me gusta mucho, muchísimo, leer, pero más me gusta escribir. Ahora leo sobre todo para documentarme para mis libros y para preparar mis asignaturas.
Creo que conduzco bien, incluso muy bien, pero me oriento muy mal, fatal. Estoy contento de cumplir años, porque cada vez pienso mejor. Aprendo mucho de los demás, y si algunas veces tiendo al desprecio hacia alguien, luego siento muchos remordimientos.
Llevo toda la vida haciendo deporte. Para mí el deporte es tan importante como el trabajo o el amor, y lo hago como algo útil, porque me siento mucho mejor. Me gusta emplearme a fondo, pero sólo en lo que me gusta, en lo que me importa de verdad, aunque muchas veces he aceptado un trabajo que no me gustaba nada y luego me ha enganchado.
Lo que más me gusta es sentarme delante de este ordenador y escribir, según lo que ya he pensado antes o a lo que salte. Una columna es una mezcla de las dos cosas. Una novela también. Cualquier libro.
A veces pienso en los lectores, en cómo serán, y creo que los tengo delante cuando paseo por las calles de Segovia, de Castilla León, esa tierra tan noble, tan noble.
Los veo en los castellanos que ya conozco. Yo tengo familia castellana y sé de qué hablo, aparte de que los madrileños tenemos mucho de castellanos y probablemente los riojanos también. El ayer, el hoy y el mañana. Mi abuelo era de Enciso, La Rioja.
Soy una persona con muchos miedos, pero que los supera cada día, o trata de hacerlo, que es como superarlos. Tengo una gran seguridad por las grandes cosas y poca por las pequeñas, pero al final van saliendo unas y otras. He conseguido lo que quería de niño, tener un papel y un bolígrafo en la mano toda la vida. Parece fácil, pero no lo era, no lo es.
Miro el Monasterio de la Santa Cruz la Real, donde doy clases, y lo encuentro magnífico, luminoso, auténtico. No quiero ser otra cosa: auténtico. Lo que uno lee, lo que uno aprende, el fruto de los viajes, el contacto con las personas, nos enriquece como sin darnos cuenta, pero la autenticidad hay que lucharla cada día, cada segundo.
Me ha salido una carta un poco extraña; no lo he contado todo pero ha sido verdadera.


Eduardo Martínez-Rico

(Artículo publicado en "El Norte de Castilla" el 19 de agosto de 2009)

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