martes, 6 de octubre de 2009

Berta


Es mi perra, y la quiero mucho, aunque me ha mordido varias veces. En la mano derecha y en el pie derecho, en el dedo gordo. Un día fui a coger la llave que mi madre escondía en su almohada, porque teníamos candada la comida para que mi padre no engordara, y Berta se lanzó sobre mi pie y me mordió. Fue uno de los dolores más terribles que he sentido en mi vida. Pinchó hueso, sangré y fui al hospital. Allí, una de las administrativas sugirió que tomáramos medidas: “¿Y no se les ha ocurrido hacer algo con ese perro?”
Berta es una cocker, y los cocker tienen muy mala fama. Dicen que se vuelven locos con la edad. Berta, eso es claro, tiene mucha personalidad y le gusta vivir bien, pero que yo sepa no está loca. Tiene sus prontos.
Ya ha cumplido once años y se supone que es vieja, pero a mí me sigue maravillando cómo corre cuando la saco a pasear. Es muy valiente y ladra a todos los perros, aunque le saquen tres cuerpos. Berta es más educada y alegre con los de fuera que con los de dentro, pero cuando ve que la necesitamos, porque estamos tristes o porque nos ha pasado algo grave, ella viene y nos consuela, muy cariñosa. Sí, yo creo que ha captado que su misión en la casa es dar cariño.
Y ser encantadora, porque es encantadora. Sus movimientos son armoniosos y el pelo canela le hace más guapa. Tiene unos colmillos tremendos, pero no se le ven, y eso ayuda a que no la tengamos miedo.
Esta noche le he preguntado a mi padre si me dejará enterrarla en el jardín cuando se muera, y mi padre me dijo que no hay que pensar en esas cosas. Yo le respondo que me gusta pensar en el futuro. Me gustaría que el día de mañana cuando vengan otros dueños, puedan decir: “Ahí está enterrada la perra de los anteriores inquilinos.”
Una vez estuvo a punto de morir. No sé qué comió pero se le perforó el intestino, peritonitis, y la llevamos al veterinario. Se salvó de milagro, después de varias horas en el quirófano. Desde entonces no es un perro, es un gato, porque tiene varias vidas.
Ya ha salido en varios de mis libros y conoce a todos mis amigos. Cuando mi madre viene a casa de la farmacia, Berta le está esperando en la puerta, al lado de un cristal que tenemos. Berta otea la entrada esperando que llegue mi madre, y reconoce con facilidad el sonido del coche.
Nos tiene a todos calados. Sabe quién le da comida y quién no; quién la saca y quién no; quién la quiere más y quién la quiere menos, aunque la quiera. De mí sabe que soy demasiado cariñoso, que me gusta darle besos y acariciarla sin parar.
Berta duerme mucho, como todos los perros. Ve la vida de la casa, comprendiéndola a su manera. Ve cómo me levanto por la mañana, temprano, con mis libros y mi cuaderno, cómo tomo el desayuno y consigo que mi cabeza, que no trabaja demasiado bien por las mañanas, se ponga en marcha. Es mucho más inteligente de lo que parece, y si a veces tardas algo más en darle la comida, ella sube una pata a la mesa, luego otra… y al final consigue la comida. En eso la hemos educado mal, pero yo no he sido.
Estoy convencido de que los perros entienden el mundo, pero lo hacen a su manera. No somos más inteligentes que ellos; sólo somos diferentes.


E.M.R.

No hay comentarios:

Publicar un comentario