miércoles, 21 de octubre de 2009

De las cumbres al paisaje

Debemos pasar de las cumbres al paisaje. No hace falta subir a la cumbre para ver el paisaje. Mientras subimos, cada uno a su ritmo, si es necesario, podemos mirar lo que tenemos alrededor. Y ni siquiera hay que subir nada. No nos preocupemos tanto por los grandes acontemientos, los grandes nombres, y tratemos lo que tenemos alrededor. Todo hombre, si es digno, es digno de conversación, de trato y de aprendizaje. Algunos han elegido el apartamiento, para orar, para cultivarse, para perfeccionarse en su trabajo. Al final cada uno sabe bien lo que hace con su vida. Pero desde luego las personas nos dan lo que nada nos da, ni siquiera el mejor libro. Hay que ser sabio hasta para equivocarse, y saber combinar bien las prácticas que nos dan la felicidad.
Más nosotros, más paisaje, más todos. Que lo que cada uno puede aportar a la vida brille, dándolo, por encima de él, en medio de todos los baches de la vida.
Pasar de las cumbres al paisaje significa pasar del relumbrón a la persona concreta, a toda la gente que uno a uno nunca será masa. Y en todo esto encontrar un yo más auténtico.
Me encuentro en la obligación de conocer a la gente, tras treinta y tres años de vida, después de tantos errores. El tono de voz, la mirada, el gesto de un brazo, una palmada, una amenaza. Leer a las personas, yo que he leído tantos libros, y escribirme con mejor letra, mejor estilo y contenido más lleno.
Conquistar el paisaje de uno mismo, olvidando las cumbres. Y si hay que elevar hacer una meseta. No podemos cambiar la vida, no de la noche a la mañana, pero va mutando minuto a minuto, y en buena parte la cambiamos nosotros.
Admiro lo sobresaliente y no tengo más remedio que aquilatarlo y potenciarlo, en todo mi trabajo. También procuro labrarme día a día a mí mismo. Pero la gran enseñanza nos la acaba dando cualquier persona.
De las cumbres al paisaje. Para esto, observar, escuchar, mirar hacia dentro y hacia fuera. Reflexión, razón, interiorización, palabra y actuación.
Pensar y escribir es esperar que el agua del río se aclare hasta devolvernos el rostro. Al final lo vemos. Todos sabemos cuánto debe nuestro propio rostro a los demás.
De las cumbres al paisaje. Y no olvidar, si llegamos a ser cumbre -al final toda persona lo es, como tal persona, individuo-, que formamos parte del paisaje, que cada cual es importante para sí mismo, lo más importante, y que tiene problemas, como todos.
Pasar de las cumbres al paisaje, pero olvidar las bellas y retadoras montañas también sería un error.
¿Tú qué eres, hoy? ¿Qué has sido, qué esperas ser mañana? ¿Qué esperas del futuro? ¿Qué quieres ser? ¿Por qué te mueves? ¿Darías la vida por alguien? De verdad, sinceramente.
Mirar el paisaje, comprenderlo, sentirse parte de él, es una forma de plenitud. Somos pequeñas y grandiosas piezas de un único movimiento.

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