lunes, 2 de noviembre de 2009

"Mortal y rosa"

Vamos a ver en clase "Mortal y rosa", de Francisco Umbral, y si todo marcha según lo previsto España Suárez, la viuda del escritor, amiga mía, vendrá a hablarnos sobre su marido a IE University. Quería reproducir el capítulo de mi tesis doctoral para que los alumnos pudieran leerlo y preparar mejor la lectura, la crítica y el debate sobre el libro. Pero no he logrado copiar este capítulo aquí por problemas de formato. He encontrado un documento en mi ordenador con una versión previa. Lo fundamental ya estaba escrito ahí. Ahora lo publico para que mis alumnos de Periodismo Cultural conozcan mejor una obra maestra de la literatura reciente.


MORTAL Y ROSA
"Un hombre solo"
Barcelona, Planeta, 2000
(1ª ed. Barcelona, Destino, 1975)


Libro emblemático
Libro del padre, más que libro del hijo.
Género de Mortal y rosa (ref. prólogo de José Manuel Caballero Bonald).
Fragmentarismo (poemas en prosa, técnica del artículo, recuerdos como fragmentos veloces de su memoria)
Proceso de creación del libro
Significación de la obra dentro de toda la producción umbraliana
Poesía y filosofía, experiencia vital, memoria.
El libro como un cruce de tiempos, la historia del autor, presente, pasado y futuro, sintetizados en la figura del niño.
“... esa corporeidad mortal y rosa, / donde el amor inventa su infinito”, versos de Pedro Salinas, lema del libro. Estudiar el poema de Salinas en su conexión con el libro.
Bruma, ambigüedad: los personajes se funden, como esas novias de Umbral que se convierten en una sola por el capricho de la literatura y de la memoria.
Si Umbral, como se ha dicho, “es el estilo”, Umbral alcanza la madurez de su estilo en Mortal y rosa (citar artículo de Prada en Ínsula). Algunos recursos estilísticos. García-Posada insiste en estudiar su obra con un método de análisis poético.


MORTAL Y ROSA, EL LIBRO DEL PADRE


La cultura literaria, como todo lo humano, tiende a sintetizar, a elegir, a discriminar. Los siglos van formando un canon, y en ese canon no pueden entrar todos los escritores, pero tampoco todos los libros, ni aún todos los buenos libros que escribieron los mejores escritores. Esa cultura literaria se ha quedado, por el momento, con "Mortal y rosa" de entre toda la producción de Francisco Umbral, aunque el autor haya escrito otros libros notables, tocando las teclas de muy diferentes géneros. Incluso algunos han hablado ya del “género Umbral”, ignorando que todos los hombres que escriben son creadores de su propio género, el que les ha sido dado en parte pero que también han construido hasta completarlo: son servidores de su propia personalidad literaria. Fuentes vitales y fuentes literarias, diría otro simplificador. Parece que cuando leemos debemos conformarnos con sintetizar, seleccionar, discriminar. Cualquier lectura lo hace, porque le roba al autor la suya, pero la enriquece a la vez: aporta su lectura. Umbral ha llevado al límite esta premisa y nos ha dado a sus padres de papel, pero tratándolos como hijos: Larra, Lorca, Gómez de la Serna, Valle.[1]
El análisis de dichos autores, y de otros, ha sido objeto de libros muy valiosos. Umbral se ha mostrado como un excelente ensayista, aparte de sus muy conocidas facetas de memorialista y maestro en la columna diaria. Los géneros en él, no es muy original decirlo, bailan una danza conjunta. Ese equipo de baile, donde en unos libros destaca más un componente que otro, sin olvidar el resto, es Francisco Umbral, entero. Pero hemos escrito al principio que la Historia, no sólo el público de hoy, el público de todas las épocas, quiere un libro, una obra por la que recordar al gran escritor, resumiendo una incansable labor de años, la vida entera, en un fruto, individual y accesible. Umbral lo ha señalado en muchas ocasiones. Hasta el momento, y en su caso, ese libro ha sido "Mortal y rosa". Nadie discute su calidad literaria, el dolor y la poesía, la pena poética y nihilista, que lo sustenta. Es la obra emblemática de Umbral.[2]
Nadie discute su calidad literaria, pero no pocos lo han hecho sobre el género a que pertenece. Creíamos haber resuelto la cuestión con ese epígrafe “Género-Umbral”, pero no acaba de satisfacernos. Se ha hablado de novela, de poema en prosa, de diario... José Manuel Caballero Bonald empieza su espléndido prólogo a la obra tratando este espinoso asunto. A Caballero Bonald no le gustan los “términos híbridos para clasificar cierta inclasificable literatura”, como novela lírica o poema en prosa, y prefiere definir Mortal y rosa como “una depurada síntesis poética del diario íntimo”. Sobre el mismo tema el crítico Miguel García-Posada, en su introducción a "Mortal y rosa", escribe lo siguiente:

El libro emparenta con algunos de los diarios del autor, y diario o diario íntimo lo llama él en varias ocasiones. Importa señalar, con todo, que para ser un diario en el sentido pleno del término haría falta que el texto estuviese fechado, aunque incluso esta circunstancia puede producirse y no determinar necesariamente la condición diarística: el mismo Umbral ha escrito una novela fechada día a día, "La bestia rosa", que tampoco es un diario. Pero el hecho es que el libro no está fechado y eso no deja de ser un elemento que debe considerarse.[3]

García-Posada deja abierto el debate del género, y acepta tanto la denominación de “poema en prosa”, como la de “novela atípica”, o “novela de un mal novelista” que es como llama a su libro Francisco Umbral en un momento de su escritura. En mi opinión García-Posada se olvida demasiado pronto de lo que Mortal y rosa tiene de diario, ya que el hecho de que el libro no muestre expresamente su avance cronológico puede indicar, entre otras cosas, la intención de Umbral de universalizar su obra en el tiempo, y de huir, ¿por qué no?, de una de la marcas clásicas, la más característica, del género-diario íntimo, poco apreciado en general por los lectores españoles. Sin embargo, estoy muy de acuerdo con él cuando analiza los componentes novelísticos y poéticos de la obra:

"Las dos adscripciones genéricas son válidas, sólo que se sitúan en distinto nivel de conceptualización: la referencia al poema en prosa remite a la perspectiva subjetiva, lírico, que se plasma incluso en la conformación de algunos fragmentos y capítulos, pero la segunda sitúa el texto en su propio ámbito: el juicio de valor debe ser entendido en lo que tiene de Mortal y rosa de novela atípica por su esplendor lírico y su ausencia de trama, en el sentido usual del término. Umbral es “mal novelista” porque su obra se desvía del canon habitual, de lo que normalmente y aunque de modo impreciso se entiende por “novela”, esto es, una historia articulada, de trama más o menos evidente, dentro de una poética de origen realista. En cambio, Mortal y rosa, aunque cuenta una historia , la ha reducido a sus mínimos elementos, la ha concentrado en los núcleos imprescindibles. Por eso, cuando en otro pasaje anterior del libro se planteaba la posibilidad de que la suya fuera una novela y señalaba que ésta “es un compromiso burgués”, “fruta de invierno”, de habitaciones cerradas, escritores con pipa y horas laboriosas”, no estaba diciendo nada incongruente con lo que ahora proclama: de modo desenvuelto e irónico lo que se recusaba ahí era la poética del realismo, la “ratificación ociosa de la vida” del realismo del XIX a que se alude en el libro tomando como blanco a dos maestros del género: Balzac y Galdós."[4]


¿Una novela?

Conforme con Caballero Bonald. Mortal y rosa no es una novela, aunque describa un episodio vital, aunque sea una reflexión sobre la vida y la muerte, un episodio y una reflexión con unos protagonistas, unos personajes, bien determinados. Aunque tenga un principio y un final, un tiempo interno muy característico pero ambiguo, y un desarrollo creciente en ese proceso de la desesperación que no termina nunca. Finalizamos la lectura del libro de Umbral y sentimos a ese padre sufriendo hasta el infinito. Pero la ficción parece ser el componente esencial en una novela, y en Mortal y rosa ese componente no funciona. La ficción surge de la realidad, se inspira en ella y la trasciende. Umbral lo hace en Mortal y rosa, pero su invención, como siempre, es de orden verbal; su aportación, de índole lírica y reflexiva. El autor se inspira y trasciende la realidad, pero no se independiza de ella (el presente del escritor y del niño se mantiene en toda la obra). Trasciende la realidad, pero sirviéndose para ello de un arma distinta de la ficción. Umbral utiliza la poesía.
Miguel García-Posada, en la introducción a la obra que tanto citaremos, se inclina por una denominación intermedia, “novela lírica”, entroncando el libro de Umbral con una tradición europea, muy rica, la de Joyce, Hermann Broch o Virginia Woolf, por citar los nombres que da MGP, y también española, con eximios representantes como Ramón Gómez de la Serna y Gabriel Miró, de quienes el autor indudablemente ha aprendido mucho. El crítico razona su preferencia por la etiqueta “novela lírica” con las siguientes palabras:

La desestructuración del relato, rasgo inequívoco del género, es máxima en Mortal y rosa: el texto se ordena por capítulos de extensión irregular y organización interna muy variable; los datos de la experiencia llegan siempre filtrados, depurados hasta las últimas consecuencias; la trama argumental casi niega lo que es una trama, porque el episodio desencadenante del conflicto –la enfermedad del hijo- no se produce hasta aproximadamente la mitad del texto –aunque el hijo como referente comparezca antes. Y, sin embargo, hay al cabo una historia, una fábula de amor y muerte, que está contada mediante la elusión de casi absoluta de la anécdota, de la circunstancia cotidiana. No nos topamos aquí con la historia existencial que refleja el diario, donde es el resultado de la acumulación de lo vivido –percepción del lector, no proyecto del autor-, sino una historia “tout court”, todo lo singular e irreductible que se quiera. Basta comparar Mortal y rosa con los mejores diarios genuinos de Umbral, como Diario de un escritor burgués, Mis paraísos artificiales y Los ángeles custodios, para apreciar la enorme diferencia que lo separa de ellos.[5]

Vuelvo a disentir con Miguel García-Posada, pese a que sus argumentos son irreprochables. Mortal y rosa bordea los límites del diario íntimo, de la novela lírica y por lo tanto de la poesía. Pero no creo que la comparación de Mortal y rosa con “los mejores diarios genuinos de Umbral” sea suficiente para desechar la hipótesis del libro como diario, como diario poético. Porque está claro que ningún sello le va bien del todo a “cierta inclasificable literatura” (J. M. Caballero Bonald), y que Mortal y rosa pertenece a esa clase inclasificable, valga la paradoja, de literatura. Por otro lado, hay que decir que muchas páginas de Diario de un escritor burgués están escritas con un tono muy parecido al de Mortal y rosa. Incluso se podría pensar que, de algún modo, Diario de un escritor burgués retoma la vida allí donde la deja la obra maestra de Umbral. La desolación, el nihilismo, la desconfianza hacia la gloria o los actos sociales, las reflexiones poéticas, filosóficas, cotidianas o literarias, del autor en ese diario, lo acercan mucho a la clave literaria de Mortal y rosa, con la gran diferencia –si dejamos a un lado otras formales, como la de que Umbral aquí sí pone fechas a sus textos, como bien dice MGP- del tema, el ambiente que respira Umbral, su desesperación. Más que diferencias formales entre estos dos libros, yo encuentro una distancia infinita entre el hombre que asiste maravillado al despertar de su hijo para luego verlo morir, y el escritor que ve pasar los días, entre la monotonía de la calle y las sorpresas de su actividad intelectual y vital.

Hay poesía en Mortal y rosa, mucha poesía, claro, pero no es un poema, ni siquiera un poema en prosa. Tiene fragmentos de lo que entendemos por poema en prosa, pero el conjunto no llega a serlo. Es más, es otra cosa. La poesía del libro está en el lenguaje literario de Umbral, no muy diferente al que ha exhibido en otros terrenos. Esa lengua umbraliana, ese “estilo”, palabra grata para él, se funde con el tema de la infancia, la tragedia de la infancia interrumpida, la muerte, y la fusión genera poesía. Es poesía. Pero el libro no es un poema en prosa.
Umbral incluye poemas, con la disposición del verso, pero esto no nos ayuda a distinguir la ascendencia genérica de la obra. Caballero Bonald acierta cuando dice que en esos poemas hay menos poesía que en el resto del libro, fragmentos en prosa. “Fragmentos”, deliciosa palabra para los oídos literarios de nuestro escritor. Umbral ha construido su obra a base de fragmentos, el día a día escrito en papeles sueltos. El libro futuro suelda esos fragmentos, como la poesía ha fundido su lengua con el niño, vivo y muerto, en perpetua vida y en perpetua muerte para Francisco Umbral.
En Mortal y rosa podríamos aislar textos (el autor los separa con espacios en blanco, más o menos grandes) que nos regalarían maravillosos artículos, o breves ensayos, recuerdos aislados de esas memorias que Umbral no para de escribir, textos que nos miran con complicidad como diciéndonos: “Yo no estaba aquí, pero él me colocó en este lugar para que brillara más”. No pasa de ser una intuición; sería difícil demostrarlo, precisamente por lo que prueba nuestra intuición: el fragmentarismo de la obra umbraliana. Su admirable actividad periodística le ha dado la medida del fragmento, las posibilidades que tiene lo que Julián Marías (es cita muy frecuente en Umbral, y de él la tomo) ha llamado “calidad de página”. Esa calidad de página es el mayor triunfo alcanzado por el escritor. Y sus libros están compuestos de muchas páginas con “calidad de página”. Quizá por esto aún le sigan diciendo que no es escritor “de libros”, sino de artículos, ignorando los que esto proclaman que el fragmentarismo ha dado obras tan maravillosas como los Pequeños poemas en prosa, el Spleen de París de Baudelaire, cuya mención aquí no resulta nada gratuita. Umbral no tiene sólo pluma y papel, es decir, Olivetti y folios, también tiene aguja e hilo, un prodigioso don para coser palabras, coser fragmentos, crear tapices con escenas autónomas, temas diversos, y que el producto de pluma y aguja, papel e hilo, sea algo unitario y excelente. [6]
En Mortal y rosa lo consiguió de pleno. Se dieron cita en la redacción de este libro una serie de factores, dramáticos y literarios, que favorecieron una obra maestra. Pero no sólo fragmentos distintos se reúnen en el libro, como un álbum de fotografías, sensaciones, pensamientos y gritos, felicidad y desdicha. No, no sólo. Umbral ha construido Mortal y rosa, según nuestra intuición, con la base de un diario íntimo. En un escritor como él la escritura sólo puede ser confesión velada, continuo diario íntimo: lento y rápido fluir de la intimidad y la memoria, de la relación que esa intimidad y esa memoria tienen con el entorno social. La política no la tocamos apenas en este trabajo, pero basta con decir que está muy ligada, en Umbral, a su propia vida, presente y pasada, la herencia recibida por sus padres y su experiencia en la posguerra. El autor tiene orígenes de pícaro, infancia de Lazarillo, juventud de buscón, recuerdos de Estebanillo González y otros protagonistas de la novela picaresca. Ha crecido a golpe de literatura, y ha encontrado –lo dice en Mortal y rosa, aunque no de esta manera- que su vida estaba en los libros, que él salía en los libros, y que sus días tenían que dedicarse a echar más leña en el fuego de la literatura. Leña de vida.
El diario es la pauta del escritor para formar sus libros. Sobre todo después de Mortal y rosa, hay que señalarlo. “Una depurada síntesis del diario poético”, decía Caballero Bonald. Eso es lo que es este libro si hubiera que definirlo, que yo creo que no es necesario. ¿Por qué esa manía de definir, de clasificar, cuando el objeto de estudio ya nos satisface con el título como única presentación? Sólo un fin puede justificar este afán genérico: que la “etiqueta” nos ayude a comprender mejor la obra y, mucho más importante, que esa marca ayude al lector a acercarse a la obra. En realidad, es una cuestión de estudiosos de la literatura, esos señores que, como yo en este trabajo, dejamos un poco de lado nuestras ansias hedonistas, disfrutar un texto, para acometer el análisis estructurado de sus claves. Nada aporta la discusión del género a la belleza de este texto.
Mortal y rosa es para disfrutarlo y para sufrirlo. En mi opinión Umbral toma como base ese diario. Escribe cuando le apetece, o cuando tiene tiempo, lo que le va sucediendo, mezclándolo con algunos recuerdos, fundiendo a veces lugares, tiempos, mujeres. Ve a su hijo, le oye crecer (“estoy oyendo crecer a mi hijo”) y escribe bellas páginas sobre él, sobre el mundo nuevo que le revela su contacto. No olvidemos que las páginas que cierran el libro son las primeras que el escritor escribió sobre su hijo, y pertenecen a un cuento escrito tiempo antes de la terrible enfermedad del niño. Porque el niño se pone enfermo, grave, y Umbral sigue escribiendo. El diario cambia, cambian los temas. Ahora, con mayor insistencia, se asoma el presente trágico del niño con su pasado maravilloso, el que vivió con su padre y con su madre. Aparece la filosofía nihilista, la desesperación, la poesía tétrica, unas ganas de dimitir del mundo. Umbral ha declarado que en esos momentos escribió más que nunca, porque la literatura era para él el único refugio.
Miguel García-Posada concreta la génesis del libro, el proceso de escritura:

"En Mortal y rosa quiso Umbral poner en práctica lo que él mismo ha llamado, con fórmula que he citado antes, la “memoria simultánea”, esto es, buscó anotar en la memoria que es una novela lo más destacado de lo que estaba viviendo en aquel tiempo, en los años setenta: el crecimiento de su hijo. De hecho, el primer título del libro fue Estoy oyendo crecer a mi hijo, frase que constituye, por sí sola, un capítulo. Otro testimonio ha quedado del primitivo proyecto: el cuento “La mecedora”, que el autor publicó también, como tal cuento, en 1971, y que cierra la obra. Este proyecto se vino abajo ante la enfermedad del nio y Umbral lo modificó sobre la marcha, fiel a la poética de la memoria simultánea. No quedado otros vestigios documentales de la idea primera de la obra, pero la estructura tan definitiva de Mortal y rosa indica que las cosas sucedieron como aquí se cuenta: según he avanzado, es sintomático que la enfermedad del niño no aparezca hasta casi la mitad de la novela." [7]


El libro del padre


“El libro del hijo”. Así se suele hablar de Mortal y rosa. Yo no pienso de ese modo. Para mí Mortal y rosa es el “libro del padre”, y el niño es una sombra, feliz y juguetona, al principio, oscura y lejana, melancolía impotente, después. El niño es el reflejo del padre, como el padre lo es del hijo. Umbral se ha retratado a sí mismo, una vez más, en el trasluz del cuadro que le pinta a su hijo. Aquí sufre un hombre, y en el sufrimiento inconmensurable de ese hombre entendemos la enfermedad del niño. El poeta sublima lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, la vida y la muerte. De todo ello hay en este libro. Porque sintiendo vivir a su hijo Francisco el escritor vive, contemplando el descubrimiento de las cosas por parte del niño, Umbral redescubre su verdad optimista. Recupera, lo dice a menudo, su propia infancia, los años que no recuerda porque están sepultados en esa inconsciencia que, según algunos psicólogos, nos explica el futuro.

Umbral se instala en una concepción postexistencialista del mundo; de ahí el rechazo que suscita la actitud de Albert Camus, a quien nuestro escritor ve aún preocupado por el problema religioso (y con Camus, Unamuno, al margen de otras cuestiones). Desde esa perspectiva el escritor conduce su discurso hacia la nada total, hacia la negación y el descrédito de la realidad, hacia el derrocamiento de cualquier valor. Lo que comenzó como reflexión sobre el tiempo y la muerte se convierte en la vasta comprobación de la nada que es el mundo. Todo esto explica el proceso mediante el cual el autor acaba por verse a sí propio como un cadáver, póstumo ya, posterior a la vida, espectro solo de sí mismo. Con el niño que ha muerto muere también el niño de la propia infancia, lo única que justificaba el mundo –la coherencia de la visión es evidente-, de modo que todo está definitivamente concluido, terminado, resuelto por y para siempre.[8]

Cualquier motivo le sirve Umbral para realizar lúdicas y poéticas reflexiones sobre la filosofía, la literatura, el sexo, etc. En ocasiones su prosa se hace surrealista, o en el límite del surrealismo al proponer audaces asociaciones de ideas, de palabras, de sensaciones. La blancura de su piel, por ejemplo, le sirve a Umbral para hacer un pequeño ensayo, muy libre y sugerente, sobre los colores blanco, amarillo, rojo, lo claro y lo oscuro. A partir de un descubrimiento de Einstein y de la blancura de su propia piel (“A mi abuela le gustaba yo por blanco, de niño. Decía que mi blancura me salvaba de mi fealdad), como veremos ahora mismo, Umbral deja volar su imaginación poética y escribe fragmentos tan bellos como éste:

Einstein descubrió que la luz, expandiéndose a contracorriente de la gravedad, degenera hacia el rojo. Lo rojo, pues, es una tragedi, una degeneración o una transformación. Incluso simbólicamente, en simbología ideológica, lo rojo es sinónonimo de transformación dialéctica, de lucha contra la gravedad de la Historia y del mundo. Lo rojo es dinámico. Así, según Einstein, lo blanco sería el comienzo del proceso, la luz sin esfuerzo, a favor de la corriente. ¿Significa eso mi blancura? Contra ello he luchado, quizá sin saberlo. Lo blanco como punto de partida. Pero hay que pasar por todos los colores, tránsfuga del arco iris, peatón del espectro solar.
En el sueño, en el amor, en el despertar, mi cuerpo blanco y desnudo.[9]

Umbral, que con tanta maestría maneja la música del lenguaje, consigue llevar el arte de la improvisación literaria, muy musical, a su máximo esplendor. Unos sonidos llevan a otros, unas palabras se alían con otras, unos significados se apoyan en otros, y las asociaciones surrealistas, o limítrofes al surrealismo, muchas veces están fundamentadas en el oído umbraliano para el lenguaje, sólidamente formado en la lectura y crítica de los poetas. Umbral derrocha ingenio en sus reflexiones, incluso sus improperios son originales, distintos. En Mortal y rosa hace un repaso a lo divino y a lo humano, todas las artes, la vida y la muerte, el sexo y el amor –negado por la naturaleza animal del hombre, según el autor-, citando a Einstein y apoyándose en Heidegger y su “ser de lejanías”, ese concepto que ha acom[10]pañado a nuestro autor hasta el momento presente. Se atreve también a desdoblarse en dos: un hombre racional y educado, “el escritor, el intelectual, el amigo”; y un ser primitivo, profundamente natural, instintivo y a veces violento en la satisfacción de sus impulsos, “el antropoide”. El segundo, escribe Umbral, salta sobre el primero hasta ocultarlo cuando ve una mujer, por ejemplo. Para el autor, o para ese narrador de Mortal y rosa que tan pronto se muestra como “antropoide” que como “intelectual, amigo”, etc., para la voz que habla desde el libro, “toda la cultura es un ejercicio circense en el sentido de que se obtiene domesticando a una fiera, educando a una bestia, humanizando a un mono”.[11] Umbral cree que la verdad, su verdad, está en esa fiera, esa bestia, ese mono.

"Se pasa uno la vida tratando de educar al antropoide, y cuando lo tienes casi completamente urbanizado, resulta que eres tú mismo, que es lo mejor de ti lo que empieza a fallar, a selvatizarse, a rebelarse. Hubo un tiempo en que el antropoide quiso ser poeta, pero echaba muchos borrones. No pude hacer de él un amanuense. Luego abandonó definitivamente sus actividades espirituales y se ha pasado la vida queriendo volver al bosque, olfateando la llamada de la selva."


La dimensión existencial


Nos interesa mucho, aunque se trate de un fragmento bastante extenso, dar aquí el final del libro que Javier Villán le dedicó a nuestro autor. Sobre la dimensión existencial de Mortal y rosa, la actitud del Umbral-padre ante la pérdida gratuita de su hijo.

"Ante la destrucción del hijo a Umbral le duele la pérdida de su infancia reencontrada, su profanación; y con ella, su identidad, la infancia que nunca tuvo y creyó tener en el hijo. Al quitarle este trozo de vida bullente y germinal, le quitan una parte de sí: “Él es el troz que faltaba de mi vida; yo soy el trozo que me faltaba de mi madre”. Se unen así dos amputaciones y dos carncias, la de la madre y la del hijo. No es quedarse huérfano de madre ni de hijo; es un derrumbamiento del edificio de la vida que es la “ascensión del hombre hacia sí mismo”. Si el dolor del niño no tiene algún exceso de irracionalidad es porque no sirve de nada. En el dolor del hombre puede haber un horror difuso, una flor de espanto, que puede engendrar belleza. El hombre combate su dolor aunque sea con desgana y pereza. Y entre esas flores del mal puede nacer una especial y redentora; un amor madito, una esperanza de algo, no sé... Nada dignifica el dolor de los adultos, pero una pasión puede hacerlo más atroz o más llevadero. La muerte es un cúmulo de emergencias y el hombre puede salvarse a la vez que se destruye. El niño en cambio no tiene perspectiva. No se trata de una inocencia maltratada; se trata de que el niño no tiene alternativa." [12]

Javier Villán había escrito antes, en el mismo ensayo: “Este libro poliédrico es una reflexión desde el absurdo, más que un grito existencial, aunque históricamente el existencialismo pueda nutrirse del absurdo”. Es curioso observar cómo se dan la mano en el libro, de forma mestiza y parcial, existencialismo, surrealismo y absurdo, a veces a diferentes niveles del la filosofía, el lenguaje y la poesía, produciendo juntos excelente literatura y agrios gritos de dolor y desesperación. El libro de Umbral es, por una parte, la voz que grita “¿por qué?”, y por otra el espíritu maravillado ante el mágico desarrollo de la infancia. Ambos, esa voz y ese espíritu, chocan en esta espléndida obra.
Nos recuerda en su introducción García-Posada, con bastante frecuencia, que el niño no aparece en la obra hasta la mitad de su desarrollo, aproximadamente. En la divagación lírica de Francisco Umbral en torno a su pasado, su presente, la literatura, el arte y las grandes cuestiones de la humanidad (que desembocarán en el problema de la vida y de la muerte concretado en el drama de su hijo), importa antes que nada la subjetividad umbraliana y el modo poético, asombrado y desengañado a partes iguales, con el que observa el mundo, la gente, las cosas, lo más lejano y lo más cercano de su vida. La subjetividad inunda el libro. Ya se ha insistido demasiado en este trabajo, y en cualquier escrito que se le dedique al autor, en ese yo enorme que lo domina todo en las novelas, los cuentos, los ensayos, las columnas periodísticas, y por supuesto las memorias y los diarios íntimos, de Francisco Umbral. Más que los objetos y las personas, las ideas, los libros o los cuadros que comenta el narrador de Mortal y rosa importa cómo mira esos objetos, personas, ideas, etc. Y ahí el estilo vuelve a cobrar completa relevancia. El escritor italiano, Erri De Luca, en su novela Adelfa, arco iris, da una definición muy satisfactoria y muy amplia del estilo: estilo es lo que consigue la mayor eficacia con el mínimo esfuerzo. A Francisco Umbral le cuadra bien esta definición, terminando de perfilar aquella otra, umbraliana, de estilo como una manera de ver y de decir las cosas, absolutamente personal, única. Observaciones como ésta sólo se explican en un gran observador, un intimista de la observación, que interioriza los objetos y los seres del exterior para devolvérselos a la realidad en forma de pensamientos líricos, intuiciones profundas, reflexiones maduradas al ritmo de la escritura:

"En mis ojos vive siempre una mujer. La mirada es la única forma de posesión completa, total. Ver vivir a la mujer, verla moverse, dentro de una armonía que la circunda, tenerla apresada en la retina, en la pupila, sin que ella lo sepa. Cae el cuerpo de mujer desconocida en el círculo del ojo, y vive en él, sin dolor, lo habita dulcemente. Mirar a la mujer.
El tacto es ciego, el olfato es galopante. La boca es frenética. El oído es torpe. Sólo el ojo alcanza la totalidad. Reconstruir una mujer a partir de su voz, de su contacto, de su sabor, de su olor. Eso es la imaginación. La imaginación es el vuelo de un sentido a través de todos los otros. La imaginación es la sinestesia, el olfato que quiere ser tacto, el tacto que quiere ser mirada. La imaginación nace de una limitación. La mirada, quizás, es menos imaginativa, porque posee más. Pero la mirada necesitaba imaginar lo que ve, redondear y colorear el cuerpo de la mujer, acercar lo que está lejos, alejar lo que está cerca. No basta con mirar. Hay que sobremirar, sobrever. Hay que interiorizar lo que está fuera y verlo hacia dentro." [13]

Ya hemos dicho en otro momento de nuestro trabajo que la obra de Umbral es profundamente sensual. En el capítulo “Hacia un concepto umbraliano de la novela”, analizamos algunos fragmentos de Balada de gamberros y Travesía de Madrid y observamos cómo Umbral ve, huele, toca... siente el mundo, el que le rodea directamente o aquel otro al que accede mediante un saber más libresco, y lo transforma en prosa. La prosa de Umbral puede ser por ello lírica y narrativa, porque así es su forma de ver el mundo. Incluso cuando ha hecho ensayo literario se ha plegado el autor a la narración leve y el lirismo acentuado. Sus intuiciones son, cómo él diría, intuiciones líricas, poéticas. Cuando contrasta la información que le viene del exterior con su propio bagaje cultural (Umbral se queja a mucho de que el lector de libros ya no ve el mundo como es, sino como lo vieron los poetas, los escritores a los que ha leído, y sobre todo con su propia personalidad.
En el fragmento anterior Umbral hace el elogio de la vista como sentido “total” del hombre, lo que luego proporciona a cada uno, según su carácter y experiencias, una mirada. Pero ya señalábamos en el primer capítulo cómo el sentido del olfato puede considerarse el más desarrollado en la prosa umbraliana. Esto es fundamental, porque las cualidades sensuales de la escritura de nuestro autor son en buena medida las responsables de que muchos críticos hablen de ella como “poesía en prosa”.

"Drogarse de olor. Nada me excita tanto y me predispone a escribir como un olor nuevo, profundo, grato, sugerente, punzante. El drogadicto es un incapaz. El mundo es la gran droga. Todo estimula, todo alucina. Los alucinógenos son una falta de imaginación. Los que sufrimos la alucinación constante de la realidad no necesitamos alucinógenos. Adónde puede llevarme un olor, hasta dónde. Schiller olía una manzana para ponerse a escribir, dice. El otro ojeaba el Código Civil. ¿No sería olerlo, lo que hacía? ¿No sería que se drogaba del olor de la letra impresa y apretada del Código?
La literatura y la pintura son vertiginosas porque huelen. El olor a vinagre de la tinta de la infancia. El olor acre y selvático de los libros. El perfume fresco y denso de la pintura, la fragancia de los colores, que deben mirarse con los ojos cerrados. ¿Qué es lo que le falta a la pintura de los museos? ¿Le falta intimidad, actualidad, autenticidad? Le falta el olor. La pintura muerta ya no huele, ha perdido una de sus dimensiones, porque la pintura tiene tres dimensiones, y la tercera es la olfativa. La música no huele. Por eso, quizá, no me dice nada. El olor y el sabor, tan unidos, son las claves más íntimas de la vida. Hay que gustar todo con los ojos cerrados. Mirar una cosa es exteriorizarla, pienso ahora. Hay que ver sin mirar. Hay que oler. El olfato, quizás, es la mirada del alma." [14]

Estas páginas podrían formar parte perfectamente de ese libro de estética literaria que Umbral parece que nunca escribirá, porque lo va dando en distintos libros, fragmentariamente, en párrafos como éstos[15]. Un poco más atrás leemos en el libro, conectando con el párrafo anterior:

"Antes, cuando era un escritor joven y responsable, quería describir minuciosamente las situaciones, los lugares. Luego comprende uno que basta con dar un olor o un color. Al lector le basta. Al lector le sirve esto mucho más. Dice Baroja de una calle que era larga y olía a pan. Ya está. Un largo olor a pan. Para qué más.
El arte descriptivo, minucioso, es pueril y pesado. El arte expresivo, expresionista, aisla rasgos y gana, no sólo en economía, sino en eficacia, porque arte es reducir las cosas a uno solo de sus rasgos, enriquecer el universo empobreciéndolo, quitarle precisión para otorgarle sugerencia.
El olor de mi hijo, el olor tierno y callejero de los niños. El olor de un libro, el olor de cada libro, ese enjambre de abejas tipográficas que nos marea y nos fascina cuando hundimos en él la nariz. El olor de una mujer, cada una con su olor. Los seres tienen un aura que es su olor. Por el olor somos mágicos. El olor es lo único que no puede poseerse, es la fragancia de una personalidad, y por eso desasosiega y trastorna."



El dolor sublimado en literatura


José María Martínez-Cachero realiza un juicio crítico muy elogioso a Mortal y rosa. En La novela española entre 1936 y fin de siglo. Historia de una aventura señala cómo el libro de Umbral amalgama los más diferentes géneros –quizá sólo deje fuera el teatral-, uniendo elementos narrativos, diarísticos, poéticos... “sin que ninguno de tales elementos prepondere de forma clara”. Martínez-Cachero prefiere centrarse en lo más claro que tiene el libro, lo que le da sustento. Es muy probable que en ninguna otra obra de Francisco Umbral existe un equilibrio tan armonioso entre fondo y forma, palabra y sentimiento, hasta el punto de fundirse todo ello en la expresión de un dolor terrible y sincero. El arte sublimará ese sentimiento dramático en gran literatura.

"Lo que hay, sobre todo, es un dolor muy entrañado y entrañable que conmueve a quien lee el libro, un trozo de vida inclemente y tierno, presentado sin aspavientos ni truculencias, en una excelente prosa que se pliega a los tonos y momentos diferentes que existen en sus páginas." [16]




Eduardo Martínez-Rico


[1] Es curioso que su proximidad cronológica y vital a otros “padres”, como González Ruano, Delibes y Cela, en artículos y ensayos breves este último, ha mantenido la relación filial que el tiempo da a la naturaleza. Con todos ellos y con sus obras conversa de discípulo a maestro, pero con los primeros se permite unas libertades de autocreación que con los segundos apenas asoma.
[2] José Manuel Caballero Bonald: “Prólogo” a Mortal y rosa, Barcelona, Planeta, 1998, pp.
[3] Miguel García-Posada: “Introducción” a Mortal y rosa, Madrid, Cátedra, 1995.
[4] Miguel García-Posada: op. cit., pp. 16 y 17.
[5] Miguel García-Posada: op.cit., p. 17.
[6] Sin embargo, no sabemos si la columna fue clave para la “calidad de página”, o si fue la “calidad de página” la que descubrió al gran periodista literario. La literatura debió de germinar en la mente del autor hasta que consiguió un buen campo en el que demostrar sus dotes: el artículo periodístico. Todavía hoy muchos lectores y críticos hablan de Umbral como el “columnista”, no como “el escritor”. Pero esto es muy frecuente entre todos los que escriben en los periódicos.
[7] Miguel García-Posada: Op. cit., p. 18.
[8] MGP: Op. cit., pp. 26 y 27.
[9] Francisco Umbral: Mortal y rosa, ed. de Miguel García-Posada, Madrid, Cátedra, 2001, p. 64.
[10] Op. cit., p. 65.
[11] Op.cit., p. 65.
[12] Javier Villán: Francisco Umbral, Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, 1999, p. 53.
[13] Op. cit., p. 94.
[14] Mortal y rosa, ed. cit., p. 98.
[15] Sus ensayos literarios, como Larra. Anatomía de un dandy o Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué, por citar el primero y el último que ha publicado hasta la fecha, aparte originales indagaciones en las obras, presentan ideas muy personales sobre estética literaria. De todos esos ensayos un editor podría extraer sin muchos esfuerzos una poética umbraliana.
[16] José María Martínez-Cachero: La novela española entre 1936 y el final de siglo. Historia de una aventura, Madrid, Castalia, 1997, p. 632.

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