domingo, 1 de noviembre de 2009

Montepríncipe

Ando despidiéndome de Montepríncipe, mi casa durante 27 años. Cuando paseo con Berta, mi perra, me despido del campo, de las calles, de los árboles. He cambiado el ordenador en mi habitación y ya no mira al armario; lo he puesto de cara a los árboles, a los pinos, las encinas, los sauces, todo el follaje que tapa la vista. Sólo veo los árboles y el cielo. Desde aquí hay unos crepúsculos preciosos.
Mi familia se muda a Madrid. Aún no sabemos a ciencia cierta a dónde, aunque hay un piso candidato firme. Me ha costado aceptarlo porque ésta, por muy ridículo que pueda sonar, es mi tierra, pero me quedo con lo bueno y sé que Madrid me va a beneficiar en algunos aspectos, por lo menos en la vida social y en el trabajo. Tendré más a mano el IE, las editoriales, los periódicos, y habrá muchas citas a las que acudiré porque no me dará tanta pereza ir. Vivir en Montepríncipe es como vivir en el fin del mundo, un paraíso, pero como todos los paraísos bien apartado del mundo.
Quizá escriba una novela urbana, quizá mis columnas se hagan más “a pie de acera”, como diría Javier Gómez de Liaño. Quizá no cambie en absoluto mi forma de escribir, y siga mi tranquila evolución. Yo pienso que algo va a cambiar.
Me echaré novia y maduraré aún más. Cuando quiera escribir, pensar, leer, cerraré la puerta, como ahora y me pondré a la tarea.
Me despido de Montepríncipe. Aquí he hecho muchas cosas. Sé que lo voy a echar de menos y que no lo voy a idealizar porque ya lo tengo idealizado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario