martes, 15 de diciembre de 2009

Dos en un coche

Ayer publiqué este cuento en "El Norte de Castilla"


Relatos vividos


DOS EN UN COCHE


Para Virginia Arizmendi





El coche rodaba. A ambos lados desfilaban los árboles, pinos en la costa. Iban a cenar a un conocido restaurante de la isla, la isla desierta en la que habían decidido pasar sus vacaciones. Eran grandes amigos, demasiado amigos para ella, que siempre lo había amado y que no comprendía cómo su viejo amigo no se había sentido nunca atraído por ella. El hombre tenía demasiado en qué pensar y había perdido la apetencia para las mujeres.
La luna, en cuarto menguante, iluminaba tenuamente la carretera. Los focos del BMW serie 5 de Roberto Mendaña, que así se llamaba él, hacían el resto.
Llevaban dos días en una casa al lado del mar, en habitaciones separadas, por supuesto. La relación era realmente extraña. Ella era la mejor amiga de la hija de él, hija de su matrimonio con una periodista de prestigio. Cuando ella iba de universitaria a ver a su amiga, siempre hablaban, muy animadamente. A ella le dio vergüenza desde el principio sentirse atraída por el padre de su mejor amiga, un hombre tan mayor pero tan interesante. Lo que podría haber sido un amor, tampoco muy original, derivó en una buena amistad, una de esas amistades imposibles.
Él se había acostumbrado a su compañía, y desde que murió su hija había visto en ella su sustituto. Pero la chica siempre vio en él al amante maduro que la suerte le negaba.
Ahora iban camino a su restaurante favorito. El BMW rodaba fácilmente por una carretera tachonada de gravilla. Hablaban de música, como hacía muy a menudo, música clásica, y de los libros que iban leyendo en aquellas vacaciones. Él había leído mucho en su juventud, sin contar con los difíciles temas de su oposición a diplomático. Pero se cansó de leer.
-Estudiar es leer –decía-, pero mucho peor.
Desde que se divorció de su mujer, para mitigar su soledad –nunca pensó que la echaría de menos-, había vuelto a la lectura, con fuerza e ilusión.
Ella le mantenía la conversación, con esa admiración que ponen los jóvenes, algunos jóvenes, por los viejos, por algunos viejos.
Estaban ahora comentando las noticias que acababan de escuchar en la radio, cuando el BMW, sin un ruido, perdió la marcha y se fue deteniendo, lentamente. Tras poner cara de sorpresa, “¿qué pasa aquí?”, Roberto Mendaña fue echando el coche a la cuneta.
Roberto y Mercedes se habían quedado tirados en una carretera muy secundaria a una hora que no frecuentaba nadie. No iban pronto. La gente ya estaba cenando y sabe Dios cuándo pasaría el primer coche. Igual tenían que esperar horas. Los móviles daban cobertura cero.
–Bueno, aquí estamos… -dijo él.
No tenía ni idea de mecánica, ni se molestó en abrir el capó.
-Querida –volvió a hablar-, espero que tengas algo que contarme. Ésta es tu noche.



Eduardo Martínez-Rico

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