miércoles, 30 de diciembre de 2009

La noche del González-Ruano

Este texto, que nunca lo hice para ser publicado, lo escribí hace tres años, si no recuerdo mal, cuando le dieron el Premio César González-Ruano a mi querido amigo Raúl del Pozo. Aquella noche llegué muy cansado a casa, pero al día siguiente, por la mañana, escribí este texto. Podría haberlo hecho más extenso, pero así quedó. Recuerdo que Fanny Rubio me invitó ese mismo año a dar una charla en su curso de doctorado y les hablé de aquel premio y aquella ceremonia. Fui capaz de imaginar, de proyectar en el aire, como un cine personal e intransferible, las imágenes de lo que viví. Contar de esta manera es mucho más vívido y emocionante y pude ver cómo una de las alumnas casi lloraba al escucharme. Me he convertido, entre otras cosas, en una cámara de televisión, o de cine, porque sobre lo que veo creo, y sobre lo que creo veo.
Raúl se merecía aquel premio y todos los que le han dado desde entonces. Una vez, hace tres años, yo creo que por esa época aproximadamente, cuando quedé con él para hacerle una entrevista sobre la columna, en el Café Gijón, me dijo que a él no le habían dado ningún premio, y yo le dije que a partir de entonces le darían todos. Más o menos se está cumpliendo el vaticinio. ¿Por qué dije eso? Porque eso fue lo que le ocurrió a Cela. Saber Historia sirve para algo.



LA NOCHE DEL GONZÁLEZ-RUANO



Llueve… y he pillado un atasco. Llego tarde al Ritz, con la sensación de que a uno le sale mal todo justo en el peor día. Pero no pasa nada. Entro con mi traje de antiguo, de 3º de BUP -el nuevo no me entra-, y con mi chaquetón ya viejo, y que nunca fue de muchos lujos, pero para mí tan querido.
Pronto veo a Javier Esteban, muy elegante, y muy serio, a lo Clark Gable en lo que El viento se llevó, sentado entre los brillos de la gente guapa, las alfombras rojas y las lámparas de araña. Nos damos un paseo, cogemos una copa, miramos. La salas son amplias, es una noche solemne, le dan el Premio César González-Ruano, nuestro Óscar para los columnistas, a Raúl del Pozo.
Llega Antonio Gala de la mano de una chica joven. La cabeza un poco hundida por la enfermedad, Gala está mayor, pero se muestra orgulloso y contento de acudir al González-Ruano, y, por qué no, de ser estrella. También distingo al helenista Rodríguez Adrados, que me mira como si le sonara mi cara. Me lo encontré en el CSIC, cuando entrevisté para Época a Luis Alberto de Cuenca, entre la novela artúrica y La guerra de las galaxias.
Pronto veo a mi querido Raúl del Pozo. Viste smoking, con pajarita, y su pelo blanco, blanquísimo y a raya, destaca sobre el negro de su traje de etiqueta. Corre, raudo, impaciente, adonde está sentado Umbral, y se arrodilla, y le da un beso en la frente, y le llama “Maestro”, y “Padre”… Es un momento emocionante, de ésos que sólo se valoran cuando pasa un tiempo y somos conscientes de lo que hemos vivido.
Pero esta noche viviré otros momentos “emocionantes”.
-Te cito en el discurso -me dice Raúl a la carrera.
Yo le contesto, muy nervioso:
-Estás loco, estás loco.
Porque uno tiene la sensación de que uno estaba loco, pero luego resulta que todo el mundo está loco, mucho más que uno.
Veo a Pedro J. Ramírez, rodeado de hombres que son como escoltas. Sonríe de forma patente, brillan sus dientes, se sabe centro de atención. Yo me tengo que dar la vuelta, porque me ha impresionado más que cualquier otro personaje. Noto una gran tensión en todo mi cuerpo, y me da vergüenza verle la cara, de frente. Reconozco que Pedro J., desde que leí su discurso de recepción del premio Montaigne, para mí ha ganado muchos puntos, y aún no sé hasta qué punto nuestros caminos no están cruzados.
Y ya pasaré toda la noche nervioso, porque a uno no le citan todos los días en un discurso de premio.
En la mesa conozco a un hombre interesante, Eduardo Junceda, que ha hecho muchas cosas en la vida. Le cuento que a mí también me gustaría hacer cosas diferentes, no centrarme en una misma cosa. Su pareja, después de oír hablar muchas veces de “Raúl”, por fin exclama:
-Pero, ¿quién es Raúl?
Entonces yo me echo a reír y le enseño el programa del Premio, con el menú y todo, y el nombre “Raúl del Pozo” bien claro después de “Premio César González Ruano”.
La cena no me gusta mucho, demasiado moderna para mí. Llegan los postres y la presentación de Vicente Verdú: “A Raúl no hace falta presentarlo; Raúl es uno de los nuestros. Nosotros no éramos exactamente escritores puros, ni periodistas.” Fueron unas palabras muy hermosas. Pero todos escuchamos ya el discurso de Raúl, Javier Esteban y yo muy emocionados.



Eduardo Martínez Rico

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