lunes, 28 de diciembre de 2009

Treinta y tres

Dentro de pocas semanas cumpliré 34 años; ya no tendré 33 años, esa edad mítica, falsamente mítica, según nos explican los expertos. A principios de 2009 publiqué en El Norte de Castilla una columna sobre los 33 años, "Treinta y tres". Recupero ese artículo porque me gusta mucho y quiero que quede, aquí, en Los días de Ícaro, para siempre, hasta que apaguen esta lámpara de araña que es Internet. Los hombres escribimos y escribimos, pueden cambiar las formas y los soportes, pero lo que hemos dejado atrás nunca queda atrás, se renueva constantemente.
Se está acabando el 2009, se acerca el 2010. Feliz Año Nuevo para los hombres de buena voluntad. Y que los que no la tienen buena que la cambien.



TREINTA Y TRES




Hace algún tiempo cumplí 33 años, una edad mítica para mucha gente, porque se dice que a esa edad murieron personajes como Jesús y Alejandro Magno. Algunos afirman que también murió con 33 años César Borgia, pero en El príncipe del Renacimiento, José Catalán Deus, del que me fío, escribe que murió con 31. En esta nómina de ilustres también se añade a veces a José Antonio Primo de Rivera.
Pero Jesús no murió a los 33 años, según un experto al que he consultado. Cristo debió de morir a los 38 o 39 años, y arrastramos un error debido a un monje yugoslavo, Dionisio el Exiguo, que en el 525 de nuestra era fechó mal la muerte de Herodes, que se utiliza como punto de referencia para fijar el nacimiento de Jesús. Dionisio el Exiguo se equivocó por cuatro años. Cristo nació antes de Cristo, probablemente en el año 7 o 6. Pero es un tema muy complicado que sólo conocen bien avezados expertos en las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, los 33 años sigue siendo una edad mítica, y yo he oído a mucha gente con 33 años decir, orgulloso: “Tengo la edad de Cristo.” Pero ¿qué significan para mí los 33 años? Significa una razonable madurez en un buen cuerpo. Si no recuerdo mal Aristóteles, en su Retórica, decía que la madurez del cuerpo se encontraba entre los 32 y los 36 años, mientras que la del alma estaba entre los 46 y los 50. Una vez me preguntó un amigo cuál prefería yo, y respondí que la del alma, pero luego lo pensé mejor y llegué a la conclusión de que lo ideal es una buena media. De todos modos, desconfío de la madurez porque no he conocido a nadie maduro; todo el mundo hace aguas por todas partes. Pero supongo que a algo habrá que llamarlo madurez.
Tengo entendido que los matemáticos se agobian mucho al cumplir años, porque es costumbre en su oficio realizar las grandes aportaciones muy jóvenes. En el caso de la literatura es distinto; salvo los poetas, que sí suelen escribir grandes libros muy jóvenes, en los demás géneros las obras suelen mejorar con la edad. No es extraño ver a un escritor muy viejo que publica una gran obra, y ése fue el caso de Cervantes.
Pero a mí también me ha preocupado el tema de la edad. Tenía que escribir buenos libros y publicarlos. De esto no me acordaba siempre, sólo en algunos momentos. Ahora me he tranquilizado porque considero que he hecho ya una buena aportación, aunque lo mejor esté por venir, seguro.
El escritor cuando cumple años ve cómo se le abren nuevos mundos, posibilidades insospechadas; siente cómo sus capacidades crecen y realiza obras con las que nunca antes habría soñado. La mente se ensancha, se llena de imágenes y criaturas, y es mucho más fácil crear tramas y personajes, organizar bien el discurso. Todo fluye, por lo menos para algunos.
¿Hay que preocuparse por cumplir años? Gila citaba a su padre y decía que había que cumplir años “porque si no te mueres”. La gente se come mucho la cabeza con los años, y no hablo sólo de gente mayor. Esto es indiferente a las edades.
A estas alturas no creo que vaya a ser tan importante como Jesús, Alejandro Magno, César Borgia o José Antonio Primo de Rivera. Tampoco creo que me moriré con 33 años, si no que atravesaré esta edad como he hecho con todas, escribiendo, leyendo, mirándolo todo con los ojos y los oídos bien abiertos, comiéndome el mundo y alimentándolo con mis palabras.




Eduardo Martínez-Rico

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