sábado, 19 de diciembre de 2009

España

En España hay dos Españas: una, nuestro país, y otra España, la viuda de Francisco Umbral. Con España, España Suárez, que no María España, que es como le ponen en casi todos los sitios, voy a cenar periódicamente por Majadahonda y Boadilla del Monte con mi hermano José Manuel. El jueves fue el cumpleaños de mi hermano y ayer la invitamos a cenar. Lo pasamos muy bien con ella; mi hermano la quiere mucho y yo también, pero además disfruto de su conversación y de todo lo que ha visto y oído. España ha conocido a la gente más interesante, por lo menos, del último tercio del siglo XX y lo que llevamos de éste. Lo que vio Umbral, su marido, pero de forma callada.
España sabe mucho de ropa, de alimentación, de plantas, y de muchas otras cosas, porque su gran afición es leer la prensa y se lee varios periódicos diarios. Sobre todo las columnas, que es lo que más le gusta. Entre toda su experiencia al lado de su marido, y también por haber sido maestra, tiene un fino oído para la buena prosa, las buenas ideas y la oratoria de todos los políticos, escritores y periodistas que hay en España. Además, no tiene pelos en la lengua y no se corta ante nada ni nadie; dice lo que piensa, tan tranquila.
Todos los que la conocen la respetan y la quieren. Y yo también.
Tengo guardado un artículo sobre ella y lo voy a publicar ahora, aquí.




ESPAÑA





España suele salir en los periódicos y revistas como “María España”, pero en realidad se llama España, y se apellida Suárez. O al menos eso me decía su marido Francisco Umbral: “¡Se llama España, el María se lo pusieron los curas!”
España es una mujer muy respetada en el mundo de las letras, por su educación y elegancia, y puedo decir que es amiga mía, cada vez mejor amiga. Además, tiene detalles que no todo el mundo tiene: este año he hecho cuatro presentaciones de libros, y excepto mis padres y uno de mis hermanos, nadie ha asistido a las cuatro menos ella.
Hace años, para mí bastantes, yo era un estudiante que estaba preparando una tesis sobre Francisco Umbral, y empecé a ir mucho a su casa. Fue un tiempo inolvidable, fructífero, lleno de artículos, libros y visitas interesantes. Acabé la tesis doctoral y publiqué dos libros de conversaciones con Umbral. No sólo estudié a un escritor, sino que aprendí mucho de él, sobre todo en lo literario, y pude disfrutar de la hospitalidad de su mujer, España.
Pero no voy a escribir sobre Umbral, sino sobre ella. España es una mujer culta, atenta, a la que le gusta, como no podía ser menos, leer el periódico y buenos libros. Todas las mujeres de escritores que conozco son buenas lectoras. Están metidas en una burbuja literaria que supone, además de sus propias obligaciones, hacer toda clase de trabajos relacionados con la literatura y la escritura. España, en este sentido, pasaba todos los días la columna de Umbral al ordenador y luego la mandaba, por fax o correo electrónico, a El Mundo. Después, cuando su marido estuvo peor, la tomaba al dictado. Umbral se dedicaba a la literatura, y a pasear por Madrid y hablar con gente interesante, pero todos los papeleos los llevaba ella. Que yo sepa Umbral nunca tuvo secretario, ni agente literario, porque él fue su propio agente; pero todo lo referente a papeles los llevaba España.
A mí siempre me sorprendió la cordialidad, la simpatía y la amabilidad con la que me trataba España. Y tengo la intuición, intuición que es casi certeza, de que trataba igual a todo aquél que llegaba a la Dacha por motivos literarios, y por cualquier motivo.
Sin duda era la cara amable del genio, aunque ya sabéis que yo no creo en los genios. Umbral era capaz de cualquier cosa cuando alguien lo visitaba, tenía días mejores y otros peores, y ahí estaba España, siempre sonriente, siempre amable, asimilando todo lo que veía, y comparando seguramente unas situaciones con otras.
Estuve con ella el día que murió su marido. Estaba muy sorprendida, porque no se lo esperaba, pero también serena. Umbral llevaba tiempo enfermo, pero en realidad, de una cosa u otra, siempre lo había estado. Era una persona que podía haber muerto hace años, pero que aguantó hasta el 2007. Tuvo varias dolencias importantes, desde su adolescencia, y yo creo que él sabía que podía morir cuando menos se lo esperaba. De hecho mucho de lo que escribió parece que ha salido de su Olivetti pensando que iba a morir pronto.
De vez en cuando llamo por teléfono a España. Nos vemos poco, pero siempre que habla conmigo parece que lo hace poniendo todo su ser. Es una persona cariñosa y sensible, que se lamenta de las guerras del mundo, de nuestras incompetencias, de lo grande y de lo pequeño; pero al mismo tiempo es una mujer optimista, con ganas de vivir. Una vez escribí que era la mujer perfecta para un escritor. Lo escribí hace años, pero lo sigo pensando.




Eduardo Martínez Rico

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