lunes, 4 de enero de 2010

Antes

Antes no lo veías, pero ahora sí lo ves: hay gente que no merece la pena. Eres capaz de comprender a todo el mundo, incluso al más malvado, pero ése te puede destruir, a ti y a otros. No puedes cambiar a la gente, un poco sí pero no del todo, y puede que puedas cambiar a la gente pero ni mucho menos a todos. Los clásicos latinos decían: “Siembra intereses más que buenas intenciones.”
Constantemente andamos cambiando, evolucionando, a los demás, sin darnos cuenta, y ellos nos cambian y evolucionan a nosotros mismos, pero siempre habrá una chispa que haga saltar lo que cada uno es, bueno y malo. Te temes que éste es un tema complejo.
Pero que los malos sigan su camino que tú seguirás el tuyo, tu influencia también llegará a ellos, y desde luego no los ayudarás, y desde luego que si puedes les harás la zancadilla, como ellos te la han hecho a ti tantas veces. Eres un buen saltador, especialista en levantarte del suelo, cada vez más resistente. Cada vez es más difícil tumbarte, porque estás en guardia cuando tienes que estarlo. Dios acaba eligiendo a los suyos, separándolos, aunque sea en el campo de batalla, cuando los carros recogen los cadáveres de los caídos. Morir en combate siempre fue un honor para los guerreros de todas las culturas.
Estos son tiempos en que necesitamos más un Moisés que un Jesús, o al menos una mezcla de los dos, un Alejandro Magno que hubiera pasado por la consulta del psiquiatra. Estaba muy mal. Necesitamos un alma colectiva osada, inteligente y positiva que se preocupe más de su propio progreso que por el mal de los otros.
No piensas cerrar los ojos ante el mal y no te vas a limitar a escribir. Piensas actuar, ya estás actuando. Pensándolo bien, qué forma más completa de actuar hay que hablar y escribir. Con la palabra se ha construido y logrado todo lo que está bajo la luz del sol, y aún lo que está fuera de ella, ahora que tenemos un vehículo atascado en la arena de Marte.
Antes no lo veías, pero ahora sí lo ves.


Eduardo Martínez-Rico

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