viernes, 22 de enero de 2010

La cumbre

“Hace muchos años, en unas tierras recónditas del Norte, unas tribus siempre en conflicto resolvían sus problemas de una forma extraña. Sus territorios tenían fronteras compartidas, todos estaban juntos, y esto hacía que unas temporadas se llevaran bien, otras regular y otras mal. Pero lo más curioso es cómo resolvían sus problemas de guerra cuando algo amenazaba su convivencia.
“Los jefes de las cuatro tribus subían a lo alto de un monte, el más elevado y el más importante de aquellas tierras. Era una hermosa montaña y para subirla había que rodearla varias veces, ascendiendo trabajosamente en una espiral. Subía cada uno con un ayudante, y encendían en lo alto un gran fuego. Entonces se sentaban y parlamentaban, cubiertos de pieles y con cascos con cuernos.
“Eran cuatro tribus y cada territorio estaba situado en un punto cardinal. Aquel monte señalaba la confluencia de los cuatro territorios. Era un espacio sagrado, común, que ningún pueblo podía violar; todos lo respetaban y estaban orgullosos de hacerlo
“-¡Oh, Sol, dios de la luz, de la lluvia, de todas las tormentas… guíanos en el paso que vamos a dar! –decía el maestro de ceremonias.
“Las reglas eran muy sencillas: si el sol se nublaba y se mantenía nublado durante un tiempo que el maestro de ceremonias consideraba suficiente, la tribu del Norte entraría en guerra con la del Sur, y al revés; si comenzaba a llover, entonces la tribu del Este guerrearía con la del Oeste; si el sol se mantenía brillando, durante un tiempo acordado, habría paz; y si se ocultaba y había tormenta… entonces todos lucharían contra todos.
“Los jefes se mantuvieron en silencio, mirándose a los ojos, atentamente, esperando. El cielo debía hablar.
“Había una nube muy grande que se aproximaba al sol, pero poco antes de que lo alcanzara, se desvió lo justo para dejar el sol, en toda su circunferencia, brillando con gran fuerza.
“El maestro de ceremonias esperó a que toda la nube hubo rebasado ampliamente el sol, y luego habló.
“-¡El dios Sol nos ha transmitido su voluntad! ¡Habrá paz durante años, muchos años, hasta que todos los que hemos visto lo que ha ocurrido ya no podamos vivir para contarlo!
“Los cuatro jefes se dieron la mano con fuerza, se dieron estrechos abrazos, y la montaña brillaba tanto como el sol. Una paz siempre es mucho más rentable, cómoda, próspera y placentera que una guerra.”
Cuando escribí este cuento no pensé incluirlo en mi columna, aunque desde hacía tiempo quería variar los “Relatos vividos” y dar un cuento. Pero estoy leyendo un libro sobre el conflicto árabe-israelí y he relacionado las dos cosas; no escribí este cuento pensando en ese conflicto, o en las guerras, pero he decidido meterlo aquí.
Es muy fácil escribir un cuento en dos folios, o escuchar viejas leyendas, con más encanto que sabiduría, pero he pensado que este relato podía serme útil. Las guerras no se pasan de moda, siempre vuelven en la historia del ser humano… una piedra que va de un lado a otro. Quizá el conflicto más humano sea el árabe-israelí, con dos pueblos maltratados por la Historia: es una guerra cíclica, que siempre está acabando y empezando, como la rueda de una bicicleta, y nunca acaba del todo.
Ojalá pudiéramos hacer como esos cuatro jefes y subir a un monte, por ejemplo el Sinaí, y dejar que el cielo, el sol, las nubes, decidan… y grabarlo todo por televisión y utilizar nuestros efectos especiales, que tan bien conocemos, sujetos a nuestra voluntad, para que siempre brille el sol y ninguna nube amenace la paz.



Artículo publicado en "El Norte de Castilla" hace algún tiempo.

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