domingo, 24 de enero de 2010

La vocación

Cuando eras niño, tenías tanta fe que le pedías todas las noches a Dios que te llevara, cuanto antes mejor. Pero no te llevaba. Nunca me ha importado morirme; nunca le he tenido miedo a la muerte.
Ahora veo que no tengo alicientes en la vida. Quería ser escritor, también de niño, era mi vocación, mi máximo deseo, y lo he conseguido. Yo no quería ser un escritor famoso; sólo quería ser escritor.
No me atrae ni el éxito, ni la fama, ni el dinero. No tengo ningún afán por convertirme en un hombre importante, tener una casa más grande o un coche más grande. La gente da pena.
Me he hartado de las mujeres. No me han dejado de gustar, pero ya las veo con un distanciamiento muy grande. No me seducen tanto como para perder la cabeza ni por su cuerpo, ni por su mente ni por nada. Para mí son como los hombres, pero más bonitas. Pero a mí no me atrae ningún objeto, por muy bello que sea. Sólo quería escribir y publicar, y ya lo he hecho. Si Dios me da vida escribiré muchos más libros y muchos más artículos, pero ya lloverá sobre mojado. Yo ya cumplí con mi deseo sobre esta tierra.
Las mujeres no son dignas porque están imposibilitadas para serlo. Me temo que los hombres tampoco son dignos. Yo mismo he engañado a una mujer 19 veces, hace mucho, es cierto. Yo mismo me he ido con la mujer, mejor dicho, el “rollo”, de un amigo. Hace bastante también. He luchado toda mi vida por cumplir mi vocación y por ser mejor. Uno se convierte en un espejismo, por mucho que se esfuerce.
Ahora tengo que seguir, porque es lo mío, y tengo que trabajar, para ganarme la vida, pero ya estoy realizado. Conmigo no jugará una mujer, ni un hombre. No me manejarán. Haré sólo lo que yo quiera hacer. La ingenuidad se rompe cuando uno tiene las ideas realmente claras. Ay del que no sepa para qué ha venido a la tierra. Será una pobre barquita en un mar encrespado, rodeada de tiburones.
Las mujeres que más me han gustado han jugado conmigo, aunque casi siempre he mordido sus labios. Yo no juego con nadie, y si lo hago es por un fin trascendente. Además, lo hago involuntariamente. Conozco poca gente noble, que merezca realmente la pena; todos somos pobres hombres, una mezcla contradictoria de grandes y pobres hombres.
Yo me moriría, pero Dios me quiere aquí, eso está claro. El otro día, el segundo de mis treinta y cuatro años, casi me atropella un coche. Hubiera sido un buen fin, pero ahora debe seguir caminando, escribiendo e ignorando todo aquello que no se merece mi atención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario