domingo, 24 de enero de 2010

Internet

Esta semana he tenido una reunión de compañeros de BUP y COU, en pleno Madrid, en el bonito barrio de La Latina. Nos hemos reunido gracias a Internet, Face Book, las redes sociales. Todos ellos estaban metidos allí, menos yo, que siempre me han dado un poco de miedo estas cosas. Tonto miedo, miedo a lo nuevo, a lo desconocido. Un amigo mío que sabe de informática me dijo que comprendía bien mi miedo, “porque hay gente que cuenta toda su vida allí”. Ahí fue cuando comprendí que no había nada que temer: lo mismo hago yo en El Norte de Castilla.
Lo pasamos muy bien, fue agradable. Somos distintos, pero los mismos, y yo creo que todos estábamos pendientes de ver cuánto habíamos cambiado, para comprender que éramos los mismos, sólo que con más años, más palos, y algo más maduros. Pero todos estábamos contentos de nuestra vida, mucho más que cuando teníamos 18 años. El pasado deja de idealizarse en cuanto lo pasamos por la prueba de la realidad.
Pero yo no quería hablar de esta reunión, sino del medio que nos convocó: Internet. A la salida del restaurante caminábamos hacia el coche en un largo paseo. Yo iba charlando con una amiga, precisamente de Internet. Los dos estábamos de acuerdo en que era una revolución. Yo quería decirle algo valioso, propio, mío. Se me ocurrieron algunas experiencias, ideas de amigos míos escritores, grandes ideas… pero llegué a la conclusión que no tenía sentido lo que los demás habían dicho o hecho, sino lo que pensaba yo, con mi propia experiencia.
Alguien dijo que la inteligencia era lo que utilizábamos cuando no sabíamos qué hacer. Yo me esforcé, exprimí mi cerebro con calma y dije, simplemente, que Internet, efectivamente, era una revolución, pero que me daba pena porque todo iba a seguir igual. Beneficiará a los ricos, a los inteligentes, a los bien formados, y aunque todos vamos a subir un poco, todo va a seguir más o menos igual. El mundo mejora, sin duda, pero los mecanismos son los mismos. Se acabará el hambre, los países subdesarrollados se desarrollarán, pero siempre habrá una jerarquía en espiral que marcará la diferencia.
Los seres humanos no somos iguales, pero eso no significa que no tengamos un valor y que no podamos ser felices y ayudar a la sociedad. Internet está al alcance de todos, los que lo tenemos, que no dejamos de ser las zonas más ricas del planeta. En Internet hay de todo, bueno y malo, y es el hombre el que debe buscarlo, seleccionarlo y utilizarlo.
Estoy leyendo estos días La alquimia de las multitudes, de Francis Pisani y Dominique Piotet. La idea principal es que con Internet llega la “sabiduría de las masas”, la inteligencia de todos, y que la red es una obra colectiva en la que no sólo cuentan los expertos, sino todo aquel que se asome a ella y quiera participar. La red mejora cuantos más la usen, y nuestras actuaciones levantan el edificio, algo más que una biblioteca, viva y en movimiento. Hemos pasado de internautas a webactores, dicen estos expertos, algo muy positivo, porque significa actuar, interactuar, ir hacia delante.
Internet es una revolución, pero vendrán otras, y muy pronto. La inteligencia del hombre se ha elevado a una potencia superior. Nuestros cerebros evolucionan, y es de desear que algo más evolucione. Gracias a las redes sociales yo he quedado con mis compañeros de colegio. Internet puede ser un instrumento para hacer un mundo mejor. No estaría de más que cada vez que nos conectemos esta idea brillara en nuestra mente.


(Artículo publicado hace meses en "El Norte de Castilla".)

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