martes, 12 de enero de 2010

Cela, la estrella polar

Relatos Vividos


CELA, LA ESTRELLA POLAR





Me acuerdo de la portada de Abc un día de otoño de 1989. Aparecía la cara de un señor, cortada por la mitad, y el siguiente titular: “Cela gana el Nobel de Literatura”. A mí me resultaba familiar aquel hombre con ceño fruncido que parecía cabreado por algo, pero no había leído nada de él.
Desde entonces se convirtió en un modelo para mí. Empecé a comprar y leer todos sus libros, y cuando tuve que dar una conferencia en clase, en octavo de EGB, elegí el tema de La familia de Pascual Duarte. Recuerdo cómo el profesor nos advirtió que aquella novela era muy dura, como dudando de que fuera para nuestra edad. También me acuerdo de que, años después, un novio de mi hermana me dijo que él había leído el Pascual Duarte porque se la prohibieron en clase. Desde luego leer a Cela ya significaba algo, y eso me gustaba.
Sólo había adquirido un modelo de escritor, un referente, una estrella polar. A día de hoy es difícil distinguir las cosas si no invento nada, pero es verdad que cuando le dieron el Nóbel yo le escribí una carta en la que le decía que quería que fuese mi maestro como Baroja lo había sido suyo. Porque eso sí lo sabía.
Ahora me he distanciado mucho y hay escritores que me gustan más que él, mucho más, pero marcó una época de mi vida. Cada vez que salía en televisión mis padres me llamaban a gritos desde el cuarto de estar: “¡Eduardo, Cela!” Y yo bajaba alborozado para ver la entrevista. Durante un tiempo la figura de Cela me parecía sinónimo de escritor, como si sólo se pudiera ser escritor siendo como él. Afortunadamente superé eso.
Hay un detalle: Cela no sonreía apenas, nada, porque ése era su marketing, su marca. Yo pensaba que tampoco se podía sonreír y durante años estaba seguro de que con la sonrisa y la risa se escapaba la inteligencia. Ahora eso me recuerda a El nombre de la rosa y las discusiones de Guillermo de Baskerville con los monjes de la abadía. En las fotos yo también salía serio, muy serio. Me costó recuperar la sonrisa, pero también lo superé, y ahora veo que sonreír es de lo más valioso que tiene el ser humano.
Leí casi toda su obra, libro tras libro, incluso los más difíciles, los que sólo leían cinco personas. Creo que no los entendía bien, si había que entenderlos, pero para mí eran la obra de un gran escritor. Por aquel entonces yo decía a mis amigos que Cela era el mejor escritor del mundo, algo muy audaz teniendo en cuenta lo que había leído entonces.
Cuando murió, el 17 de enero de 2002, el día de mi cumpleaños, salí a la calle con un ejemplar de Viaje a la Alcarria, como el mejor homenaje que le podía rendir. Ahora compruebo cuánto me he distanciado de él como escritor, pero también cómo mi cariño no ha decaído.





Eduardo Martínez-Rico

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