sábado, 4 de julio de 2009

Cambiar

Estoy preparando con mucha ilusión un curso para el máster IMBA del Instituto de Empresa. El curso se llama “El valor de la palabra: escrita y hablada”, y es una llamada de atención a la importancia de la palabra en todas las esferas de la vida. Quiero enseñar a hablar y escribir mejor en todos los contextos: discursos, conferencias, conversaciones normales, conversaciones por teléfono, escritura de artículos, correos electrónicos, libros.
Quiero coger la Retórica, sobre todo su idea y esencia, y modernizarla humildemente, hacerla más flexible para la vida de hoy. He leído muchos libros y sigo leyéndolos, pero hay una frase de uno que estoy leyendo que me ha llamado mucho la atención. El libro es Leer, escribir, hablar, y su autor es Roberto Gª Carbonell, un maestro en estos menesteres.
La frase es tan sencilla como esto: “No tratemos de cambiar a nadie, sólo a nosotros mismos.” Me ha hecho pensar, y más que pensar, me ha parado, he tomado conciencia. No es que yo vaya por ahí queriendo cambiar a los demás, aunque desde que soy profesor quiero que mis alumnos estén mejor formados en lo que les enseño, y a ser posible que adquieran un poco del espíritu humanístico, tan necesario, tan olvidado. Es cierto que muchas veces quiero convencer a los demás de mis opiniones o ideas, algo esencial en la Retórica, pero puedo decir que no quiero cambiar a nadie. Me conformo con que me dejen tranquilo para leer, escribir, meditar y equivocarme una y mil veces, tratando de corregirme una y mil veces. Me conformo con que me dejen tranquilo, es curioso, para cambiar, para ser mejor.
Pero yo no estoy solo en el mundo y amo la sociedad.
Tengo comprobado que la voluntad hace milagros, y que si nos empeñamos en hacer algo, en conseguir algo, si nos esforzamos todo lo posible y necesario acabamos obteniendo nuestro premio, el logro. La frase de Carbonell cambia el foco hacia lo que parece consabido, “cambiar al otro”, “convencer al otro”, seguros como parece que estamos que lo nuestro es lo mejor, tantas veces, llevando ese foco hacia uno mismo, hacia nosotros. Debemos cambiarnos a nosotros mismos.
Sé que muchas de las cosas que no nos gustan, esas cargas que arrastramos día y noche por buena parte de nuestra vida, tienen solución, pero necesitan esfuerzo. Primero ver el problema, segundo, deseo de solucionarlo, tercero, ilusión por cambiar, cuarto –central-, voluntad para cambiar, y quinto esfuerzo continuado. Esto lo hacemos muy a menudo en el trabajo y no veo por qué no lo vamos a llevar a otras esferas de nuestra vida.
Lo hemos hecho algunas veces, y conocemos gente que lo ha hecho. Simplemente es saber con claridad lo que uno quiere y hacerlo. Pero para eso se necesita una continuidad, un trabajo en nosotros mismos enorme. Es como si nos impusiéramos unos “trabajos forzados”, con la diferencia de que el fruto que nos van a dar es una gran satisfacción y un cambio en nuestra vida, mayor o menor sea lo que hayamos decidido cambiar. Y hay “trabajos forzados” maravillosos.
Con los defectos pasa esto. Muchos defectos se tornan en virtudes si los cultivamos, y ese mismo cultivo puede ser placentero. Hay personas que no se conforman con lo que son y quieren ser más, mejores. Aprenden idiomas, viajan, estudian sin parar, se esmeran por ser cada vez mejores profesionales. O mejores esposos, mejores padres, novios, amantes, hijos. Tantas cosas.
Me gustó esa frase en el libro de Carbonell porque no la esperaba, igual que no esperaba otras cosas de ese libro. Yo era tartamudo cuando era niño. Mi madre me llevó a un logopeda y me enseñó muchas cosas que entonces no di mucha importancia –me parecía aburridísimo tener que ir a las consultas-, y que con el tiempo me ayudaron, me ayudan mucho. No paré de tartamudear, ni siquiera en la adolescencia, incluso fue más allá. Pero por una cosa u otra, con el tiempo, dejé de tartamudear. Estoy seguro de que hubo muchos factores, y algunos se me escapan, pero también estoy seguro de que me ayudó a dejar de tartamudear todo lo que he leído, todo lo que he escrito –escribir ayuda a todo, también a hablar mejor-, y todas las veces que he tenido que hablar en público, en la carrera, después de la Universidad, presentando mis libros y en mis clases y conferencias.
No dejo de sorprenderme, y sé que a mi madre le enorgullece –ella es la que tiene el gran mérito en esto-, que un niño tartamudo acabe impartiendo un curso en un máster sobre cómo hablar y escribir mejor en todas las esferas de la vida. Esto me da más responsabilidad, porque lo tengo que hacer muy bien, pero esta gran satisfacción ya no me la puede quitar nadie.
Nunca pensé que iba a dejar de tartamudear. Era muy incómodo, me aislaba mucho de los demás, pero precisamente con la ayuda de los demás, tantas veces, me manejaba. No era uno de esos defectos, esos cambios de los que hablo aquí, porque yo pensaba que no lo podía cambiar. Mi madre sí creyó que podía, y sobre todo estaba dispuesto a hacer lo que estaba en su mano por cambiarlo, por ayudar a que cambiara.
Ahora disfruto poniendo en práctica siempre que puedo, aunque sea la más mínima conversación de sobremesa o unas pocas palabras por teléfono, lo que voy aprendiendo para “El valor de la palabra”. Uno nunca sabe tanto que no deje de aprender, y yo tengo 33 años.
Animo a todos los que me están leyendo a que localicen aquello que quieren cambiar, y se pongan con ello. Si les merece la pena, que se esfuercen, que luchen y que cambien. Puede ser un trabajo penoso, lleno de disciplina, pero también disfrutarán en el camino. Hay tantas cosas que nos molestan y que se pueden cambiar con mucho menos esfuerzo de lo que pensamos.
Procuro no olvidar nunca que el timón de nuestra vida, por muchas circunstancias que nos rodean, lo llevamos nosotros.
El emperador Marco Aurelio, al que tanto admiro, decía en sus Meditaciones: “Si quieres hacer algo, hazlo ya, no esperes a la otra vida.” ¿Quién sabe si habrá otra vida? ¿Quién sabe si en la otra vida nos importará ya todo esto? Hay que ponerse y hacerlo. El ser humano tiene una fuerza muy superior a lo que cree, a lo que sueña. Pero hay que movilizarla. Y si no podemos, pues no podemos. También hay que saber dónde están los límites. Pero los límites, en mi experiencia, son flexibles, los vamos expandiendo a medida que vivimos, que avanzamos.
Ánimo.

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