martes, 28 de julio de 2009

Tierras de penumbra

Hay unas cuantas películas, no demasiadas, que me gusta ver cada cierto tiempo, incansablemente, y siempre son un completo placer verlas. "La guerra de las galaxias", "Indiana Jones", "Drácula de Bram Stoker"… y "Tierras de penumbra". Me gusta ver "Tierras de penumbra" porque es una película protagonizada por un escritor, y me atraen las películas de escritores, pero me gusta también por muchas otras razones.
Es una película tranquila, sosegada, sensible, con ideas profundas que no son cargantes y que se asimilan bien –yo hubiera preferido que hubiera más ideas incluso-. Es una película redonda porque todo va confluyendo en lo mismo, todo se hace coherente. Lo que dice C. S. Lewis en sus conferencias se va mostrando en su vida, como una verdad que pasa del papel débil y teórico a la realidad terrible. Su amor inesperado le enseña la verdad de sus ideas sobre Dios y el dolor. Lewis se hace un auténtico escritor cuando tiene que enfrentarse con lo que ha diseccionado como un científico.
Es una película plácida que se ve sin sentirla y que se puede ver cientos de veces, aunque ya todo lo esperes. A mí me interesa también porque muestra algunos de los peligros a los que se puede someter un escritor: la torre de marfil, el separarse del mundo y encerrarse en un paraíso de libros, palabras y plumas.
Lewis descubre el amor, ya con sesenta y tantos años –supongo que tendrá esos-, y aprende a renunciar a su egoísmo de creador cuando siente el sufrimiento de la mujer que ama. Es más, es el sufrimiento de esa mujer, su cáncer, el que le descubre el amor que siente por ella, antes camuflado en una amistad ambigua y la admiración por el personaje famoso y respetado.
Pío Baroja dijo que había dos tipos de escritores, los que sacaban el material de su escritura de la vida, y los que lo sacaban de los libros. Él decía que era de los primeros, y tal vez su obra sería de mejor calidad, más equilibrada en fondo y forma, si la hubiera sacado más de los libros, aunque leyó mucho.
C.S. Lewis, por lo que muestra la película, hizo su obra más de los libros que de la vida. Pero de repente se encontró con la vida, y no sé si la historia que cuenta la película es exactamente real. Leí un libro de Lewis sobre esto titulado "Una pena en observación", en el que en teoría se basó la película, pero eran muy distintos. El libro, si no recuerdo mal, era un ensayo, muy bello, y la película es una historia, aunque uno se puede inspirar en cualquier cosa para hacer cualquier cosa.
Un compañero de Oxford le pregunta al profesor si ha conocido algún niño en su vida, él que es un popular autor de literatura infantil ("Las crónicas de Narnia"). Y le contesta: “Yo también fui niño alguna vez.” Un escritor, o al menos yo, es una persona que guarda memoria de todos sus estados vitales, como los sustratos que van formando la tierra, capa a capa, y de esos sustratos también vive y escribe.
C.S. Lewis es un prestigioso profesor de Oxford y, en efecto, un famoso escritor de cuentos infantiles. Su vida es perfectamente apacible, sin sobresaltos, dedicado a sus clases, a sus compañeros y a sus libros. Pero de repente aparece una mujer en su vida. Es americana y poetisa. Le escribe varias cartas y en una de ellas le dice que va a viajar a Londres y quiere conocerle. Lewis vive con su hermano y en su vida no hay hueco para una mujer. Son dos perfectos solterones que, como diríamos ahora, “van a lo suyo”. Pero acceden a tomar un té con la mujer americana, en Londres. Poco a poco van teniendo más relación, y la americana les presenta a su hijo, un niño de pocos años muy aficionado a los cuentos de Lewis. La historia avanza y avanza.
Con decir que la vida de Lewis cambia completamente es suficiente. Pero, es curioso, cambia en la misma dirección que ya iba su vida y su obra, y Lewis profundiza con la “experiencia real”, como diría él, sobre los temas clásicos de sus libros, sus conferencias, sus clases.
“El dolor es el altavoz que emplea Dios para despertar a un mundo de sordos.”
Y él también estaba sordo. El predicador laico que arranca los aplausos como una ola en todos sus auditorios –“Yo también fui ateo”, dice en una ocasión-, se da cuenta de que él estaba sordo. La literatura corre el peligro de caer en la geometría, en la perfección, en la frialdad más cálida. La literatura debe tener un vínculo íntimo y a veces doloroso con la vida, para no caer en la música, y que me perdonen los músicos, para no caer en las palabras bonitas y vacías.
Lewis es un escritor interesante. He leído muy poco de él, pero voy a leer más. Fue amigo de Tölkien y se dice que él le animó a que terminara "El señor de los anillos", en uno de esos momentos de cansancio, hastío o desesperación que tenemos los escritores.
“Ya no se hacen películas como ésta”, dirá más de uno. Bien, sí se hacen, pocas pero se hacen. "Tierras de penumbra", con el tono de la campiña inglesa, nos recuerda algunas preguntas elementales en la vida, y a mí el primero, quizá a mí el que más.


E.M.R.

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