miércoles, 29 de julio de 2009

¿Por qué escribo?

Esta noche, serían las dos o tres de la mañana, después de haberme acostado pronto, arrullado por música lenta... me he despertado, súbitamente, con una pregunta en la cabeza: ¿por qué escribo?
Debe de ser algo que me preocupa, de lo contrario no velaría mi sueño. Fue como un flash, la pregunta en mi cabeza, y por las noches, lo sé, yo rumio todo lo que para mí es importante, lo que me forma, lo que soy. Aún me estoy viendo, en la cama, incorporado, cubierto sólo por la parte de abajo del pijama, somnoliento, y con esa sensación que tiene el insomne de que no se mueve en el mundo del resto de los vivos.
Me puse la bata y bajé a la cocina. Tomé papel y boli y me hice una lista.
“¿Por qué escribo?”, puse en lo alto, en medio del folio. Y escribí estas frases:
-Para expresarme.
-Porque lo necesito.
-Para ganar dinero (ahora).
-Para conseguir fama y gloria. Antes y esto no está tan claro, porque entra en contradicción con otros sentimientos míos; en realidad lo asumía como algo inevitable, porque yo estaba seguro de que algún día sería muy famoso y ganaría mucho dinero escribiendo.
-Para alcanzar prestigio.
-¿Para ligar? No ha sido el principal impulso nunca, pero sí que he utilizado la literatura, y mi literatura, para ligar, para relacionarme con las mujeres.
-Para ordenarme.
-Para saber mejor lo que sé.
-¿Porque es lo mejor que sé hacer? No sé si es lo mejor que sé hacer, pero es muy posible que sea lo que me gustaría saber hacer mejor. Además, creo que escribir es algo que me resume muy bien, que me reúne, que me lanza al exterior y me expone hacia los otros.
-Escribir me pone en relación con las personas, y seguramente también con las cosas. Cuando escribo me encuentro en un mundo mío, propio, aislado, evadido, pero al mismo tiempo un mundo que participa del mundo general. Es un universo dentro de un universo mucho más amplio, pero al mismo tiempo ese segundo universo, cuando estoy escribiendo, entra dentro del primero, el escrito, el que se está escribiendo, en una gran comunicación. Además, y esto es muy bonito, es un mundo que siempre se está realizando, en expansión, como uno mismo.
Y por último, un poco inconscientemente, con esa inconsciencia que da el sueño o la duermevela que puede seguir al sueño, acababa con dos conclusiones. Parecen muy fáciles, muy tópicas, pero he tardado muchos, muchos años en llegar a ellas:
-No debes esforzarte en que los demás valoren lo que has hecho; esfuérzate por realizarte, porque, después de haber escrito tú algo, puedas sentirte más satisfecho, puedas respirar mejor.
-¿Eres feliz escribiendo? ¿Escribir te da la felicidad? Sí, aunque sé que hay muchas otras cosas. Insisto, cuando escribo me siento más yo y más en contacto con el mundo, con los demás y con las cosas... con los seres y las cosas, como dice esa expresión tan bella.
Me siento reconciliado, pacificado, y mucho más que eso, algo que sólo se puede explicar cuando uno lo ha sentido. Una cosa parecida debe de sentir el hombre una vez que ha hecho el amor con la mujer que ama, cuando la abraza con fuerza, fuerte y delicado beso; o el creyente después de haber orado a su Dios, lleno de fe, el hombre religioso tras haber meditado... Escribir es también una forma de expresión de amor, amor al mundo, y una forma de meditación sublime y perfecta, porque de ella queda testimonio para que los demás la disfruten y aprendan, quizá, de ella.
-Cuando escribo me siento más yo, en el mejor sentido de la palabra, pero también me siento más ser humano. Antes, cuando hablaba, tantas veces, me abalanzaba contra las palabras, se me trababan, me atropellaba con ellas. Esto nunca me ocurrió escribiendo. La escritura responde al ritmo de mi pensamiento, y cuánto disfruto viendo cómo se desenvuelven delante de mí, cómo las palabras, hechas ideas, acciones, reflexiones, hombres y mujeres, personajes de hace mil años... todo, toma forma delante de mí, letra a letra. ¡Es tan hermoso! El ser humano inventó un milagro, mucho más que eso, para poder reconocerse, ir rodando siglo a siglo.
La escritura es un universo paralelo a éste, mucho más controlable, perfecto y hermoso. Es verdad que los hombres, cuando escribimos, competimos con Dios –tal vez lo ignoremos-, pero yo nunca soy más hombre que cuando escribo.
El desenlace de toda esta reflexión que viene del sueño y se hunde en lo más profundo y superficial de mi vida es muy sencillo.
¿Por qué escribo? Porque me hace feliz.


Eduardo Martínez Rico
Montepríncipe, 18 de marzo de 2006

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