domingo, 19 de julio de 2009

SABIOS

El otro día Carlos García Gual me regaló un libro suyo que me apetecía mucho leer, Los siete sabios (y tres más). Apenas he leído los primeros capítulos, pero precisamente en ellos García Gual explica la historia del concepto de sabiduría en la antigua Grecia. Para mí esto es muy importante porque estoy interesado por la sabiduría, idea huidiza y cambiante, realidad ambigua y multiforme, desde hace muchos años.
García Gual explica cómo la sabiduría se fue haciendo más abstracta, y de designar a quien dominaba un oficio a un arte acabó centrándose en los que se dedicaban al conocimiento, cada vez más elevado, el estudio de la naturaleza, los seres, las cosas, los dioses.
¿Qué es un sabio? Creo que todos tenemos claro lo que es un sabio, pero no coincidimos todos en la idea de sabio. Para unos es una cosa, para otros otra, y también puede haber distintos sentidos de la palabra. “Sabio” es un continente que se puede llenar de muchos contenidos.
Yo sé que llaman sabio al que sabe muchas cosas, y lo es, y así aparece en el libro de García Gual, pero yo considero sabio al que sabe muchas cosas, pero también cosas útiles, al consejero, al del saber interior… El que un hombre sea como una enciclopedia no me atrae mucho, aunque también sea admirable. Tenemos que hacer algo bueno con el conocimiento; si no el “sabio” no deja de ser una atracción de feria.
Mi “sabio” particular concilia la sabiduría del conocimiento con la sabiduría práctica; es el que tiene la palabra que necesitamos, el buen consejo. Mi sabio particular también debe tener una conducta de sabio, es decir, no sólo debe serlo sino también parecerlo, que aquí son una misma cosa. Mi modelo de “sabio” conjuga las palabras y los hechos, trabaja, piensa, observa, estudia para los hechos, para hacer cosas buenas o para inspirarlas.
Hoy se habla mucho de sabios, con un carácter un tanto institucional, aunque no estaría de más que las instituciones utilizaran de verdad a los sabios. Los “siete sabios” que analiza García Gual en su libro destacaron por su trabajo cívico y político. Para mí la sabiduría tiene como fin el bien común, la prosperidad, la felicidad de todos. Por lo menos de la comunidad, y que cada cual haga esta palabra lo más grande que quiera.
Para mí también es sabio el que ha perseguido la sabiduría de forma desinteresada, como puro amor, efectivamente, amor. Hay un flechazo y el sabio sigue a la sabiduría allá por donde va, por la vida y por el mundo, en los demás y en sí mismo.
Pero no porque llamen a alguien sabio lo es más o menos. El sabio lo es por sí mismo, como un valor inapreciable, inmutable, siempre al alza, para sí mismo. No tenemos que cantar al sabio, no le sonrojemos. El premio de la sabiduría, siempre en formación y movimiento, es la propia sabiduría, cuerpo, mente y alma.
Hace un rato le decía a mi madre y a mi amigo Enrique Alcat, de tan prodigiosa cabeza, que la sabiduría, en mi opinión, la tenemos todos, sólo hay que saber utilizarla y cultivarla. Puedo equivocarme porque fue una idea repentina, pero creo que el embrión lo tenemos todos; eso sí, hay que echarlo a crecer, alimentar, vigilar y utilizar.
Me parece que la sabiduría, que no deja de ser una mezcla de conocimientos, experiencias, sentido común, cuerpo, mente y espíritu, me parece que la sabiduría inactiva se desactiva a sí misma. La sabiduría hay que ejercitarla, en la acción, en la opinión, en el estudio, en la palabra.
La alimenta el amor por ella, y yo puedo decir, perdonadme la pretensión, que soy novio de la sabiduría. Es un poco puta, bella y encantadora pero puta; nunca lo da todo, pero nos lo puede quitar todo; nos hace resbalar y nos puede engañar. Pero también es fiel; va un paso más allá de nosotros, un paso más lejos… podemos alcanzarla, y la alcanzamos, pero no dura mucho. Suelta de vez en cuando algunos secretos, pero la verdad es que tiene muchos, muchísimos más. Si la satisfacemos nos cuenta más cosas, pero en seguida escapa y hay que correr detrás de ella.
Sin algún momento creemos que la poseemos, en seguida cometemos un error. Es su manera de decirnos que no nos confiemos, que jamás se casará con nosotros, que nos lo tenemos que currar día a día, y que cuando note que nos relajamos nos abandonará, llevándose el anillo que le regalamos y todos nuestros recuerdos.
Es la novia más estable, siendo tan extraña, que he tenido en mi vida, y aquí meto en ella a la literatura, y en la literatura a ella. Yo sé que me moriré y ella estará a mi lado, firme, quieta, entonces sí, fiel. Me irá abriendo el camino, explicando como una madre lo que me voy a encontrar. Puede que entonces me lo dé todo, como una buena esposa. No por ello la amaré más.
La amo ahora, y nunca le agradeceré lo suficiente que me ame tanto, yo que tengo tantos defectos e imperfecciones.

Eduardo Martínez-Rico

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