domingo, 5 de julio de 2009

Doce horas de autenticidad

Ayer pasé un día muy intenso. Llegué con Pedro Ruiz al Hotel Wellington de Madrid a las once aproximadamente, y volví a mi casa las tres y media. Hoy me he levantado a la una de la tarde, con una sensación tremenda de resaca, como si me hubiera bebido ocho copas, y por supuesto no bebí nada.
Tuve la suerte de asistir en primera persona a la realización del programa Doce horas sin piedad que tenía como protagonista a mi amigo Pedro Ruiz. Vi los preparativos y luego todo el programa, desde la sala VIP en una gran pantalla con buena parte de los invitados que entraron a hacerle preguntas a Pedro Ruiz.
La televisión es un gran invento, lleno de complejidades, con sus virtudes y sus defectos, pero con un potencial enorme para llegar a todo el mundo. Llegué a la conclusión de que no era mi medio, de que podría ir alguna vez a hacer alguna entrevista, o colaborar, pero no trabajar en él, aunque nunca se sabe. Un libro o un artículo no se parecen mucho a la televisión, aunque siempre funcionan las palabras y de lo que se trata es de comunicar.
Para que algo llegue a las casas de todo el mundo, tiene que haber un núcleo lleno de cables, de gentes, de problemas resueltos en segundos, de trajín. La televisión, vista desde dentro es más admirable si cabe, pero también, como todo lo que se ve desde muy cerca, muestra sus debilidades.
Me gustó la profesionalidad de la gente de Veo 7, su simpatía y cercanía, y por supuesto la de Pedro Ruiz. Yo ya lo conocía en privado, pero ayer le vi trabajando, y para todo el mundo tenía una sonrisa o una palabra de ánimo.
Doce horas sin piedad fue un espectáculo, un show, una “machada”, como le dijo una invitada a Pedro Ruiz, pero también fue algo más. En algunos momentos yo tenía la sensación de que era una reunión de amigos, Pedro y sus amigos, y hubo momentos, muchos, en que el protagonista se emocionó. La cámara capta esto muy bien.
Trascendencia, humor, sexo, diversión, ingenio… aguantar doce horas y hacerlo de forma amena tiene mérito. A mí me parece que a Pedro le costó menos trabajo de lo que todos allí pensaban. Tiene mucha vida detrás, mucho bagaje, es un maestro de la comunicación en muchos escenarios, y como dijo al salir, está “el teatro”. Él es un hombre de teatro y eso te da muchas tablas, muchos registros. Cambiaba de registro constantemente y sabía muy bien contestar las preguntas, diciendo lo que quería decir, siempre, según me pareció a mí.
No vi mucha diferencia entre el Pedro Ruiz privado y el Pedro Ruiz de la televisión, lo que creo que pocos saben.
Fue una jornada agotadora, también para los que asistimos a ella entera, sin tener que contestar continuamente preguntas para batir el récord de entrevista del Guinnes, doce horas seguidas. Pero las horas se me pasaron rápido, viendo en la pantalla lo que sucedía dentro del plató y hablando con los invitados y los profesionales de Veo.
El aire era de glamour y Truman Capote, por los grandes personajes, por el escenario, el Wellington, y la entrada un poco de Oscar, con espectaculares Jaguar y sesión de fotos al entrar en el hotel. No sólo había gente famosa allí; había gente importante en sus profesiones, verdaderos hitos, como Raúl del Pozo o José María García, gente mayor y gente joven, modelos, escritores y actores.
Una persona como yo, lo pensé entonces, estaba un poco fuera de lugar. Con mi maletín del ordenador, mi grabadora, mi libreta de notas, los ojos y los oídos bien abiertos. Pensé que un escritor difícilmente tiene sitio en la televisión, pero también comprendí que la tele difunde la palabra, que la imagen puede resaltar la palabra, y la palabra puede llenar de dignidad la imagen. Que la televisión multiplica el alcance, incluso las figuras de las personas, pero que son las personas las que hacen grande al medio, y para agrandar hay que tener algo grande que agrandar.
Yo no soy objetivo al hablar de lo que sucedió ayer porque Pedro es amigo mío, pero uno siempre tiene sensaciones, también de las cosas que hacen los amigos, o nuestros padres y hermanos. No hay datos de audiencia hasta el lunes, pero la sensación que yo tuve en la sala de televisión, en los pasillos, viendo, hablando y escuchando, es que aquello estaba funcionando.
Ha empezado una etapa nueva en televisión con la TDT. Tenemos una oportunidad de oro para utilizar mejor ese instrumento especializadísimo y masivo de la televisión, para informar mejor a la gente, para entretenerla mejor, para enseñarla mejor, para hacerla mejor. Ojalá no perdamos esta oportunidad, con todo lo malo que vendrá, porque somos humanos.
Hoy he hablado por teléfono con Pedro Ruiz. Le pregunté si ayer se calló algo y me dijo que no, que contestó a todo, y que si se calló algo fue por discreción. Los dos creemos, y más gente allí lo creía, que podría haberse tirado más horas de entrevista.
Lo de ayer puede ser un buen exponente de la televisión que nos llega: más original e imaginativa, más flexible y más libre. Por supuesto que el medio tiene unos imperativos, y yo los vi; también tiene sus miserias, pero como las tiene la literatura. Los hombres somos bipolares, y lo mejor y lo peor se entrelazan.
Ayer vi cómo una gran maquinaria se ponía en marcha para crear el programa más largo y complejo que había visto en mi vida. Tuve la oportunidad de conocer a gente interesante –a algunos de ellos los admiro- y para reencontrarme con otros que ya conocía.
Vi a Pedro Ruiz hacer el pino cuando terminó el programa, y me asusté porque pensé que se había hecho daño. Estaba contento, pero le quitaba importancia. Pedro da importancia a lo que realmente la tiene, a lo que tenemos todos los días pero no valoramos lo suficiente, hasta que lo perdemos.
Le dedicó el programa a una persona muy amada, que sigue con él, pero de otra manera.

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