miércoles, 1 de julio de 2009

Inmortales

¿Cuál es el secreto de la inmortalidad? Hablo de la inmortalidad histórica, la vida de la fama, como decían los antiguos, y en mi caso, porque es lo que mejor conozco, la inmortalidad literaria.
Yo les he oído a muchos escritores decir que el futuro no les importa, que lo que los demás digan sobre ellos cuando hayan muerto no les quita el sueño, porque no lo van a ver. Lo que quieren lo quieren en vida. Me parece bastante sensato, pero esto va en temperamentos.
A mí sí me importa. Creo que la mejor prueba de que lo hemos hecho bien, de que lo que hemos dicho o escrito interesa, es válido y valioso, es que atraviese la frontera del tiempo, que permanezca, que quede.
Me acuerdo que un escritor español muy famoso dijo en una entrevista que se cometían injusticias, y que no todo el mundo estaba en donde debía estar. Se refería a escritores. Entonces el entrevistador le dijo que el tiempo ponía a cada uno en su sitio, y él respondió que el tiempo también era un hijo de puta y que también se equivocaba.
Documentándome para algún libro he visto cómo personajes que eran fundamentales en una época, bastante próxima a la nuestra, hoy apenas interesan. No los recuerda nadie. Entonces fue cuando me dije que el tiempo era una trituradora de nombres.
Lo curioso es que hay escritores que no han destacado mucho en vida y que luego se vuelven inmortales, como le pasó, ¿exageradamente?, a Van Gogh en la pintura. Sánchez Dragó me explicó una vez que un escritor de prestigio, cuando muere, pasa unos años, quince, en un purgatorio literario, en un olvido o semiolvido. Si supera ese purgatorio, me dijo, le hacen inmortal.
El otro día asistí a la presentación de la Fundación Francisco Umbral en Valladolid, y coincidí en el cocktail con Fanny Rubio, una mujer de pensamientos rápidos y contundentes. Le pregunté cuántos escritores pasaban a ser inmortales. “Cinco en un siglo, en cada país. Los demás dan guerra pero desaparecen”, me contestó.
Ella es escritora y profesora y no sé qué pensará de su futuro, la vida de ultratumba. Me quedé con ganas de preguntárselo, y a lo mejor algún día se lo pregunto.
A mí me preocupa este tema, pero no como obsesión. No me levanto todas las mañanas pensando en que quiero ser inmortal, pero sí puedo decir que ése es uno de mis objetivos. Quiero que se me lea dentro de cincuenta años, un siglo, dos… siempre. El propio trabajo del escritor tiene mucho que ver con la permanencia. Uno escribe para que lo que escriba quede. El papel, o el soporte que nos toque, se escribe para siempre.
Pero eso no es lo que importa. Eso se da por descontado. Los libros cruzan el tiempo, perduran, pero hace falta que alguien los lea. Y eso es lo que yo quiero.
Tengo conciencia de que escribo para el futuro. La tengo desde hace unos años, y pienso que todo lo que escribo se revaloriza con el tiempo. Puedo escribir un libro que no se publique ahora, pero se publicará más pronto que tarde, y ya me ha pasado algunas veces. Puedo escribir un poema, un artículo, y tenga que esperar, pero al final acaba saliendo. Mi experiencia es que al final se publica todo. Que todo vale, y cada vez más.
Aspirar a la inmortalidad literaria supone una exigencia mayor en el propio trabajo, una firme creencia en uno mismo, y la convicción de que las palabras se lanzan hacia el futuro y que siempre encuentran a los que son dignos de ellas. A los que las necesitan.

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