jueves, 16 de julio de 2009

La biblioteca de Luis Alberto de Cuenca

Para Lorena Mingorance


Estos días he visitado un santuario de los libros, la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca, compuesta por unos treinta y cinco mil volúmenes, libros de todo tipo, de todos los géneros, de muchas épocas, libros de Cultura, con mayúscula, como dirían algunos, y también libros de cultura popular, como dirían otros. Luis Alberto se caracteriza por reunir toda la cultura, a Tintín y La guerra de las galaxias con Homero y Shakespeare. La Cultura Total. Es filólogo de Clásicas, pero sus intereses lo abarcan todo, y me imagino que a veces sentirá frustración por no poder abarcar más de lo que ya abarca.
Cuando visitaba su biblioteca pensaba en los antiguos sabios, muy antiguos, que aspiraban al conocimiento total, y lo que éste puede servir al hombre para dirigirnos mejor, para prosperar, para ser mejores, para vivir mejor. El conocimiento vuelto sabiduría.
En realidad la biblioteca de Luis Alberto, como él dice, es su vida, su biografía. Yo lo conozco bastante bien y no me sorprendió nada de lo que vi, pero paseando por su biblioteca uno se puede hacer a la idea de lo que tiene en su cabeza.
Va allí a trabajar por las tardes, y yo creo que va a jugar, como un niño con sus juguetes. Tiene varias mesas de trabajo, varios ordenadores, y todo está lleno de libros, hasta la cocina, todas las paredes.
-Sí –dice Luis Alberto-, la biblioteca tiene un orden, dentro del desorden.
No hay una clasificación para esta biblioteca, que no se parece a la de Babel de Borges, porque la de Borges nunca podría ser tan divertida, disparatada y al mismo tiempo tan coherente, muy coherente. Armoniosa, deliciosa.
Hay muñecos por todas partes, de sus héroes del cómic, del cine y de sus escritores favoritos. Muñecos, fotos, postales, en todos los estantes. A una cabeza de Darth Vader, colgada en la pared, cuando se apaga la luz se le iluminan los ojos rojos y emite los sonidos estentóreos y metálicos del personaje.
-¿Dónde compras?
-En todas partes.
Tiene una televisión muy grande, y al lado del sillón un montón de películas. Cómo me imagino a Luis Alberto aquí viendo sus películas, leyendo sus libros, tomando notas, escribiendo un poema, un prólogo, consultando en Internet un dato.
Una vez me dijo que era una biblioteca “para divertirse”, para disfrutar, y me quedé con eso. Cuando la visité lo entendí perfectamente. Nadie podría leer todo eso nunca, a no ser, quizá, que se convirtiera en un monstruo, y ya somos bastante monstruos los que hemos leído mucho. Pero todos los libros son apetecibles, todos contienen una pista olvidada en nuestra vida, aquello de lo que querríamos saber más, profundizar, ese tema que tanto nos gustó hace años, ese autor del que tanto hemos oído hablar, o esa lengua extranjera que nos gustaría conocer pero que no conocemos, porque somos limitados y porque ya tenemos bastante con lo que tenemos.
O simplemente la novela que nos apetece leer, el cuento con el que tanto disfrutamos cuando éramos niños.
La biblioteca de Luis Alberto de Cuenca, y el propio Luis Alberto, deberían ser utilizados en las campañas de promoción de la lectura. Porque ambos representan el gozo de leer, el disfrute sin límites de la lectura, y porque esta biblioteca no sólo es la biblioteca de un escritor, o de un filólogo; es la biblioteca de un gran amante de la cultura, que no le pide ni más ni menos que lo que da, en primer lugar: placer. Es una biblioteca que lo mismo te ofrece un cómic de Tintín o de otros tantos personajes, que Macbeth, la obra favorita de Luis Alberto de Shakespeare, o los libros de mi querido mitólogo Joseph Campbell, una primera edición de Quevedo…
Yo no podría evitar utilizarla para escribir, y lo estoy haciendo ahora, pero es una biblioteca para vivir, sin más, para gozar de ella, un parque de atracciones sofisticado que atraviesa la Historia del hombre.
Quien conoce a Luis Alberto sabe que esta biblioteca es auténtica, inseparable de él, y que él y su biblioteca son el mismo ser, van juntos a todas partes. Ahora que conozco su biblioteca conozco mucho mejor a mi amigo.

Eduardo Martínez-Rico

1 comentario:

  1. Coincido con Luis Alberto y contigo: una buena biblioteca es el mejor testimonio biográfico. Y, por supuesto, no es una biblioteca para leer sino para disfrutarla también de otras maneras. Por ejemplo, contemplando cómo va evolucionando la luz sobre los anaqueles a lo largo del día, acariciando los lomos de algunos libros, abriendo otros simplemente para olerlos, recordar la fecha de adquisición de uno, o quién nos regaló otro, releer una dedicatoria, consultar una nota escrita al margen (con un leve lápiz siempre), presumir ante los amigos de alguna caza bibliófila ... El contenido se nos cuela también así, quizás por ósmosis.

    Santiago Martínez-Lage

    ResponderEliminar