viernes, 10 de julio de 2009

La palabra

Cuida la palabra.
La palabra es un don de Dios, o de los dioses. La palabra es humana y mágica; abre puertas sólidamente selladas, transmite lo mejor y lo peor al otro; es dueña de voluntades y puede ser tan feroz como una espada en movimiento.
Hay que cuidar la palabra, su espíritu, su letra, su estudio, su alcance. La palabra es como un arte militar, por eso hay que ser tan prudente con ella. Como un arte marcial, sólo debe ser utilizada, de determinada manera, en muy determinadas ocasiones.
Antes de enseñar a utilizar la palabra hay que enseñar cómo no utilizarla, y cómo saber dejarla en la vaina, llenos de contención, aunque nos duelan los dientes.
La palabra la tenemos todos, pero hay personas que no son dignos de ella. Hay muchos tipos de palabra, como hay muchos tipos de espadas; no todos tenemos la misma, pero si nos esmeramos podemos tenerla como el que mejor.
Hay que trabajar mucho para conseguir eso.
La palabra no es palabra, es pensamiento y acción en unos sonidos, o en unas letras, al viento. La palabra es una flecha tirada al blanco y puede dar o no dar en el blanco. Vive en nuestra mente y en la calle, en el palacio y en la academia. También vive en el desierto. Allí donde estemos está ella, propagando lo que somos.
La palabra tiene intención y objetivo, cuando es sabia. Cuando es errática y banal se mueve renqueante y pobre como un mendigo tullido.
La palabra es tan hermosa, tan divina, terrenal también, que debería ser empleada sólo por los más dignos. Pero ella sabe a quién escoge y sabe para qué le escoge.
Todo lo hacemos con palabras, desde hacer la compra hasta escribir una obra maestra, pero no todas las palabras son iguales. Ella sabe cómo escoge pareja de otras palabras. Y es muy exigente. Ella sabe con quién baila y cómo baila. Y para qué.
Las ideas no son más que proyectos de palabras, en éstas se funden y con ellas realizan actos. Pero los actos sin palabras serían como una orquesta sin música.
Nosotros podemos creer dominar la palabra, pero siempre se nos escapa. La perfección no existe para ella, porque ella habita el cielo y aquí ha bajado, pero sabe que pertenece a lo alto. La palabra nos está mostrando sólo una parte de lo que es. Estamos condenados a ser aprendices de ella, pero también esto es hermoso.
Cuida tu palabra por la mañana al despertarte y a la noche al acostarte. Mírala en boca de los otros, en las páginas de los otros, en la plaza, en el camino, en tu trabajo. Admírala en boca de los extranjeros, distinta e igual, poderosa, filosófica, técnica y artística. Siempre tendrá algo que enseñarte; te hará más sabio y te hará ir más lejos. La palabra está hecha para la lejanía; su oficio es transmitir, llegar y volver a partir.
La palabra fecunda. No nos damos cuenta, pero siempre que hablamos, bien o mal, estamos fecundando en los otros, el odio, el amor, la adhesión, la ambición.
La palabra es un corcel bello, fuerte, vibrante, rápido y noble. Tienes que construirte una brida para tu palabra, porque si no ella te llevará por donde quiera, y no por donde quieres ir tú. Cuando tengas esa brida y sepas manejarla, tendrás el más perfecto y sofisticado instrumento para lo que tú desees.
Pero entonces, si no lo has hecho ya, tendrás que trabajarte el alma, la moral, tus ideales, tus propósitos. Una vez que seas dueño de tu corcel podrás ir donde quieras y ser admirado por todos los pueblos. Parecerás más sabio y podrás parecer mejor de lo que eres.
Será entonces cuando esté a prueba tu honor, tu bondad. Cuando seas dueño de la palabra todo habrá vuelto a empezar.


Eduardo Martínez-Rico

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